Analizamos uno de los villancicos cantados por la iglesia primitiva y citada por el apóstol a los gentiles.
Sabemos que la Navidad se acerca cuando empezamos a escuchar los villancicos de siempre por las calles de España. Algunos de los más populares son ‘Campana sobre campana’, ‘Noche de paz’ y ‘Los peces en el río’.
En su primera carta a Timoteo, Pablo cita un himno cristológico cantado por la iglesia primitiva. El canto resume el ministerio terrenal de Jesucristo en cuestión de seis líneas y revela el verdadero significado del misterio de la Navidad.
Se trata de una de las canciones más olvidadas en el mundo cristiano. A ver si algún compositor cristiano se anima a avivarla para nuestra generación.
Aquí la tenéis:
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria.
Hoy, vamos a explicar el contenido teológico de este himno línea por línea. Pero antes de hacerlo, sería útil comentar un poco sobre el contexto en el cual encontramos este villancico antiguo.
Contexto
Por si no lo sabías, el canto está registrado en 1 Timoteo 3:16. Antes de citarlo, Pablo estaba enseñando a Timoteo sobre la importancia de escoger a ancianos y a diáconos aptos para la obra en la iglesia local de Éfeso. La iglesia necesitaba líderes irreprensibles en su conducta.
No obstante, los líderes no solamente tenían que ser maduros a nivel práctico sino que tenían que ser sanos doctrinalmente también. Por eso Pablo recalca en el 3:15 que la iglesia es “columna y baluarte de la verdad”. ¿Cómo puede la iglesia local ser una columna de la verdad si sus líderes son engañadores o falsos profetas? De allí la necesidad de una teología bien fundamentada.
En este contexto, Pablo cita el himno. Quiere presentar una especie de confesión de fe cristológica que todos los miembros de la iglesia aceptarían como apostólicamente autoritativa. No sabemos quién compuso el himno; pero a diferencia de muchas canciones cristianas contemporáneas, aquella canción tenía profundo contenido doctrinal. Se nota que el que lo compuso era un amante de Dios.
Antes de arrancar con el himno, Pablo empieza el 3:16 con una pequeña frase: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad”. Cuando Pablo dice “indiscutiblemente”, se está refiriendo a algo que todos los cristianos verdaderos tenemos que creer sí o sí. Hay verdades innegociables de las cuales ningún creyente puede prescindir. Seis de estas verdades están registradas en nuestro villancico primitivo. Ahora, las vamos a explicar en orden.
1.- Dios fue manifestado en carne
El mensaje de la Navidad es, en palabras de ‘Campana sobre campana’, que “está naciendo Dios”. Ahora bien, cuando hablamos del nacimiento de Dios, hay que especificar. Aquí no aludimos al nacimiento de Dios el Padre ni de Dios el Espíritu Santo; sino del nacimiento de Jesús, el cual es Dios el Hijo encarnado.
A nivel teológico, hay varios factores de interés que hay que tomar en cuenta. Primero, el himno estipula que Dios fue “manifestado”, es decir, “apareció” en carne. No dice que el Hijo de Dios fuera creado ya que el bendito Hijo existe desde la eternidad hasta la eternidad.
En el momento escogido por el Padre “envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley” (Gálatas 4:4). Lo invisible se hizo visible. Lo divino se hizo humano. Lo eterno se hizo temporal. Lo infinito se hizo finito. Éste es el misterio de Emanuel: Dios con nosotros.
Segundo, tenemos aquí la doctrina de la doble naturaleza de Jesús. Como lo describió tan magistralmente el gran Concilio de Calcedonia (451 d.C.): “Nosotros, entonces, siguiendo a los santos padres, todos de común consentimiento, enseñamos a los hombres a confesar a uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional consustancial con el Padre de acuerdo a la deidad, y consustancial con nosotros de acuerdo a la humanidad”. Jesús no es cincuenta por cien Dios y cincuenta por cien hombre sino cien por cien Dios y cien por cien hombre.
¿Por qué es tan importante esta doctrina de la doble naturaleza del único Dios-hombre? Porque, por un lado, si Cristo no fuese humano, no podría ser nuestro sustituto. Esta verdad está explicada en Hebreos 2:17, “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo”. Y por el otro, si Cristo no fuese Dios, su sacrifico no tendría eficacia eterna.
2.- Justificado en el Espíritu
En la segunda línea, aprendemos que el Dios-hombre fue “justificado” en el Espíritu. Sin embargo, una traducción superior sería que Cristo fue “vindicado” por el Espíritu.
Ahora bien, a lo largo de la vida de Jesús hay una estrecha relación entre el Hijo y el Espíritu. Aún antes de manifestarse en la carne, el Hijo eterno siempre moraba en la presencia del Espíritu. Desde su concepción en el vientre de María, hasta su bautismo en el Jordán e incluso en su muerte (Hebreos 9:14), Cristo nunca andaba fuera de la presencia del Espíritu.
Hay un momento concretísimo en la vida de Jesús cuando el Espíritu de Dios le vindica públicamente. Vindicar, entre otras cosas, significa defender a una persona injustamente condenado. Entonces la pregunta es, ¿cuándo vindicó o justificó el Espíritu a Jesús? Contesta Pablo en Romanos 1:4, “Fue declarado Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos”. El Espíritu vindicó a Jesús cuando le resucitó poderosamente de la muerte.
Los judíos le habían condenado como un hereje, un blasfemador mientras que los romanos le condenaron como un rebelde político; pero el Espíritu de Dios tuvo la última palabra cuando levantó a Jesús de entre los muertos para demostrar a todos que Dios estaba con Él.
