Resulta insultante presuponer que todos los catalanes están manipulados respecto a esta cuestión que nos ocupa… mientras que el resto de los ciudadanos del Estado no.
Hace justo ahora tres años estuvimos conversando acerca de Cataluña (i,ii). Fue a raíz de aquella primera Diada multitudinaria, la de 2012 que, como se ha visto después, marcaba definitivamente un punto de inflexión en el devenir de nuestra pequeña historia.
Ya hubo una primera señal el 10 de julio de 2010, en la también multitudinaria manifestación en protesta por la sentencia del Tribunal Constitucional respecto al nuevo Estatut.
Y desde entonces no sólo ha llovido mucho, sino que ha llovido de todo y, en general, desde aquí, lo que se percibe es poco respeto. Hemos tenido lluvia de desprecios y ninguneo, tormentas de mentiras, descalificaciones e insultos, vientos racheados de campañas de todo tipo para denigrar a todos y a todo lo referido al proceso catalán, cortas precipitaciones de tics no democráticos que se colaban involuntariamente, o no, en los discursos políticamente correctos. Ha sido muy interesante.
De nuevo, en esta ocasión, me propongo reflexionar en voz alta. Quizá alguno quiera acompañarme.
En primer lugar me gustaría mencionar que el pueblo catalán, es decir, todos los que viven aquí, son personas que piensan. Quizá esto no haría falta decirlo, pero resulta insultante presuponer que todos los catalanes están manipulados respecto a esta cuestión que nos ocupa… mientras que el resto de los ciudadanos del Estado no. Aquí, además, tenemos la ventaja de que podemos contrastar lo que se dice en los medios españoles y lo que se aporta desde los medios catalanes. Así que, o todos o ninguno, ¿no?
Uno de los puntos importantes, a mi modo de ver, es la cantidad de personas que ha apoyado las manifestaciones ciudadanas, y lo vamos a hacer tomando la cifra mínima, la que ha dado en todos los casos el gobierno español, de alrededor de 500.000 personas (aunque parece que en realidad ha sido como mínimo el doble en cada ocasión): medio millón de personas de una comunidad de siete millones y medio. Valorad la proporción.
Un detalle al respecto, del cual creo que todos somos conscientes es que, de los que no acuden a las convocatorias, no todos son contrarios a la idea de la independencia de Cataluña. Es decir que, evidentemente, el argumento de la mayoría silenciosa es un arma de doble filo.
Otra consideración es la que se refiere a que desde Cataluña se está convencido de que una posible desconexión de España hasta la soberanía plena sería un proceso sencillo y sin coste. Por supuesto que no es así. Artur Mas advierte siempre de lo contrario, y todos sabemos que ésa es la verdad. Y más con las amenazas de poner el camino difícil y de boicots concretos por parte de todos los que nos quieren tan bien.
Sin embargo, y a pesar de todas estas consideraciones, el tema no radica en lo dicho hasta ahora. La cuestión es si en democracia existe el derecho a decidir, si en un sistema que presume de libertades ciudadanas las personas tienen derecho a expresarse, a manifestar su voluntad, entendemos que civilizada y pacíficamente. Y ésta es la cuestión central, lo que de verdad está en juego.
Tristemente, y es lo que se venía sospechando, nuestro país no puede presumir de democrático, con todo lo que conocemos de manipulación de los medios de información por ejemplo, o de cómo principalmente quedan defendidos y amparados los más pudientes y para ellos se gobierna en última instancia, y ya no digamos todos los cambios legislativos involucionistas en cuanto a derechos y libertades de los últimos años. Cuando ha llegado la hora de la verdad, quizá la primera prueba de cómo afrontar desde el Estado -democrático- un reto auténtico, de propuesta de cambio real y no como otros que se han prometido siempre, la reacción ha sido penosamente decepcionante.
Pero voy a volver, a pesar de todo, a pesar de que no se trata del punto realmente esencial, a algunas de las cuestiones que se vienen debatiendo.
¿De verdad alguien cree que desde Cataluña no se quiere poder llevar a cabo una consulta a los ciudadanos sobre el tema de una posible soberanía que sea legal y pactada? ¿Nadie recuerda que se pidió la autorización para hacer un referéndum -que ni siquiera es vinculante-, creyendo que estábamos en una democracia, después de aquellas manifestaciones ciudadanas nunca vistas? Y allí comenzaron, o más bien continuaron, los NO, NO a todo.
Y cuando lo que podría ser legal se priva, queda la opción de abogar igualmente por lo legítimo y por lo justo. Y aquí se ve claramente que toda la argumentación de legalidades vigentes -que no dejan de ser un consenso por unos años, hasta que son sustituidas por otras- queda con un peso bastante relativo. Con el eximente aún mayor de que lo que podría referirse al derecho de autodeterminación de un pueblo, recogido en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos, es de rango superior a cualquier otra ley (lo cual no implica que no sea un tema complicado de todos modos, es cierto).
