Estructura y tectónica de la personalidad en el Nuevo Testamento (IV)
El tercer punto en cuanto al interrogante ¿qué es el hombre?, lo explicitábamos como que, el hombre (varón/mujer) es Imagen y semejanza de Dios. Una vez más tenemos que recurrir al Antiguo Testamento, para profundizar en la concepción antropológica del ser humano.
En el capítulo primero del libro de Génesis, versos 26 y 27, leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre (Martín Lutero de una manera muy acertada, traducía hombres) a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (el término hebreo empleado para imagen es celem, que se puede traducir por copia y sobre todo por sombra; el término hebreo para semejanza es demut y se puede traducir por apariencia, similitud y correspondencia) y señoree (heb-lit = tengan ellos dominio) en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó (o le creó). En la Segtuaginta o primera traducción al griego de la Biblia judía, se traduce varón por el término griego arsen = masculino y se traduce hembra por el vocablo griego telu = femenino. Desde el punto de vista teológico el hombre es la sombra de Dios en el mundo.
Y nada se parece más al original que su propia sombra. El nuevo testamento ratifica que a pesar de la desestructuración amártica que el hombre experimentó al comer del árbol de la ciencia del Bien y del Mal (lo que se conoce simplisticamente como caída) se nos sigue recordando que fue creado a imagen y semejanza de Dios (Sant. 3:9).
Desde el punto de vista bíblico, y para mí también científico, el ser humano tiene vida desde el mismo momento de la concepción. Es el Médico creyente Lucas, autor del primer tratado o evangelio que lleva su nombre, el que nos ilustra, en el siglo primero, de lo que antropológicamente se deviene en el claustro materno donde está anidado el nuevo ser.
Así en el capítulo primero de este evangelio nos encontramos con el siguiente relato de evidente trascendencia antropológica: “En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura (sexto mes de embarazo) saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?. Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura (gr-brefos = embrión, feto) saltó de alegría en mi vientre”.
Hoy, en día, y después de muchos siglos de investigación científica se admite que el fruto de la concepción es capaz de recibir y vivenciar las emociones que le trasmite su madre. Los estudios ecográficos durante todo el periodo de gestación han puesto de manifiesto que el nuevo ser que va a nacer tiene una vida anímica y dinámica en el claustro materno. Aseveración extraordinaria hecha hace más de dos mil años.
Pero la Escritura aporta más datos de carácter antropológico, ya, desde la época de Moisés, más de 4000 años antes de que Lucas escriba su Evangelio. En el capítulo 25 del libro de Génesis hay un relato impresionante de la vida de los seres humanos en el útero materno. En Génesis 25:20-26, leemos: “y era Isaac de cuarenta años cuando tomó por mujer a Rebeca…. Y oró Isaac a Jehová por su mujer que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo?. Y fue a consultar a Jehová; y le contestó Jehová; dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor. Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos (bivitelinos) en su vientre. Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú.
Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob”. Hoy en día las técnicas más avanzadas para vigilar la vida del embrión y del feto, nos muestran que a nivel fetal se observa como éste registra las emociones que le trasmite su madre, es capaz de vivenciarlas, de sonreír, de ¿derramar lágrimas?.
Observando a gemelos univitelinos o bivitelinos, se ha llegado a afirmar que mantienen una relación entre ellos; que pueden jugar o quizá luchar, como el caso que estamos explicitando. Siendo esto así es inevitable hacerse esta pregunta ¿cómo alguien hace más de seis mil años podía tener estos conocimientos?. El nuevo testamento en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos dice: Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras (Hech. 7:22).
Esta referencia a Moisés es de la máxima importancia. Los egipcios desarrollaron conocimientos y técnicas científicas, que aún hoy desconocemos. En el campo de la medicina eran muy adelantados para su tiempo: ¿podría haber aprendido Moisés, de ellos, lo que pasaba en la vida de un feto en el vientre de su madre? No tenemos la respuesta, pero sí la constatación clara, de que en la época de Moisés ya se tenía un conocimiento de lo que ocurría con un feto en su vida intrauterina.Hay, en cuanto a la realidad vital y emocional de un ser en el vientre de su madre, aseveraciones asombrosas en la Revelación bíblica vetero testamentaria, que también son corroboradas por lo revelado en el Nuevo Testamento.
