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Cómo zafarse de las garras de la pornografía (2)
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Los peligros de la pornografía

La sociedad, las mujeres, las relaciones conyugales, y los usuarios individuales sufren consecuencias devastadoras.

INTIMIDAD CON DIOS AUTOR Fernando Plou 13 DE SEPTIEMBRE DE 2015 11:20 h

Algunos bromean diciendo que el peor daño que la pornografía puede causar es cortarse el dedo con papel. No podrían estar más equivocados. La pornografía no es un vicio inofensivo. La verdad es que la sociedad, las mujeres, las relaciones conyugales, y los usuarios individuales sufren consecuencias devastadoras.



Es perjudicial para la sociedad. Desde el inicio de la revista Playboy en 1953, el ciudadano medio lentamente se ha vuelto más tolerante a las imágenes para adultos, pero no sin severas consecuencias. Los investigadores han notado que una exposición periódica a la pornografía puede llevar a cometer actos de violación y abuso sexual infantil. En un estudio, el 86% de los violadores convictos confesaron hacer uso periódico de la pornografía, y el 57% reconoció que trató de recrear una escena pornográfica durante la violación. El mismo estudio reveló que el 87% de los que abusaron de niñas y el 77% de los que abusaron de niños hacían uso periódico de pornografía dura. Otro estudio encontró que el 51% de los estudiantes masculinos expuestos a pornografía violenta indicaron que probablemente violarían a una mujer si pudieran salirse con la suya.



En un sentido más general, la pornografía tiene un efecto perjudicial sobre las actitudes públicas en cuanto al sexo. Rebaja la relación sexual llevándola fuera del contexto del matrimonio. También promueve una visión superficial e irreal del sexo que ignora por completo la amenaza de embarazos no deseados o de contraer enfermedades de transmisión sexual. Mirar pornografía te expone a la mentira de que el sexo es impersonal y que puedes tener relaciones sexuales con cualquiera, en cualquier momento y sin consecuencia alguna.



Es degradante para las mujeres. Con frecuencia, las mujeres son explotadas en el mundo de la pornografía. Algunas de las historias más tristes son las de mujeres que participaron en la realización de películas para adultos. En muchos casos, las mujeres son coaccionadas para que lleven a cabo actividades humillantes, degradantes y abusivas, a fin de satisfacer sexualmente a los personajes masculinos. De hecho, la mayoría de las mujeres que entra en la industria de los videos pornográficos (al menos las que entran por voluntad propia), hace una película y luego renuncia, debido a que es una experiencia extremadamente denigrante.



La depravada propaganda de la pornografía es la responsable de difundir la mentira de que las mujeres están disponibles y dispuestas en todo momento para satisfacer las exigencias sexuales de un hombre. En la mayoría de los casos, muestra a las mujeres como objetos sin capacidad de razonamiento, que solo existen para ocuparse de los caprichos sexuales de un hombre. En última instancia, alienta a mujeres de todas las edades a regalar uno de sus dones más preciados e íntimos, y permitir que otros lo exploten para obtener beneficio monetario o sexual.



Es dañino para los matrimonios. Es solo cuestión de tiempo antes de que un esposo le transmita la infección de la pornografía a su matrimonio. Contrariamente a lo que algunos nos harían creer, el material sexualmente explícito no realza la relación sexual entre esposos; la arruina. Y recuperar la intimidad y la confianza es un proceso largo y escabroso.



La pornografía crea exigencias irreales en cuanto a la frecuencia de las relaciones sexuales, los actos sexuales específicos, y la naturaleza de la respuesta de la mujer, por nombrar solo algunas. Rara vez la vida real está a la altura de lo que se representa en el mundo falso de las películas para adultos. Cuando un esposo exige que la realidad imite su fantasía, las relaciones sexuales se vuelven vacías para él y denigrantes para su esposa. Al final, ambos se sienten resentidos y menos interesados en tener relaciones sexuales.



Más aún, mirar imágenes sexualmente gráficas no hace que un esposo desee más a su esposa; todo lo contrario. Un investigador descubrió que, cuando a los hombres se les mostraba fotografías de modelos de Playboy, posteriormente afirmaban que disfrutaban de menos amor conyugal que otros hombres a los que se les había mostrado imágenes no pornográficas.



Muchos hombres que devoran imágenes sexuales injustamente comparan a sus esposas con lo que han visto. Y ninguna esposa puede estar a la altura de la realzada imagen juvenil y de formas perfectas de las páginas centrales. Una esposa dijo: «Aunque yo era cuidadosa con mi vestimenta y mi figura, descubrí que mi esposo criticaba cada vez más mi apariencia… No era lo suficientemente atractiva como para competir con las modelos jóvenes y alteradas quirúrgicamente… Al final, él perdió todo interés en mí como pareja sexual. Esto tuvo un impacto devastador en la opinión que yo tenía de mi valía como mujer. Creó tal desesperación en mí que comencé a descuidar mi apariencia».



