El proceso de recuperación se construye sobre el fundamento de enfrentar la verdad, por mucho que duela.
La depresión es una lucha seria, y por lo general no hay soluciones sencillas ni rápidas. En muchas maneras, el camino a la recuperación estará en construcción hasta que lleguemos al cielo.
La recuperación de la depresión es como una resurrección gradual de la muerte. El Espíritu de Dios que obra en nosotros puede revivir lo que ha muerto y hacerlo de tal manera que honre a Dios y la dignidad que Él ha inculcado en cada uno de nosotros.
Es alentador saber que Dios tiene el control, que puede satisfacer nuestras más grandes necesidades, y que puede renovar nuestros corazones en medio de una gran desesperación (2 Corintios 4:16). Sin embargo, debemos entender que Aquel que obra en nosotros es el Espíritu de verdad (Juan 14:16,17). Por tanto, es en la esfera de la verdad que Dios puede dar a nuestro corazón renovación y crecimiento.
El Espíritu de Dios que obra en nosotros puede revivir lo que ha muerto y hacerlo de tal manera que honre a Dios.
El proceso de recuperación se construye sobre el fundamento de enfrentar la verdad, por mucho que duela. El dolor no es el enemigo, es una señal de que la vida y los sentimientos están regresando a nuestros corazones aturdidos. Es sólo cuando empezamos a enfrentar la verdad que podemos recuperar la esperanza por medio de la desesperación, recuperar la fe por medio de la duda, y recuperar el gozo dando a otros.
La esperanza se recupera enfrentando la desesperación. A primera vista, puede parecer tonto o cruel invitar a las personas que luchan con la depresión a enfrentar su desesperación. Podría parecer que eso las va a hacer sentir más desesperanzadas. Sin embargo, lo que muchas veces pasamos por alto son las paradojas que existen en los asuntos del alma. Igual que en el alumbramiento, lo que se siente como si fueran los dolores de la muerte, en realidad, produce vida. Por extraño que parezca, enfrentar la desesperación es una de las mejores cosas que puede hacer una persona que lucha con la depresión.
A muchos de los que luchan con la depresión o están a punto de caer en ella les resulta especialmente difícil enfrentar la oscuridad de la desesperación. Tienen demasiado miedo de que la oscuridad los devore. Pero, cuando encuentran el valor para comenzar a enfrentar esa oscuridad, descubren que «la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos 5:3-5).
Enfrentar la desesperación no es un ejercicio de autocompasión. Es un clamor honesto y sincero del alma que siente la agonía y la pesadez de su situación en vez de aturdirse por ellas. Consideremos el grado de desesperación que Jesús sintió la noche antes de ser crucificado:
Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. —Mateo 26:36-38
Nota que Jesús no restó importancia a su situación. Tampoco enfrentó su desesperación solo. Él compartió la angustia de su corazón con unos cuantos amigos cercanos. Aunque vamos a llevar solos gran parte de la carga de la desesperación, es mejor cuando los que nos aman también participan (Gálatas 6:2).
Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. —Salmo 23:4
Igual que Jesús, deberíamos enfrentar nuestra desesperación con otros y con nuestro Padre celestial. El profeta llorón, en medio de una increíble desesperación, escribió:
El corazón de ellos clamaba al Señor […] echa lágrimas cual arroyo día y noche […] derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor. —Lamentaciones 2:18-19
En lugar de llevarnos a una depresión mayor, enfrentar la desesperación puede aumentar la sensación de que existe una verdadera esperanza en Aquel que promete consolarnos y acompañarnos en las tristezas de la vida (Salmo 23:4; 2 Corintios 1:8-10). Para aquellos que luchan con la depresión, enfrentar la desesperación involucra al menos dos componentes importantes: el dolor de la pérdida y el fracaso de las esperanzas mal cifradas.
Hemos de aceptar el dolor de la pérdida. La pérdida es, a menudo, el centro de la depresión, especialmente cuando esa pérdida es irrecuperable. La sanidad no se puede producir a menos que empecemos a sentir el dolor. A la larga, amortiguar el dolor no nos beneficia. Cortar nuestros nervios emocionales solo oculta nuestro dolor y permite que se convierta en algo autodestructivo. En cambio, enfrentar nuestro dolor inicia el proceso de aflicción de manera que Dios pueda empezar a acercarse a nosotros y a renovarnos con su consoladora presencia (Salmo 119:49-50).
