Nuestros reformadores fueron refugiados. No siempre los trataron bien por donde fueron; algunos sí lo hicieron, un abrazo para ellos.
Solo unas notas de reflexión sobre los refugiados; empezando por la propia condición del redimido, “sácame de la red que han escondido para mí, pues tú eres mi refugio”. Esto es del Salmo 31, pero la idea es abundante en la Escritura. Nos encontramos, pues, con un aspecto existencial donde el refugio es el lugar seguro donde somos llevados para ser librados de nuestros enemigos. Esos enemigos son múltiples; el primero el mismo demonio, sus siervos, y el peor de todos: nosotros mismos. Al mirarnos nos espantamos porque somos destrucción contra lo bueno, y pedimos ayuda y amparo, y lo tenemos en el Redentor, que se hizo uno con nosotros, vaya que se hizo destrucción de lo bueno, enemigo de la justicia y de la verdad, que se hizo pecado; y por su victoria nos da la libertad y el amparo para siempre. Constantino de la Fuente escribió de forma magistral sobre esta situación.
Al mencionar a Constantino de la Fuente nos unimos a los reformadores de aquí, que son comunidad de refugiados. Fuera de su tierra algunos, amparados solo por el Señor en medio de las cárceles, tantos por aquí, que no pudieron salir a tierras mejores. No siempre los trataron bien por donde fueron; algunos sí lo hicieron, un abrazo para ellos. Nuestros reformadores fueron refugiados. Ahora ya viven en su casa de aquí; muchos los tienen en sus casas cobijados; un abrazo para esos.
Y pensemos en el bien de una casa, de una familia, de una tierra donde no tengas necesidad de salir para salvar tu vida. Admitiendo que aunque nos abandonen padre, madre… el Señor nos recoge; es lo cierto que vivir en el ámbito de la bendición de una casa y una mesa es una enorme bendición; si la tenemos, seamos agradecidos.
Es evidente que mucho de lo que hoy podemos mostrar de asentamiento, tiene el recuerdo de migraciones previas. Incluso esa migración, cuando se hacía en tierra de lengua común, era un mal menor. Lo peor es cuando migras también de tu lengua nativa, y no solo te tienen que acoger otros brazos, sino que la palabra no puede abrazarte por extraña.
Así pasó con Israel. Los sacó el Señor de casa de servidumbre y les dio casa propia. En esa casa nueva tenían que recordar su antigua casa de siervos, para que no se vanagloriasen. Buena lección, que tan poco se enseña y menos se aprende. La liturgia, el trabajo de cada día, señalaba a esa condición. Con cada nuevo día, con cada nuevo mes, con cada nueva cosecha o siembra, se recordaba que se tenía una casa y mesa porque habían sido liberados de esclavitud. Enseñanza que debemos mantener con nosotros y trasladar a nuestros hijos, y a los hijos de sus hijos… Nada que ver esto con lo moderno de “me apetece”, yo decido si… Honrarás a tu padre y a tu madre para que te vaya bien y seas de larga vida.
Que la familia puede ser un ámbito de tiranía y destrucción, por supuesto que sí, pero el futuro no está en deshacer las mesas, sino hacernos en torno a ellas. Los migrantes, los refugiados, se identifican precisamente por eso, por no tener mesa. Si la tienes, ten gratitud, es un privilegio. Vale, si quieres, pon un derecho, pero no, vívelo como privilegio y tendrás mucho camino andado.
La mesa es la comunión; la comunión, la comunidad, está en la casa, la casa del padre, dice el texto bíblico para señalar a la familia; también el sitio del orden para vivir. Idiomas hay que identifican a la familia como el lugar donde se come, eso está muy bien. Por eso hay famélicos por ahí, aunque tenga de todo, son famélicos morales, porque no tienen casa, familia, mesa; la han destruido. Otros están famélicos porque no tienen dónde comer, aunque tenga familia física. Es, pues, un gran bien tener casa, familia, y que no falte el aceite. Esas bendiciones tenemos los redimidos.
En Israel eso se vivía, por símbolos, en cada ritual o fiesta. Cuando cada mes ofrecen holocaustos, cada vez que ofrecen las primicias de la cosecha, cada vez que siembra… se recuerda que han sido sacados de la esclavitud, que su padre fue un migrante… pero también que se tiene ahora un sitio, del cual son responsables para conservarlo y darlo a los que vienen después. Cuando ofreces los primeros frutos de tu cosecha (si no vives en el campo, pues lo haces con tus bienes), estás reconociendo la fidelidad de nuestro Dios con los que nos precedieron, pues tu cosecha es parte de su trabajo, lo que dejaron para ti; pero también es confesión de la misma fidelidad para el futuro. En tus primicias están incorporados tus hijos y los hijos de tus hijos, que también, otro día, ofrecerán sus primicias, y se acordarán de la fidelidad del Señor contigo. Y así, así… Por supuesto que ahora no tenemos el orden social de Israel, ni tenemos tierra como la de ellos, pero quedan sus significados para siempre, en cualquier situación. Es más, no olvides que la obra perfecta de Cristo, cuando con una sola ofrenda hace perfectos a los santificados, esa ofrenda incluye estas fiestas de cosechas, primicias, etc., no sólo el sacrificio de expiación, claro está.
En esa casa que nos da el Señor, debemos recibir al extranjero. Y éste verá y vivirá las promesas de nuestro Señor. Incluso, como indica el texto bíblico, participará de nuestras fiestas (salvo alguna en particular), aunque sea extranjero, pagano. Al que viene para vivir contigo, paz. Asilo, hospitalidad. Al que viene para destruir tu casa, guerra. Hostilidad.
Y para señalar algunas modalidades de esos que han querido siempre destruir nuestra casa, la casa de nuestros padres, la mesa de comunión con nuestra familia y con el Señor, vamos a vernos en el siglo XIX, con el referente de Luis de Usoz y Río. Ya mismo tenemos en la Complutense el congreso que cada año realizamos sobre la Reforma española. Allí nos vemos, el 29 y 30 de octubre.
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