¿Alguno piensa, además, que 1.400.000 personas han salido a la calle a tapar las vergüenzas de corrupciones o de lo que sea a un gobierno o a varios? Más bien han salido a pesar de ello, del desencanto generalizado, de los recortes y la crisis, de toda la vida cotidiana tan costosa para muchos en estos últimos años. ¿Y nadie se pregunta por qué?
Supongo que a más de uno le suena la expresión el problema catalán. Bien, quizá se trata de eso, de que no está resuelto, de que la transición propició muchas esperanzas y que desde Cataluña se creyó que se trabajaba de veras por un proyecto común, y se ayudó incluso con pactos de gobierno para la estabilidad. Probablemente las aspiraciones de Cataluña iban un poco más allá, eran históricas, se remontaban a avasallamientos y agravios de hace siglos pero que quedaron en la memoria colectiva, siguieron acumulándose con la guerra ilegal de Franco y el trato que se recibió después, y finalmente la sentencia del TC respecto al Estatut y las recientes intervenciones para españolizar han acabado por traer a la consciencia lo que verdaderamente está en juego.
Por cierto, respecto a la lengua de Cataluña, la otra que no es el castellano -porque aquí hay dos-, el cansancio realmente ya es infinito a la hora de explicar que en el bilingüismo se habla un idioma u otro según es la lengua de tu interlocutor, que cuando giras la cara hacia uno u otro cambias automática e inconscientemente de idioma, no por molestar, no por ofender o levantar barreras, sino porque se da así en el cerebro. Y si al final resulta que lo que se ha dicho en catalán concernía e interpelaba al que no lo entendía, se traduce y punto, con naturalidad. Y no hace falta pedir perdón.
Vuelvo a mis reflexiones, que a veces me desvío. Y sigo con mis preguntas: ¿Alguien creyó que a los ciudadanos se les iba a pasar la euforia, a todos, que iban a olvidar lo que se traían entre manos y entre sueños respecto a lo de querer expresarse en libertad para su futuro? ¿En serio? Porque la participación de 2.300.000 personas que era sólo simbólica en el famoso 9-N quiere decir que no se está jugando, que se apoya la iniciativa del gobierno catalán, que se quiere ser escuchado. Por cierto, que aquí aún nos estamos preguntando cómo podía ser más democrático no votar que hacerlo…
En otro orden de cosas, no puedo pasar por alto que Artur Más ha transmitido un mensaje lógico-histórico impecable, y ha tratado a los ciudadanos como seres inteligentes, dando argumentos siempre, vaticinando que el proceso iba a ser muy difícil sin ninguna duda, asumiendo también errores. Las intenciones ocultas no las puedo conocer, pero por lo menos no me ha ignorado, ni insultado, ni se me ha reído en la cara, como han hecho día sí y día también muchos otros... ¡que se supone que quieren seducirme para que decida quedarme en España sin dudar!
Hace unos años yo sólo me sentía catalana, con una herencia doble en esta España nuestra. Siempre tuve que soportar las bromitas y las puyas típicas... y cargantes. Creo que nunca he sido catalanista, y menos en el sentido de sentirme superior a otros pueblos o naciones, o en el sentido en que lo es el nacionalismo español que niega la entidad efectiva y el valor a otras realidades diferentes. Pero ahora, al final de estos tres años, creo que ya sé lo que quiero.
Como muchos de mis conciudadanos, lo que anhelo es un futuro de libertad y respeto. Simplemente. Y en esta probable andadura en que el futuro es incierto y se presenta complicado, lo hace sin embargo con todas las posibilidades abiertas de ser más justo y más solidario.
Las aspiraciones de Cataluña no son contra nadie, son a favor de vivir mejor tomando las decisiones y gestionando los recursos desde aquí, para salir todos beneficiados en la buena convivencia que nos caracteriza, por más que se diga otra cosa. La soberanía es autogestión, no fronteras.
Y antes de terminar, quiero tener una pequeña sección de agradecimientos.
En primer lugar, a todos aquellos que nos quieren tanto que nos advierten de las catastróficas y apocalípticas consecuencias de la posible separación de Cataluña y España.
En segundo lugar, a todas esas personas que con o sin esfuerzo mantienen su cerebro impermeable a cualquier argumento, a cualquier idea que no sean las consignas recibidas, ya que gracias a eso se nos fortalecen el carácter y la determinación, puesto que nos hace revisar de continuo nuestros planteamientos, llevándonos a la conclusión de que quizá no hay entendimiento posible, y habrá que vivir con ello.
Y en último lugar, a todos los verdaderos demócratas de cualquier rincón del Estado español que, aún prefiriendo que sigamos el camino juntos, reconocen que nuestras aspiraciones son legítimas, nos dicen que nos honra reivindicarlas pacíficamente, y que tenemos todo el derecho a decidir nuestro futuro.
i http://protestantedigital.com/magacin/12974/Catalunya_y_ciertas_verdades_incuestionables
ii http://protestantedigital.com/magacin/13002/Catalunya_iquestde_que_estabamos_hablando
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