Si buscamos los vocablos "misión" y "misionero" en nuestra concordancia, nos encontraremos una gran sorpresa: ¡ninguno de los dos términos son palabras bíblicas!
Las palabras "misión" y "misionero" están entre las más repetidas y consagradas en nuestro vocabulario evangélico. Se dice frecuentemente que "misión" significa llevar las buenas nuevas a otras culturas y naciones, en contraste con "la evangelización" entre quienes son de nuestra propia cultura y nación.
Misión, así entendida, es por definición "trans-cultural", y "misionero" es alguien que va a otro país (antes en barco, ahora por avión), aprende otro idioma (el cual probablemente pronuncia mal), y realiza su ministerio en una cultura que no es la suya.
Sin embargo, si buscamos los vocablos "misión" y "misionero" en nuestra concordancia, nos encontraremos una gran sorpresa: ¡ninguno de los dos términos son palabras bíblicas! La única "misión" en toda la Biblia es la de Saúl, que consistía en matar a todos los amalecitas (1 Sam 15.18,20). Aparte de ese pasaje, ni "misión" ni "misionero" aparece en todas las Escrituras.[2]
El lenguaje bíblico para nuestro tema parte más bien del verbo "enviar" (Hebr. Shalach; Gr. apostéllein, pémpein), y se utiliza para toda clase de tarea a la que Dios envía a sus siervos y siervas.[3]
El judaísmo tardío llamaba Shaliach al "enviado" (misionero, que en griego se traducía apóstolos. En terminología estrictamente bíblica, deberíamos hablar del misionero como "enviado" y de la misión como "envío" o "apostolado".
Con eso comenzaríamos a comprender que "la misión" es integral y mucho más amplia que aquello que hemos entendido como "misiones foráneas" o trans-culturales.
Sorprendentemente, un análisis lingüístico del conjunto semántico de "enviar/enviado/envío", única terminología para la "misión" en el AT, muestra que nunca se usa en nuestro sentido moderno de ir a otros países a convertir a los extranjeros.[4]
Como señala el muy respetado misionólogo evangélico, David Bosch, "No hay, en el AT, ninguna evidencia de que los creyentes del antiguo pacto fuesen enviados por Dios a cruzar fronteras geográficas, religiosas o sociales con el fin de ganar a otros para la fe de Yahvéh" (Bosch 1991: 17). Ese sentido moderno tiene su origen más bien con los jesuitas del siglo XVI [Bosch 1993: 176]:
Así los orígenes del término "misión" estaban íntimamente vinculados con la expansión colonial del Occidente. Como la misma colonización, implicaba viajar a países distantes para "subyugar" a paganos a la única religión verdadera [Bosch 1993: 176].
En estos pasajes Bosch de ninguna manera pretende negar que Cristo es el único Salvador del mundo (que no equivale a decir que la cristiandad occidental sea "la única religión verdadera"), ni tampoco negar que la iglesia del Señor vive bajo una comisión divina para llevar las buenas nuevas a toda nación y pueblo. Pero su argumento demuestra que el concepto "misión" ni se define por su naturaleza trans-cultural ni mucho menos se limita a la labor "foránea". El concepto de "misión" en ambos testamentos abarca cualquier tarea a la cual Dios nos ha enviado.
El uso del verbo "enviar", con Dios como sujeto, es amplísimo en el AT.
Dios envía su Palabra (Isa 55.11; Sal 107.20; 147.15; Dn 10.11) y su Espíritu (Sal 104.30 cf Ezq 37.9s), doble "envío" que es el origen de toda misión.[5] Toda la actividad política de José en Egipto fue una misión sagrada: "Para preservación de vida me envió Dios... Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación" (Gn 45. 5,7; cf 50.20). Dios envió a Moisés en una misión de liberar a los hebreos y forjar la nacionalidad unida de ellos (Ex 3.10-15; 4.13; 5.22; 7.16; Sal 105.26). Dios "envió" también diez plagas como las "misioneras" de su mano poderosa (Ex 8.21; 9.14; 15.7 "enviaste tu ira"; Sal 105.28; 78.49).
Dios envió a los jueces a liberar al pueblo de sus opresores (Jue 6.8,14; 1 Sm 12.11). Dios envió también a los profetas a denunciar toda injusticia, dentro y fuera del pueblo escogido (Jer 1.1-10; 7.25) y a anunciar su reino venidero.[6] Todos estos son los primeros "misioneros" de Dios, y todas esas tareas eran su "misión".
Podría sorprendernos que, según los profetas, Dios envía también a tres figuras paganas de gran relieve político en la historia de Israel. Dios envía al asirio Senaquerib "contra una nación pérfida, el pueblo de mi ira" (Israel! Is 10.6s), al babilonio Nabucodonozor (Jer 25.9; 27.6; 43.10; "mi siervo") y al persa Ciro (Is 43.14; 48.14s: "mi pastor" 44.28; "su ungido" 45.1). Estos también son "enviados de Dios", una especie de "misioneros al revés" desde las naciones paganas hacia Israel para su castigo o su liberación.
Hacia finales del AT, Dios revela que enviará a su "misionero por excelencia", el Siervo Sufriente (Isa 42.6; 49.5). Según una gran proclama misionera que Jesús recogerá después para el "discurso inaugural" de su ministerio:
El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publi-car libertad a los cautivos, y a los presos apertura de cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya (Isa 61.1-3).
¡Qué cuadro más perfecto de un verdadero misionero, que de hecho no es otra cosa que un retrato del Mesías, nuestro Señor Jesucristo! Pero debemos notar que, explícitamente, no tiene nada de "trans-cultural"; se trata más bien de un ministerio a "los afligidos de Sión" (61.3). El bello lenguaje del pasaje nos dibuja el perfil amplísimo de una verdadera misión bíblicamente integral.
De hecho, con esta promesa mesiánica Dios comienza a revelar también que su Ungido será el Salvador para todas las naciones:
Te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas (Isa. 42.7; cf 49.6s; 51.4; 60.3)
Nuevamente, la misión es integral y dirigida al mismo pueblo de Dios ("por pacto al pueblo"). En el pensamiento del AT, en ningún momento es el "ir" a otra cultura lo que constituye por definición la "misión" sino más bien el "ser enviado" por Dios a cualquier tarea. Por cierto, en la perspectiva mesiánica de Isaías 40-66, el pueblo de Israel participará en una proyección internacional de su Mesías (Is 43.10-12).[7] Pero este aspecto es poco enfático, y curiosamente, no se usa el lenguaje de "envío" en estos pasajes.
En resumen: En el AT se usa el lenguaje de "envío" para la más grande variedad de tareas, excepto la única tarea que actualmente solemos asociar con "misión", es decir, la de ir a otras naciones a convertirles a la fe en Dios. Así los hechos bíblicos, la definición moderna de "misión" como intrínseca y exclusivamente trans-cultural está en contradicción con el sentido bíblico del término, por lo menos en el AT. En el AT (y como veremos más adelante, en el NT), la comprensión de "misión" es impresionantemente amplia e integral.
En otras palabras: los resultados de un estudio de los términos bíblicos para "misión" confirman y apoyan nuestro anterior argumento teológico en favor de un concepto de "misión integral".
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