Dios, el mal y los narcisos (2)

Terminaba mi artículo primero sobre este tema, con estas palabras que incluso: “… permitiendo Dios el mal, se presenta como un educador que colabora a nuestro desarrollo con paciencia…” que Dios permita el mal en el mundo, causa real de los mayores y más frecuentes males de la vida, puede darnos una idea del precio de nuestra libertad. Dios odia el mal por él mismo y por el daño que nos hace, pero no es un dictador que pone el orden por la fuerza, sino un educador que colabora en nuestro desarrollo con paciencia.

El mal nos puede servir para nuestro crecimiento, nuestra realización, luchando contra él para superarnos, no sólo para ser buenas personas sino hombres nuevos, meta del Creador para nuestra vida. Ya el texto sagrado marcaba ideales sublimes, aun conociendo la realidad del mal: “no seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. La historia de la humanidad y la historia del genuino cristianismo ¿quién profundiza en ello? nos presenta una larga galería de varones y mujeres admirables que trabajaron con denuedo para hacer un hombre mejor y un mundo mejor: agricultores, navegantes, exploradores, inventores, médicos, enfermeros, profesores, investigadores, líderes, obreros, gobernantes, políticos, misioneros, predicadores, pastores, mártires, maestros, teólogos, escritores, y tantos otros héroes anónimos que olvidamos con frecuencia, mientras escarbamos en las miserias de no pocos miserables y los subimos al pedestal. Prácticamente ninguno de los nuevos hombres, los que no meramente hablan del mal, sino trabajan por hacer el bien, creció en un laboratorio envuelto entre algodón en rama, sino trabajando a favor del bien y contra el mal.

El hombre occidental, es muy narciso, y no me refiero a la planta de la familia Amarilidácea de floración primaveral, ni siquiera al nombre del efebo griego que en la mitología se transformó en flor al ver su imagen reflejada en el agua tan bella que se enamoró de su propia belleza. No, me refiero al hombre que como un niño rico, vive con la mayor naturalidad una vida lo más confortable posible, como si todo fuera obvio y natural, como si todo se le debiera porque sí, sin saber lo que valen las cosas, ni mucho menos agradecerlas. Pero en cuanto algo no funciona a su gusto, frunce el ceño, se enfada y coge una rabieta.

Es fácil ver “Desde el Corazón” que el cosmos mantiene a todas horas un orden maravilloso. Sería interminable destacar toda la belleza y la riqueza no sólo de toda la creación, sino aún del más pequeño rincón del mundo. Pero los hijos de papá de hoy no entonan ningún canto al Creador, excepto a algunos, que en ocasiones con su buenismo tratan de hacer algún bien puntual, para satisfacer su bondad de cacareo. Hay una catástrofe natural, y los buenistas de tales instantes tratan de hacer algo que se vea y se sepa; y los agnósticos sueltan pullas no sé si a Dios, a la idea de Dios o a los que creemos en Dios. Si creemos en Dios, vivimos con cierto misterio, el misterio del mal. Pero si no existiera Dios, nos quedarían dos misterios: ¿por qué existe el mal? y ¿por qué existe el bien? y “Desde el Corazón” me atrevo a decir a algunos Narcisos: ¿si no existe Dios a quién te quejas? y si existe ¿por qué le insultas?.

Empecé diciendo en la primera parte de este artículo, recordando lo que el rey David escribió en otro de sus cánticos: “dice el necio en su corazón: no hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien”. Usando el concepto hebreo de Nabal, bien que puede decirse, también “dice el nabal en su corazón… fuera Dios…” insensato preeminente y universal. Concepto “nabal” que tiene significados como: desmayado, decaído, como la hoja o flor marchita –de ahí mi idea de narciso- y es que el hombre no negaría a Dios, si no fuera “necio” por naturaleza, y negando a Dios y dejándolo fuera, no es de extrañar que se convierta en un necio en la práctica. Y esto explica mucho del mal en el mundo.

Los que dicen no hay Dios, o fuera Dios, discuten muchas teorías sociales, económicas y filosóficas, para cambiar el mundo, pero todas ellas se reducen a dos cosas: o reformamos el mundo, o reformamos al hombre. Muchos políticos, ensayistas, escritores, educadores y psiquiatras que tratan teóricamente de la perfección, parten de que todos los males de la Humanidad pueden remediarse con el cambio de muchas instituciones, con la aparición –ahora de nuevo- de partidos y políticas emergentes. Según ellos, cambiando eso todo se habrá arreglado, es como la panacea mundial, pero todos estos proyectos se dirigen contra algo externo al hombre. Y reconociendo que muchos cambios genuinos hacen bien, sólo un objetivo tan grande como el mismo Dios puede hacer que el hombre transforme su naturaleza. Y no me refiero a que Él nos haga simplemente buenos hombres, sino hombres nuevos, para un mundo nuevo. Y el hombre nuevo se agranda y deja su necedad, cuando el corazón siente que sí hay Dios, y perfeccionador de los que Le buscan.