Si yo, con todos los medios a mi alcance para aprender, no tengo en el fondo el conocimiento interior del discernimiento y la sabiduría de la elección, estoy inteligentemente perdido
Estimado E-milio:
Me has sido un excelente alumno durante el curso 2014/2015, no es de extrañar que te hayas graduado de forma tan brillante, no hay duda que los profesores y tú hayáis hecho tan excelente trabajo; y ahora en estos días de Agosto, tiempo que me es pintiparado para escribir de forma distraída, quiero compartirte algo que me sorprendió al principio del curso y que sin darme cuenta me enseñó algo muy interesante.
Llegabas puntual a clase, pero me sorprendía que no traías ni cuaderno, ni bolis para escribir, ni Biblia de forma física: eras tú y tu tableta o iPad.
Y quise hacer alguna prueba provocadora y secreta, solicitar a toda la clase, la lectura de textos bíblicos, y tú rápidamente los encontrabas y los leías, y si pedía a la clase que si otros alumnos tenían otra versión del texto leído, tú me indicabas la posibilidad de un número de diferentes versiones… yo, en mi infancia informática preguntaba “¿tienes muchas versiones?” y me constabas tal número que me quedaba absorto, y aún más cuando me decías que: “con tu tableta podías acceder a todo o a casi todo.
Puedo entrar en muchos museos de arte del mundo, puedo entrar en multitud de bibliotecas, leer cantidad inverosímil de libros, bajarme muchos de ellos, puedo consultar los resultados de las últimas investigaciones científicas, los últimos éxitos musicales y ya en entusiasmo fantasioso, hasta descubrir cómo eran los camarotes de los barcos cruceros más importantes” y me quedé sorprendido y pasmado conmigo mismo, porque sabiendo que hay todas esas posibilidades, y teniendo una magnífica tableta, no la he usado en el último año.
Yo, prácticamente hasta 1961 no tenía casi libros. El ingreso y comienzos del Bachiller los hice con muy pocos libros. Ni visitaba una biblioteca. Aprendía lo que me enseñaban los profesores. Hoy, cualquier joven tiene acceso a un conjunto de conocimientos de tal envergadura que asombrarían a cualquier sabio del pasado; ni los mayores filósofos o científicos ni teólogos dispusieron antes de tanta información.
El salto ha sido espectacular. Hoy los caminos para el saber están abiertos para todos: sólo hay que querer recorrerlos. Para los ciudadanos del rico Occidente, el mundo del conocimiento, incluido el bíblico está a su disposición, a todas horas, en casi todos los idiomas, a todos los niveles y prácticamente gratis, incluso en los barrios más pobres hay salones “consultorios” donde un joven puede pasar horas ante el ordenador, por unos pocos euros divirtiéndose recorriendo las autopistas del conocimiento o distrayéndose con los juegos electrónicos.
Cuando en estos días de Agosto buscando el periódico del día, encuentro un quiosco o una librería, me encuentro con cientos de libros, revistas, periódicos en varias lenguas, para todos los gustos, de todas las especializaciones, y me pregunto “¿qué hubiesen pensado nuestros antepasados (ya ni imaginándose el alcance de las tabletas), sólo cien años atrás ante semejante espectáculo?”; es un lujo hoy, el derroche de saber al alcance de nuestras manos.
Hoy, en el mundo occidental, no aprende quien no quiere. No obstante, en esto del conocimiento, quiero compartir contigo que hay dos clases básicas e importantes del conocimiento.
Uno es el consanguíneo, congénito, que no se tiene, sino del que se forma parte, los sentidos naturales para aprender; otro, consecuencia de un cultivo, de un afinamiento de una elección. Los dos son respetables. El primero es más visceral: una actitud de nacimiento, que se reaviva cuando se nace de Arriba, una presencia espiritual más que un raciocinio.
El segundo corre riesgo de equivocarse: de equivocarse tanto que vaya, por mera tecnología contra el anterior. Ese error es fatal. Si yo, con todos los medios a mi alcance para aprender, no tengo en el fondo el conocimiento interior del discernimiento y la sabiduría de la elección, estoy inteligentemente perdido. Sin duda disponemos de mayor información, de más datos, de más estudios; pero la mente y el corazón, sobre los que se distribuyen esos hechos agregados, deben ser limpios, fuertes y espirituales.
A estos dos tipos de conocimientos corresponden cuatro tipos de usuarios: los que sólo tienen uno, buenos para el cielo poco útiles en la tierra, los otros los que tienen sólo el segundo, buenos técnicamente para la tierra, nada para lo sobrenatural. Los que tienen los dos, y los que no tienen ninguno. Pero de los tales, te escribiré en próxima carta veraniega.
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