En presencia de un debate entre personas que parecen expertos, ¿cómo elegir entonces mi postura? ¿Cómo saber a quién escuchar?
Cambio climático, evolución, edad de la tierra, big bang, geocentrismo… Tantos asuntos que, cada uno en su propia medida, sacuden a menudo el mundo evangélico. Y sobre todo, tantos asuntos sobre los cuales uno puede leer cualquier cosa y su contrario desde fuera, o incluso dentro, del mundo cristiano. En presencia de un debate entre personas que parecen expertos, ¿cómo elegir entonces mi postura? ¿Cómo saber a quién escuchar?
Anunciemos la conclusión de entrada: el auténtico experto pasa con éxito el examen de otros expertos. Mi médico puede decirme lo que le dé la gana, no tengo criterio para valorar. Pero si los demás médicos siempre le contradicen, pues, probablemente cambiaré de médico. Debo elegir al experto que tiene el respecto de los demás expertos. Desarrollemos el tema.
¿CÓMO SABER A QUIÉN ESCUCHAR?
Si un biólogo me dice que hay pruebas de que todos los seres vivos tienen ancestros comunes, mientras otro mantiene lo contrario, ¿cómo elegir entre los dos? Sin un científico cuenta que hay un cambio climático mientras otro dice lo contrario, ¿qué debo pensar? El problema aquí es que solo puedo confiar en mi propio juicio hasta un cierto punto: escuchando al uno y al otro, pronto vendrá el momento donde no podré entender lo que dicen.
Un experto me puede engañar fácilmente en asuntos que desconozco. Pero seguramente no podrá engañar a otros expertos tan fácilmente. Supongamos entonces que 99 ingenieros me dicen que no puedo cruzar un puente, mientras uno solo me asegura que sí. Sería muy arriesgado confiar en este único, ¿no? O si 99 médicos me dicen que tengo un cáncer mientras uno mantiene que no tengo nada, ¿en quién voy a depositar mi confianza?
La verdad es que conscientemente o no, valoramos en estos casos el consenso entre expertos. No sé nada de puentes. Pero si 99 ingenieros dicen que no puedo cruzar y uno sí, pues no voy a cruzar. Y si después de haber discutido mucho, los 99 me aseguran que el “solitario” no es un rebelde que tiene razón en contra de todos, sino un fanfarrón que no sabe muy bien lo que dice, probablemente borraré este fanfarrón de mi lista de “expertos”.
Tenemos una pista: no importa mi propia opinión sobre la tesis del experto, ya que no la entiendo. Lo que sí importa es lo que opinan los demás expertos. Pero ¿dónde debate esta gente? En un tipo de foro que no se ubicua en la televisión, ni en la radio, ni en los periódicos o la web. Este foro es el conjunto bastante desconocido de las denominadas revistas “revisadas por pares”.
LAS REVISTAS REVISADAS POR PARES
Supongamos que un biólogo llamado Juan piensa haber descubierto algo importante. Escribe un artículo y lo manda a una de estas revistas. Al recibir el artículo, el responsable de la revista que llamaremos el “editor” hará lo que hago yo cuando recibo una propuesta de artículo para Journal of Plasma Physics: mandarlo enseguida a dos especialistas, dos “pares”, expertos en el mismo tema.
Estos dos biólogos sabrán de qué está hablando Juan. Sabrán si los aparatos que usó Juan para sus mediciones son de fiar para el problema en cuestión, o no. Sabrán si las conclusiones de Juan van en contra de resultados anteriores ya bien establecidos. Si fuera el caso, evaluarán los argumentos presentados en contra de dichos resultados anteriores. Cada uno escribirá luego un informe para el “editor”. Le indicara si, en su juicio: 1/ el articulo presenta resultados novedosos (en caso contrario, puede ser muy interesante, pero no es investigación), sí 2/ el trabajo presentado está exento de errores de método, razonamiento, cálculo… y si, 3/ el trabajo es importante, muy importante o más bien anodino.
Según el contenido de los informes, el editor puede decidir publicar el artículo, rechazarlo, o devolverlo a Juan para que cambie cosas. En ese último caso, el manuscrito modificado volverá a los evaluadores. El ciclo “autor-evaluadores-editor-autor” puede repetirse varias veces hasta la publicación, o rechazo, del trabajo. En algunas ocasiones, si la opinión entre los expertos está dividida, es muy posible que el editor contacte a un tercero o más.
A estas alturas, cabe destacar varios puntos importantes:
El procesador del ordenador que estoy usando empezó su “carrera” así. Las medicinas que usáis, igual. Los métodos usados para diseñar el avión que os lleva de vacaciones, lo mismo. En otros términos, allí se cocina el conocimiento.
¿CUÁL ES LA MARCA DEL EXPERTO?
¿Qué tienen en común Grigori Perelman, Albert Einstein, o los millones de autores de artículos publicados en revistas revisadas por pares? Todos sometieron, y someten, sus ideas al juicio de los que saben tanto como ellos en su campo de conocimiento.
Puedo impresionar a mis amigos diciéndoles que “una perturbación en un plasma sin colisiones nunca se amortigua”. Pero cualquier físico de los plasmas sabe que es completamente falso. En cuanto a mí, estoy muy impresionado cuando leo el título del primer artículo de Perelman: “The entropy formula for the Ricci flow and its geometric applications”, porque francamente, ni lo entiendo. Hay que ser matemático y experto en los “Ricci flow”, para evaluar si se trata de una farsa o de lo que es de verdad: algo revolucionario.
Si os cuento que existió Carlos V o que Nueva Zelanda está en los antípodas de España, no hace falta comprobar mi currículo, ya que cuento algo que cada uno sabe muy bien. Pero si de repente uso mi doctorado para dar crédito a tesis revolucionarias sobre la edad del universo, la evolución biológica o el cambio climático, tenéis que comprobar quien está hablando. Tenéis que aseguraros que llevo la marca del experto. Tenéis que preguntaros si consigo publicar mi tesis en revistas con revisión por pares. Que mis escritos en general, y la tesis incriminada en particular, sobrevive a la prueba de Proverbios 18.17:
“Parece tener razón el primero que aboga por su causa; Pero viene su adversario [otro experto], y le descubre” (RV1977).
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