La realidad es que más de 600 millones de mujeres hoy no tienen futuro. Recordemos el ejemplo la Iglesia primitiva.
Quisiera mostrarles una foto, origen de este sueño a compartir. La pueden ver sobre estas líneas.
Al observar esta foto, se mueve el corazón precisamente por lo que no se ve en ella. Es la historia de toda una cultura milenial, atada a tradiciones ancestrales donde el peso de las revelaciones condicionan la historia, la cultura, las tradiciones y los sueños íntimos de millones de mujeres.
La imagen evidencia la historia de los pueblos, de las razas, y sobre todo, de las personas.
En las redes sociales se solicitó que las personas dejaran por escrito lo que cada una podía llegar a percibir en esta imagen. Ha sido interesante recibir sus muchas respuestas. Sus expresiones, algunas reiteradas, fueron: Soledad e indiferencia; Abandono, soledad, desamparo; Silencio, tristeza, dolor, soledad; Amputación antropológica; Soledad y espera; Soledad, tristeza, esperanza; Incomunicación; y así muchísimas expresiones más o menos similares.
En otra ronda de preguntas, también por las redes sociales, se intentó analizar los tres tiempos verbales que se observan en la imagen.
Un pasado, de espaldas a ellas donde ya nada se puede hacer. Todo lo vivido ha quedado atrás. Su pasado ha condicionado su presente y frustrado su futuro.
Su presente es el que es. El peso de sus historias personales inclinan sus espaldas agobiadas por el dolor de sus propias frustraciones. En ese presente se muestra una esperanza que no se sabe de dónde vendrá.
Y su futuro. Su futuro está representado por ese gran muro a pocos metros de ellas. Un muro infranqueable por el peso de su historia y cultura. Un muro que limita y hace añicos el sueño de libertad para sus propios hijos y nietos. Un futuro sin futuro. Un muro que sólo le permite vislumbrar un futuro cercenado de libertad para decidir, para escoger, para proyectarse.
Es un presente y un futuro que sólo les autoriza a aceptar la orden de que sus hijas y nietas de nueve años puedan ser dadas en matrimonio. Que ellas mismas no puedan salir a la calle sin estar acompañadas por un familiar cercano. Que el goce de una relación íntima sólo debe ser para el hombre, por lo tanto ellas deberán sufrir una ablación de sus órganos íntimos por esa causa. Y un sin fin de presentes torturantes.
Y al mirar esta realidad y la de nuestra propia sociedad evidenciamos cuánto valor tiene para nosotros el futuro. Nuestra mirada es el horizonte. Nada nos limita a soñar y alcanzar. Trabajamos hoy para mejorar el futuro propio y de nuestras familias. Nos esforzamos hoy para darles a los nuestros un futuro mejor. Nos movemos y esforzamos en función del futuro.
Sin embargo, la realidad es que más de 600 millones de mujeres hoy no tienen futuro. Recordamos el ejemplo la Iglesia primitiva.
Fue necesario insertarse en la misma. Tomaron partido en las necesidades sentidas de la gente. No fueron ajenos a los vaivenes sociales de los agentes de turno que sojuzgaba la libertad y la dignidad de las personas.
En verdad fueron sal para preservar la esencia con las que Dios dotó al hombre y a la mujer desde el mismo inicio de la creación, su libertad y dignidad. Consideraron que todo precio a pagar valía la pena y estuvieron de acuerdo con ello
PLANTEAMIENTO PRÁCTICO
Y la Iglesia, el Pueblo de Dios, ¿cuál es nuestra lucha –no ya por el objetivo que las personas conozcan a Cristo– sino para ser agentes de cambios de historias, culturas y pueblos, para traer la libertad y la dignidad que todas las personas recibieron del Creador? Es la libertad, la misma que Dios Creador dotó al hombre y a la mujer en el Edén, la que el Pueblo de Dios debe anhelar para todo ser humano sobre la faz de la tierra.