Muchas de las personas que luchan con la depresión consideran que es difícil sentir y aceptar el dolor de la pérdida. A muchos, nunca les dieron permiso para sentir. Algunos, para no sentir la pérdida, se esconden detrás de la afirmación de
que es culpa suya o que no saben cómo sentir dolor ni tristeza. En cualquier caso, la mayoría sencillamente no desea experimentar una gran desilusión porque lo único que hace es despertar un profundo deseo de lo que no es. Pero, si las personas deprimidas se diesen permiso para sentir el dolor de la pérdida en lugar de amortiguarla, en realidad fomentarían la sanidad e interrumpirían la tendencia a aplacar el dolor culpándose a sí mismas.
Podemos empezar a sentir el dolor de la pérdida cuando admitimos qué es lo que anhelamos tan profundamente y hemos perdido: una relación en particular, por ejemplo, o la capacidad de hacer un sueño realidad. El identificar nuestros deseos no cumplidos y la vaciedad de la pérdida y la desilusión (pasadas y presentes) probablemente cambie nuestro mundo completamente al principio. Pero nos puede colocar en la puerta de salida de la depresión. Con el tiempo, no solo descubriremos que podemos sobrevivir a nuestro dolor, sino que veremos que existe algo por lo que vale la pena vivir y que es mayor que nosotros.
Hemos de admitir el fracaso de las esperanzas mal cifradas. Además de enfrentar la desesperación que nos producen las pérdidas, existe un nivel todavía más profundo de desesperación que debemos enfrentar cuando nos damos cuenta de que nuestros ídolos no dan resultado. Un ídolo es cualquier cosa en la que ponemos nuestra esperanza más que en Dios: personas, objetos, actividades. En este contexto, podemos empezar a ver que hemos estado cifrando nuestras esperanzas en lo que no puede satisfacer. La esperanza en lo que sí satisface puede aumentar cuando enfrentamos este grado de desesperación.
Por ejemplo, la mujer que normalmente se deprime después de que un hombre la usa y la abandona una vez más puede empezar a considerar para qué está viviendo. Puede empezar a aceptar que sus excesivos intentos de ganar y conservar el amor de los hombres arreglándoles sus problemas no da resultado. Al ver que los hombres no cambian, ella siempre se queda sintiéndose enojada, confundida y sola. Al empezar a sentir la desesperación de la desilusión por sus falsas esperanzas, se prepara el escenario para enfrentar su pecaminosa exigencia: «Debo tener un hombre para estar bien». En lugar de darse por vencida, puede alcanzar un mayor nivel de gratitud por el perdón de Dios en maneras que pueden revolucionar su vida (Lucas 7:36-47).
Admitir el fracaso de nuestras esperanzas mal cifradas puede estimular nuestra sed de Dios de manera que Él pueda alimentarnos de su provisión.
Reconocer lo irremediable de nuestra idolatría puede desenmascarar cualquier exigencia que necesitemos confesar y de la que tengamos que arrepentirnos. Además, puede crear un hambre desesperada de nuestro Padre celestial que ningún ídolo podrá nunca satisfacer. Admitir el fracaso de nuestras esperanzas mal cifradas puede estimular nuestra sed de Dios de manera que Él pueda alimentarnos de su provisión (Deuteronomio 8:2-3) y ayudarnos a entender mejor la «esperanza viva» que nos ha dado mediante la muerte y resurrección de Jesucristo (1 Pedro 1:3).
La fe se recupera enfrentando la duda. En la mayoría de los casos de depresión, la fe personal en Dios sufre una muerte lenta pero firme. Muchos creen que Dios ya no les ama. Consideran difícil leer la Biblia, orar y asistir a la iglesia.
Las personas que sufren pérdida e injusticia, y luego depresión, a menudo sienten que tienen un fuerte argumento contra Dios. Una mujer que luchaba con sus dudas sobre Dios dijo: «Si Dios me puede quitar mi esposo y mi salud, ¿por qué no me puede quitar la depresión? Me resulta difícil creer que está de mi parte considerando todo lo que me ha sucedido».
Es importante darse cuenta de que Dios nos invita a luchar con nuestras dudas (no a negarlas) para recuperar la fe de la misma manera en que quiere que enfrentemos la desesperación para recuperar y fortalecer la esperanza.
Paradójicamente, la fe puede crecer cuando luchamos con nuestras dudas acerca de la protección y la provisión de Dios.
