Me pregunto si el mal, no es ante todo, una gran ceguera, un cuerpo sin corazón, un alma depravadamente muerta.
Hace unos escasos días, escribía “Desde el Corazón” que “poner los cinco sentidos en alguna actividad significa cumplirla con meticulosa perfección”: ¡entendimiento, vista, oído, tacto, gusto olfato! cuán maravillosas son estas cosas. Si pudiésemos existir sin ellas, qué desdichada sería nuestra condición. El mundo exterior sería desconocido para nosotros, si las puertas de los sentidos estuvieran cerradas. El alma perecería de hambre, de solidaridad, comunión, ética, afecto. Si nos quitaran el poder de percepción a través del tacto, del olfato, del gusto, la vista y el oído, sería de poca importancia para nosotros que el mundo fuera hermoso, pues, para nuestra conciencia, difícilmente existiría un mundo en absoluto. Todos los colores del arcoíris, la calidez del sol, la frescura de la brisa, la dulzura de la miel, los encantos de la música, e incluso los terrores de la tempestad, cesarían; el alma estaría encerrada dentro del cuerpo, como dentro de una prisión que no tuviera ni puertas ni ventanas. La más lóbrega mazmorra de la Bastilla, que es lo menos que se merecen los matarifes yihadistas, sería equivalente a la libertad, comparada con tal estado. Tal vez la mente exista, pero, en verdad, no podría vivir: sería un impropio uso del lenguaje llamar a eso vida. Y no es vida lo que subsiste en los terroristas asesinos. Si el gran legislador Moisés, ya definió en su tiempo, a su propio pueblo por sus rebeliones, como “gente sin corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” ¿cómo “Desde el Corazón” puedo yo definir y repulsar a esos verdugos asesinos que ni tienen corazón, ni ojos para ver, ni oídos para oír?; que buscan sus víctimas no en las Iglesias, aunque muchas estén medio vacías, ni jamás en sus mezquitas, muchas de ellas facultades del odio, sino en las discotecas, en los restaurantes, en los estadios. Y por muchos malabarismos dialécticos que hagan no pocos políticos, ecumenistas de salón, buenistas de trasnochadas izquierdas, y eviten la palabra “islam” la descarnada realidad es que los que matan lo hacen en nombre de Alá, tras inyectarse el odio en la mezquita de los que tampoco tienen corazón, ni ojos, ni oído y convencidos de que irán de cabeza al paraíso.
Todo terrorismo es absurdo, pero el de nuestros días es reduplicadamente más canalla. Más malvado en cuanto a que los mismos asesinos afirman que en una guerra la muerte de víctimas inocentes, sin causas que las justifiquen y sin corazón digan que son inevitables y que lo son por “infieles”. El terrorismo es la última podredumbre de una guerra. Al terrorista, sin corazón, si vista, sin tacto, sin oído, sin gusto por nada, no le queda un átomo de humanidad, son demonios de este siglo. El que dispara, explota con bombas llevadas por sí mismo, no sabe si los muertos son padres de familia, jóvenes (aunque en su maldad es el campo que ahora escogen), no ha visto las fotos de los posibles hijos de los matrimonios que destroza, no le resulta forzoso saber lo que destruye: piensa incluso, que no mata personas, sino enemigos infieles ¡sangrienta religión y cruel dios que esto enseña!
Pero ¿cómo explicar a quien ya no tiene corazón, ni oído, ni vista, ni tacto y es tan miserablemente maleducado?; quien ha estudiado la zona, el ambiente, las posibles salidas de escape, quien ha podido ver a padres llevando a sus niños al Cole, tomado un cortado en el Bar elegido para sus masacres, y haber visto rostros que desayunan cada mañana en sus inmediaciones. Me pregunto si tales alimañas podrán dormir por la noche recordando los ojos de los asesinados o imaginando las caritas de los huérfanos.
“Desde el Corazón” me pregunto si el mal, no es ante todo, una gran ceguera, un cuerpo sin corazón, un alma depravadamente muerta. En esta inconsciencia radica el corazón del mal. El terrorista impotente está inconsciente de su propia impotencia. Y el caso es que su falsa religión, su cruel dios, su tirana deidad le hace creer que sí ven, oyen y tienen corazón, cuando es todo lo contrario. Y debido a su esclavizante religión afirman: "nosotros somos los religiosos"; tienen ojos, mas no ven, y, sin embargo, se glorían de su capacidad de visión. Es comprensible que odien la fe cristiana, rechacen la enseñanza de los Evangelios, la persigan en sus feudos (obsérvese que donde los cristianos son más perseguidos es en los Países de mayoría musulmana-esclava de su dios) y prohíban que en sus contornos se abran Iglesias en donde se enseña la fe de un Dios de amor y en donde sus hijos son “pacificadores”.
Pero ¡ay!, los corazones latirán, sus oídos oirán y sus ojos serán abiertos un día, en otro sentido. Al igual que el rico que vio de lejos a Abraham, pues se hallaba en los tormentos del infierno, los tales conocerán que la paga de su maldad es llanto y crujir de dientes, nada de paraísos ni harenes. Pues los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los idólatras y todos los mentirosos, y todos los terroristas lo son, tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.
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