Así en el libro del profeta Jeremías (su ministerio se extendió desde el año 625 antes de Cristo, hasta el año 586 a. de Cristo) leemos: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”. Jer. 1:5. El contenido de este texto trasciende todas las posibilidades de nuestra capacidad intelectual, incluso cuando ésta está inspirada por el Espíritu de Dios.
La relación del SER (Dios) con el ser (hombre), se encuentra más allá de todo conocimiento y de toda sabiduría. La biblia no participa de la concepción platónica de la reencarnación y la preexistencia del alma antes de encarnase en un ser. Pero yo creo que lo que encontramos en el texto de Jeremías es una realidad inefable y trascendente, que nace y se deviene, como diría A.T. Robinson, en la misma Interioridad de Dios.
En el Salmo 8, David afirma (mucho tiempo antes de lo escrito en el libro de Jeremías): De la boca de los niños (heb = niñitos) y de los que maman (heb = lactantes), fundaste la fortaleza (heb = baluarte-bastión), a causa de tus enemigos. Resulta maravilloso que este texto fuese citado por el mismo Jesucristo en su entrada triunfal (el Domingo que llamamos, conforme a la tradición, Domingo de ramos) según se nos narra en el Evangelio de Mateo 21:14-16: “Y vinieron a él en el templo ciegos, y cojos, y los sanó.
Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos (gr = paidos-niño menor de siete años) aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al hijo de David! se indignaron, y le dijeron: ¿Oyes lo que estos dicen?. Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños (gr.-nepion = niño que no habla) y de los que maman perfeccionaste la alabanza? ¡EXTRAORDINARIO!.
Aquí encontramos la más profunda comunicación entre Dios y los niños a nivel inconsciente o subliminal. Es el mismo David, que en el excepcional Salmo 139, nos explicita la más profunda relación entre Dios y el ser humano, tanto a nivel consciente como a nivel embrionario.
Este salmo nos habla de la omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia de Dios. En este salmo parece que David tiene conciencia de todo lo que Dios ha realizado en su vida, aún estando en el claustro materno: “¿A dónde me iré de tu espíritu?¿Y a dónde huiré de tu presencia?.....Porque tu formaste mis entrañas (heb = riñones como sede de afectos y pasiones); Tú me hiciste (Hebe-tejiste = formación de los tejidos de un ser) en el vientre de mi madre.
Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras (en la VLA se traduce: Te alabaré porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras. Algunas versiones antiguas traducen he sido hecho por ERES TU); estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo (Hebe-literal = mis huesos), bien que en oculto fui formado, y entretejido (Pitt = bordado con la mayor habilidad, implica creación de venas, músculos, tendones, nervios, etc.) en lo más profundo de la tierra.
Mi embrión (el término hebreo significa el ser inacabado, y la Versión Moderna lo traduce por imperfección. El embrión ya en la antigüedad lo designaba Eutimio “la gota coagulada”, que hoy denominamos “mórula”, antes de que se formen los miembros del cuerpo. Se emplea para embrión el mismo término que para enrollar el manto (2ª Reyes 2), por tanto el sentido del embrión sería el enrollamiento de las tres hojas blastodérmicas) vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas (¿el código genético?) todas aquellas cosas que fueron luego formadas sin faltar una de ellas (Sal. 139:7-16).
¿Cómo podía David tener memoria de estas realidades intrauterinas, que se devenían a nivel estructural, anatómico, fisiológico, histológico y genético?
En el nuevo testamento encontramos una experiencia semejante en la persona del apóstol Pablo, cuando escribiendo a los Gálatas, dice: “Pero cuando agradó (el término griego literal es tuvo a bien) a Dios, que me apartó (gr-separó) desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, para que yo le predicase (gr-evangelizase) entre los gentiles”. Gal 1:15-16. Nos encontramos con que parece tener una conciencia clara de una relación con Dios, a nivel subliminal, y durante el periodo de su existencia intrauterina.
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