La Biblia contiene muchos ejemplos de personas que clamaron a Dios con sus dudas. David pasó por varias ocasiones en que honestamente cuestionó a Dios:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos
de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? —Salmo 22:1
Consideremos las palabras de Jeremías cuando expresó todas sus dudas a Dios:
¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? ¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables? —Jeremías 15:18
Más tarde, Jeremías volvió a quejarse de Dios, solo que en términos mucho más fuertes.
Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. —Jeremías 20:7-8
¿Por qué esas palabras tan duras? Un análisis breve de la vida de Jeremías revela que el Señor lo había persuadido desde su adolescencia para que fuese y anunciase a sus compatriotas el inminente juicio de Dios. Además, prometió a Jeremías que, aunque todo el mundo se le opusiese, Él le protegería. Pero, pensemos en lo que le sucedió a Jeremías. Constantemente se burlaban de él, la gente le acosó y le sacó de la ciudad, su familia y sus amigos le odiaban, y pasó por torturas extremas. En una ocasión, le tiraron en un pozo de fango y le dejaron allí para que muriese (Jeremías 38:6).
Las experiencias de Jeremías le hicieron sentir que Dios no solo le había defraudado, sino que también le había tendido una trampa. Como resultado, Jeremías pensó seriamente en desterrar a Dios de su mente y no volver a hablar con Él (Jeremías 20:9). Irónicamente, recibió más de lo que pidió. Descubrió que sus intentos de alejar a Dios, en realidad, aumentaron la pasión que sentía por Él. Jeremías comparó a Dios con un fuego ardiente que no podía contener ni apagar. Dios tenía su corazón y Jeremías lo sabía. Vio que lo mejor que podía hacer era rendirse y seguirle.
Es importante notar que el deseo de Jeremías por Dios y su confianza en Él aumentaron a causa de sus luchas con las dudas. Jeremías demuestra con su ejemplo que una fe que crece no está completamente desprovista de dudas, y que hay momentos en que lo mejor es luchar. Aunque Jeremías no permitió que sus dudas destruyeran su fe completamente, parte de lo que hizo que su debilitada fe se fortaleciese y prosperase se basó en que él fue realista. Luchó con sus dudas cuando parecía que su mundo se estaba poniendo patas arriba innecesariamente.
Luchar con Dios no es asunto pequeño. Agota todas las energías que podamos reunir. Pero es en nuestro agotamiento que estamos mejor preparados para ser humildes y guardar silencio delante de Él. Es como si nuestra alma se quedara sin aliento y ya no nos quedara energía para hablar. Entonces es cuando Dios se nos muestra en maneras que transforman nuestras vidas.
A veces, no estamos listos para escuchar lo que Dios quiere que entendamos hasta que lo derramamos todo delante del trono de la gracia. Y, cuando no queda nada más que decir (Job 40:4-5), entonces puede penetrar la verdad. Dios no se aleja de nosotros. Nosotros somos los que nos alejamos de Él. Pero, por mucho que tratemos de sacarlo de nuestras mentes, y por muchas dudas que queden, sencillamente no podemos escapar de la creciente convicción de que no hay un lugar mejor al cual recurrir que nuestro compasivo Padre celestial (Lamentaciones 3:32).
Lamentablemente, muchos que luchan con la depresión tienden a suprimir o a censurar sus dudas por temor a ser irreverentes. Raras veces se animan a llevar sus dudas a Dios con el nivel de honestidad y energía que vemos en personas como Jeremías y David. No obstante, es solo cuando luchamos honestamente con nuestras dudas y cuando enfrentamos nuestra desesperación que nos convencemos más del amor y de la pasión que sentimos por Dios, lo cual nos sacará de nuestra depresión y nos colocará en la emocionante posición de ayudar a otros.
El dolor de la pérdida y de la esperanza retrasada seguirán presentes porque aún no hemos llegado a casa (Romanos 8:22-23), pero puede estar rodeado del gozo de darnos a otros en lugar de la tristeza que encontramos al aturdir nuestros corazones y apartarnos de los demás.
Cómo recuperar el gozo dando a otros. Cuando los que luchan con la depresión comienzan a recuperar la fe y la esperanza, el deseo de dar aumenta poco a poco. En vez de darse por vencidos, lo cual les impide ser lo que Dios quiere que sean, pueden crecer para dedicarse a dar por el bien de los demás. Al comenzar a actuar motivados por el deseo de dar, una profunda sensación de gozo empezará a llenar sus corazones.