En casos extremos, mirar pornografía puede llevar al abuso sexual en la relación conyugal. Se considera un abuso sexual que un esposo coaccione a su esposa para que recree algo que él ha visto en la pornografía. Un esposo imprimió sus fotografías para adultos favoritas de Internet y las tenía guardadas en un cuaderno. Varias veces a la semana, hojeaba el cuaderno como si fuera un catálogo, escogía una escena y luego obligaba a su esposa a representarla.



Es destructiva para los usuarios. La pornografía corrompe las mentes de sus consumidores. Los hombres que miran imágenes sexualmente explícitas quedan tan afectados por lo que ven que solo pueden contemplar a las mujeres como objetos sexuales. En vez de aprender cómo disfrutar y realzar la mente y el corazón de una mujer, terminan centrándose en su cuerpo y fantaseando en cómo explotar su belleza física.



De manera lenta pero segura, ver imágenes de desnudos condiciona a los hombres a desnudar a las mujeres en sus pensamientos e imaginar cómo sería tener un encuentro sexual con ellas. De hecho, la mayoría de los hombres que deja de ver pornografía queda horroriza al saber el grado en que esto ha afectado su opinión de las mujeres, al verlas como objetos sexuales.



Mirar pornografía también afecta la manera en que los hombres se ven a sí mismos. Los hace sentirse superficiales, sucios, débiles y totalmente descalificados para servir en el reino de Dios. Y, cuanto más miran, tanto más sus corazones pierden contacto con la vida para la que fueron diseñados.



Ver imágenes sexualmente explícitas es otro vicio que impide que un hombre perciba el propósito de Dios para su vida y llegue a cumplirlo. Y, a medida que la pornografía sigue cegando su corazón y llevándolo cada vez más lejos de donde se encuentra la verdadera vida, será solo cuestión de tiempo antes de que las imágenes para adultos que tanto mira se conviertan en una adicción esclavizante «para cometer con avidez toda clase de impurezas» (Efesios 4:18-19).



El grado de esclavitud puede oscilar entre una adicción de nivel uno (grave) a una adicción de nivel tres (severa). En una adicción de nivel uno, un hombre ya no tiene un simple interés superficial en el material para adultos… está obsesionado con mirarlo. Ha pasado de toparse con él ocasionalmente a desviarse en forma deliberada de su camino para mirarlo.



En una adicción de nivel dos, el hombre intenta relacionar el mundo de fantasía de la pornografía con el mundo real. No es poco frecuente que un hombre intente recrear en la vida real lo que ha estado viendo. Puede que trate de representar con su esposa lo que ha visto, ya sea que ella lo sepa y consienta o no. A medida que su lucha se hace más intensa, puede que recurra al teléfono o al sexo cibernético, trate de buscar mujeres para un encuentro sexual de una sola noche, o incluso solicite a una prostituta.



Muchos hombres permanecen en una adicción de nivel uno o dos durante años y nunca van más allá. Si un hombre avanza hacia una adicción de nivel tres (y hay muchos que lo hacen), participan de formas más severas de pornografía, incluyendo la pornografía infantil y el sadomasoquismo. Y, como la pornografía desinhibe y embota la conciencia en cuanto a lo que está mal y es dañino, también puede llevar a un grave comportamiento criminal, como la violación y el abuso sexual infantil.



Los hombres que quedan esclavizados a una adicción a la pornografía se identifican con una o más de las siguientes declaraciones:




  • Busco pornografía con frecuencia.

  • A menudo, paso parte del día esperando poder ver pornografía.

  • Cambio constantemente de opinión sin poder decidir si mi problema está fuera de control o bajo control.

  • Suelo comparar a mi esposa o a mi novia con las mujeres que veo en la pornografía.

  • A menudo, prefiero mirar pornografía a tener intimidad sexual con mi esposa.

  • Me niego a hablar con otros acerca de mi problema secreto.

  • Miento para encubrir mi lucha.

  • Mirar pornografía me ha llevado a graves problemas: la pérdida de mi empleo o mi matrimonio, deudas financieras, una enfermedad de transmisión sexual, un arresto o un embarazo no deseado.



Una adicción a la pornografía no se desarrolla de la noche a la mañana. Conquista a un hombre lentamente, y hay múltiples factores en juego.



 



(Continuaremos en próximos artículos.)


 

 


3
COMENTARIOS

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Jedidías
15/09/2015
22:10 h
2
 
Bueno, eso es bastante discutible. De esa forma, tampoco deberíamos evitar el tráfico de drogas, ya que ellas no serían el problema, sino sus consumidores. Y lo mismo con lo demás, como la prostitución, etc. Evidentemente, la responsabilidad es de los usuarios. Pero hay una diferencia entre una TV y una revista pornográfica, creo yo.
 
Respondiendo a Jedidías

Alfonso Chíncaro (Perú)
30/01/2016
17:00 h
3
 
La pornografía hace daño, un daño grave. Simplemente eso.
 
Respondiendo a Alfonso Chíncaro (Perú)

flash
14/09/2015
15:52 h
1
 
El problema no es la pornografía, sino las personas. Habría que ver, ¿qué motiva a ver eso? Del la misma manera, podríamos poner en el banco de los acusados al televisor.
 



 
 
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