La resurrección histórica y corporal de Jesús es la razón por la cual creemos todo lo que Él nos enseña. Le creemos a Él porque Dios le vindicó. Como el Padre proclamó a los discípulos, “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd” (Mateo 17:5).
3.- Visto de los ángeles
Siguiendo la cronología cristológica trazada por el autor del himno primitivo, los ángeles también vieron la vindicación del Hijo de Dios.
Mateo cita las palabras de un ángel que se dirigió a las dos Marías diciendo, “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (Mateo 28:5-6).
Marcos 16:5 habla de un “joven” sentado al lado derecho del sepulcro de Jesús, cubierto de una larga ropa blanca. Lucas, por su parte, hace mención de “dos varones con vestiduras resplandecientes” (Lucas 24:4) y Juan repite que había dos ángeles donde el cuerpo de Jesús había sido puesto (Juan 20:12).
Antes de que los apóstoles predicasen el anuncio del Evangelio, esto es, de la crucifixión y resurrección del Hijo de Dios, primero recibieron las buenas nuevas de parte de esos seres celestiales que habían visto cómo el Padre y el Espíritu vindicaron a Jesús.
Lo interesante aquí es cómo el himno apela al testimonio de los ángeles. No fueron “soñadores” ni “falsos profetas” ni “manipuladores” ni “mentirosos” los que dieron testimonio de la resurrección del Hijo de Dios; sino seres santos, sin mancha, angelicales. Con razón los primeros discípulos se gozaron con gran gozo. ¡Y más aún cuando se encontraron con el amado Salvador cara a cara más adelante!
4.- Predicado a los gentiles
¿Qué haces cuando tienes buenas noticias burbujeando por dentro? ¡Las compartes! Guardarlas para ti mismo es inaguantable e insoportable. ¡Las tienes que dar a conocer!
Así sucedió con los apóstoles. Al darse cuenta de que Dios había vindicado a su amado Jesús, se levantaron con celo santo para proclamar las hazañas del Todopoderoso por todas las naciones, empezando en Jerusalén. La maravilla de maravillas para esos primeros judíos convertidos al cristianismo fue que Dios tenía un plan grandioso preparado para los gentiles.
El Señor quiso redimir a los suyos de entre “todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9). Y hasta el día de hoy, Dios sigue deseando salvar a los gentiles.
El himno alude a la supremacía de la predicación en la fe cristiana. La Palabra, en última instancia, tiene que ser predicada ya que la fe viene por el oír. Por esta razón todo lo que sucede en la iglesia cristiana tiene que estar sujeta a la predicación. Una iglesia que no cree en la centralidad del púlpito no tardará en desviarse. Antes que nada, la iglesia –como nos recordó Barth el siglo pasado- tiene que ser un agente predicador.
5.- Creído en el mundo
El Hijo de Dios se hace carne. Es resucitado de entre los muertos. Y ahora, es predicado. Pero, ¿quién va a creer un anuncio como éste? Para los judíos, hablar de un mesías crucificado es una piedra de tropiezo.
Para los griegos, un ser divino crucificado es pura locura. Para los romanos, es debilidad. ¿Quién –oh quién- va a creer semejante noticia? Como preguntó el profeta, “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” (Isaías 53:1).
Lo bueno de la cita de Isaías 53:1 es que su pregunta no acaba allí. La segunda clausula del texto pone, “¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo del Señor?” Entonces, el don de la fe está en las manos del Omnipotente.
A primera vista, parece casi imposible creer el Evangelio. El ser humano, al fin y al cabo, está en enemistad con Dios. No ama ni busca a Dios ni quiere saber nada de Él. No obstante, la gloriosa noticia de las Escrituras es que hay algo –o alguien- más fuerte que la incredulidad humana, a saber, Dios mismo.
De la misma forma que Dios creó todo a partir de la nada en el principio y luego vindicó a su Hijo públicamente resucitándole por el poder del Espíritu, así también Dios está levantando un ejército de redimidos del valle de huesos secos y muertos. El Soberano de Israel es cien mil veces más poderoso que la nada, la muerte y la enemistad humana. Él convierte los corazones de piedra en corazones de carne. ¡Aleluya!
Los muertos espirituales no pueden creer el anuncio del Evangelio a no ser que Dios mismo esté operando en ellos a través de la predicación apostólica.
6.- Recibido arriba en gloria
La última gran verdad subrayada por nuestro villancico es que Cristo, después de realizar su obra impecable en la tierra, ascendió al cielo (Hebreos 1:9). Como lo explica Hebreos 1:3, “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”. Gracias a la obra expiatoria de Jesús, Dios exaltó a su amado Hijo hasta lo sumo –hasta más no poder- y le dio un nombre “que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9).
A pesar de nacer en un pobre pesebre y de andar durante treinta tres años en profunda humildad, el fin de Jesús fue algo glorioso. Hasta que no vuelva por segunda vez con el fin de rescatar a sus redimidos; Cristo seguirá sentado en el trono celestial, intercediendo por cada uno de nosotros. ¡Qué consuelo! ¡Qué gozo! Con razón su pueblo es dichoso.
Conclusión
En suma, esta Navidad es correcto y bíblico alabar a Dios por la encarnación del Hijo. Pero si sólo nos dedicamos a pensar en la bonita criatura nacida en Belén; nos olvidaremos del cuadro completo. Recordemos, entonces, las seis verdades tan preciosas del villancico citado por Pablo en 1 Timoteo 3:16. Jesús hizo mucho más que meramente nacer.
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria.
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