Nada da mayor satisfacción en esta vida que dar sacrificatoriamente. El principio de que «más bienaventurado es dar que recibir» fue enfatizado por Jesús tanto en su vida como en sus palabras. Es una de las ironías más radicales de la vida que va contra la naturaleza de una cultura que promueve el dios de la auto indulgencia.
Dar puede ser tan sencillo como dejar que un auto pase delante de nosotros. Puede ser ayudar a un vecino que se esté recuperando de una cirugía. Puede ser escuchar a nuestros hijos leer una historia a la hora de acostarse, o ir a trabajar por la única razón de proveer para nuestra familia. A veces, puede significar advertir a las personas que usan y/o que calumnian nuestra dignidad de que habrá consecuencias si siguen cruzando las fronteras del amor. El dar nunca permite pasivamente aquello que por lo regular pone en peligro lo que es mejor para los demás y para nosotros mismos.
A medida que Dios capture más y más nuestro agradecimiento y confianza, descubriremos un rico sentido de honor y valor que viene de ser usados por Él en la batalla contra Satanás.
Por ejemplo, una esposa aprendió que era amor dejar que su esposo sufriese las consecuencias de su implicación en la pornografía.
Aun así, a veces se desesperaba. Pero, en lugar de deprimirse para esconder su esperanza, su vida empezó a resplandecer con el gozo que obtuvo de dar a su esposo el tipo de ultimátum honesto que captaría su atención y le ayudaría a lidiar con su pecado.
Dependiendo de la situación, dar involucra ofrecer a la gente una mezcla de suavidad con fortaleza, lo que te brinda la oportunidad de conocer el carácter de Dios. Dar a este nivel requiere nada menos que una obra milagrosa de parte de Dios en nuestros corazones. Es solo cuando estamos asombrados por el ejemplo máximo de lo que es dar —que Dios dio a su Hijo como sacrificio para redimirnos de nuestros pecados (Juan 3:16)—, y estamos agradecidos por ello, que damos a otros una muestra de la bondad y de la fortaleza de Dios, a pesar de los riesgos que corremos de que nos ataquen o nos abandonen.
Es en Cristo, el Hijo de Dios, que vemos al Proveedor de nuestras almas. En Él vemos a Dios llevando a cabo el acto máximo de auto sacrificio para satisfacer nuestra más profunda necesidad de perdón y vida. Al morir por nuestros pecados y resucitar de entre los muertos para confirmar el éxito de su misión, Jesús mostró su poder y su derecho a dar bienestar espiritual y una esperanza segura a todos los que lo reciben (Juan 1:12).
A medida que Dios capture más y más nuestro agradecimiento y confianza, descubriremos un rico sentido de honor y valor que viene de ser usados por Él en la batalla contra Satanás. Siempre ha sido la meta de Satanás manchar y distorsionar la reputación de Dios. Es emocionante saber que podemos desempeñar un papel vital en la aclaración de las cosas revelando a otros la clase de ser que Dios es realmente, de manera que ellos puedan también acercarse a Él (Salmo 73:28).
El proceso de recuperar la esperanza mediante la desesperación, recuperar la fe mediante la duda, y recuperar el gozo dando a otros debería tomarse como marco bíblico de referencia y no como un modelo que se sigue rígidamente. La vida raras veces es tan sencilla o tan fácil. El proceso es en realidad una forma de vida que uno aprende a desarrollar poco a poco con la ayuda del Espíritu Santo. No elimina el dolor ni el temor. No garantiza que nuestras circunstancias vayan a mejorar. Solamente el cielo nos ofrece esas opciones (Apocalipsis 21:4).
Sin embargo, sí ofrece la oportunidad de vivir en más estrecho contacto con el anhelo que por naturaleza tenemos de nuestro Padre celestial, un anhelo que Él quiere satisfacer, y desarrollar una pasión por dar cada vez mayor. A menudo es un proceso peculiar. Antes de mejorar debe empeorar. Pero los que aprenden a poner su esperanza en Dios «tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (Isaías 40:31).
(Continuaremos en próximos artículos.)
(Artículos extraídos y adaptados del librito Cuando se pierde la esperanza, de Jeff Olson, publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas en: http://nuestropandiario.org/2009/09/serie-tiempo-de-buscar/
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