Puede ser que esa libertad, que incluye la libertad de decidir, le dé una oportunidad de encontrarse con su Salvador. O no. Tal vez su libertad de decisión, le lleve a continuar su propia decisión de vivir de espaldas a Dios. No importa. Es dueña de esa libertad.
La Iglesia no puede extender su mano de ayuda al mismo tiempo que extiende la otra para recibir a cambio una decisión por el Salvador. No sería ético y no tenemos ese ejemplo del Salvador. No hubo reproches para los nueve que no regresaron a Él, después de ser sanados. Respetó su libertad de ser agradecidos o no.
También creo que éste es un desafío que deberán asumir como propio las mujeres del Pueblo de Dios. Es una lucha de la mujer a favor de la mujer. Es el llorar con la que llora y sufrir con la que sufre. Es padecer los dolores de un parto para que otra goce de su hija llamada Libertad.
La pregunta que surge ante esta realidad es:
COMPARTIENDO UN SUEÑO
Para concluir, sólo puedo decir: ¡cuán difícil se nos hace compartir un sueño! Es todo tan subjetivo y personal que se complica para encontrar la línea de los pensamientos a comunicar. No obstante, aun así hay certezas en algunos extremos de este sueño.
Una de las certezas es que debe ser compartido; otra certeza es el reconocimiento de la dificultad o capacidad personal para hacerlo. Otra es que no depende de uno el verlo hecho realidad, pero sí el deber de compartirlo. Otra certeza es que entre el tiempo invertido hoy y el momento de ver cambios en el futuro pasarán años. Otra certeza, y quizás la mayor, es que vale la pena emprender este desafío de fe.
En verdad es un sueño que quita el sueño. Paradojas de nuestro interior. Para ubicarnos en el espíritu de este momento y de estas palabras, consideremos esta imagen.
Todo un pueblo, miles de hombres, mujeres y niños. Cuatrocientos treinta años viviendo en tierra ajena. En realidad, no tenían tierra propia, sólo una promesa de poseerla de Alguien que parecía haberse olvidado de ellos.
En los últimos años, uno se levantó en nombre de otro que dice llamarse "Yo Soy el que Soy" y vino a nosotros.
No podemos, dice el pueblo, negar que hizo milagros y prodigios, pero quién sabe… el peso de nuestra historia de dolor y sufrimiento nos hace dudar.
Y salieron por orden de aquél que tenía un Nombre no común entre ellos. Su salir fue apresurado, hasta glorioso y expectante. Caminaron por horas y días tal vez, hasta llegar al final del camino. Frente a ellos un mar imposible de cruzar. ¿Dificultad? Ésta es la menor.
Un raro ruido y un perceptible temblor de tierra les hizo volver sus ojos atrás, para divisar a lo lejos un ejército arrepentido de haber dejado ir a una multitud de esclavos y con la sangre en sus ojos para vengarse por la humillación sufrida.
Un mar al frente y un ejército con sed de venganza que se aproxima por detrás. ¿Qué hacemos? ¿No hubiese sido mejor morir en vergüenza que aquí sin saber qué hacer? Para colmo, delante nuestro el “iluminado” que nos dice: No temáis.
Sin embargo, este “iluminado” contaba, para tamaña aventura, con el arma más poderosa conocida ayer y hoy. Una simple vara. Sí, una simple vara. Y con esta simple vara y en obediencia a la Palabra de aquél que tenía un nombre poco conocido, abrió el mar en seco, pasó Israel y sucumbió bajo las aguas el poderoso ejército egipcio.
Para enfrentar el desafío de compartir este sueño, no contamos con nada. Sólo con una vara llamada “convicción” y un "Yo Soy el que Soy" capaz de producir cambios en la historia y las culturas de los pueblos. ¿Acaso no es suficiente?
CONVICCIÓN FINAL
Hay una mujer, entre las siervas de Dios, que oirá como un trueno el susurro de la voz de un Mardoqueo que dice: … ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?
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