Nicolás y Pepitín

Hasta el siglo XVIII nuestra cultura no tuvo muy en cuenta al niño como tal, sin entrar en la grandeza de la enseñanza bíblica acerca de esta edad, sin comparación alguna con las costumbres antiguas. A los ojos de la Antigüedad –repito, sin detallar la majestuosidad del respeto a la infancia del Antiguo y Nuevo Testamento- y de la Edad Media, la infancia era un periodo no del todo natural en la vida de los seres humanos. Algo de lo que se salía lentamente, a través de una convalecencia más bien larga e incómoda. Una especie de enfermedad –mortal, por si fuera poco, como prueban los índices de mortalidad infantil- enfermo viene de in-firmus, o sea, el falto de firmeza. Y el niño es un ejemplo claro de debilidad.

Ahora se piensa de forma diferente; sin embargo la realidad no es tan opuesta. Hoy no sé muy bien cómo se educa a los niños (no me refiero a las asignaturas que se les enseña, que tampoco lo sé muy bien), ni si de verdad se les educa. Lo que “Desde el Corazón” sí sé que yo vivo de rentas todavía. Vivo bastante de lo que aprendí en mi niñez. Conocer después las verdades del Evangelio (¿acaso se enseña hoy?) y la experiencia, me han servido para ratificar la educación recibida y depurar poco a poco aquello: para saber lo perdurable y lo que no; para saber que no todo el mundo ha recibido la misma educación; para saber que es muy difícil que un adulto se eduque. No me sorprende que Jesús quisiera un hijo de asna que no lo hubiera montado nadie, para domarlo Él. Y para comprobar que las sociedades son como las personas: las menos desarrolladas, gesticulantes, vocingleras, excesivas, lo mismo que muchos de los niños; las más desarrolladas, convencionales, controladas, metódicas, respetuosas de los valores absolutos.

Mi niñez fue un escenario en que reñían Nicolás V.R. o el niño bien educado, de otro Pepitín M.G. que se emperraba en resultar chocante. Ninguno de los dos era modelo muy recomendable. Nicolás que ya parecía entonces anticuado y risible, consistía en un muchachito siempre vestido de ropas caras y buenos perfumes, apareciendo como un creído de Coria y crema pastelera (su familia eran los horneros y pasteleros del barrio); Pepitín, era un enano redicho, sabiondo, gordito y tramposo (se notaba que a los dos, los habían inventado sus mayores) a ninguno de los dos, y sus amiguetes, conseguí llevar a la Iglesia Protestante, y por sus influencias a nadie de la banda (prejuicios de sus mayores); sólo creció conmigo como creyente un Vicente T.R. más conocido con el mote de “Chai” (éste también por la enseñanza de su madre Matilde).

“Desde el Corazón” recuerdo que a mí, mis mayores, en especial mi madre y hermana, me habían enseñado a distinguir entre ser educado y estar bien educado. Las dos son vías de convivencia; pero así como la segunda se vuelve más agradable, la ausencia de la primera la imposibilita.

Uno hace para los demás casi todo lo que hace ¿estarán mis lectores de acuerdo? Nos cortamos las uñas, nos lavamos y aseamos para parecer limpios, nos limpiamos los zapatos, nos vestimos sin estridencias, evitamos hacer suciedades en público. Y, también por los demás, uno deja de anteponerse en campos más profundos: no suscita la violencia, no escupe improperios ante el contradictor, escucha su opinión, no se impone al que juzga inferior, practica el arte de escuchar, no se enrabieta ante los malos humores, y ayuda al que se encuentra en apuros. Y a todos trata como desea ser tratado.

Lo malo y real es que todo hombre se compone de un Nicolás y de un Pepitín. Sí, sí, ya sé que me valdría más el profundo tema psicológico de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, o el magistral estudio del Senador de Tarso Dr. Saulo, sobre “lo que debería hacer no hago y lo que no quiero hacer eso hago” y por algo será. “Desde el Corazón” sea como sea, el cuerpo de cada hombre es el instrumento para su afirmación: por la energía física, por la intelectual, el ser y estar educado, sobre todo por la espiritualidad de la persona. Ésta por encima de todo. Los buenos modales deben ser la expresión de nuestro “patrimonio interior” y no del mero patrimonio exterior, de lo que presumimos la mayor parte de la gente.

Ser una persona educada y espiritual no es tan difícil. No se trata simplemente de tener modales refinados; incluso en esto, Jesús es el modelo perfecto: una persona educada. ¿No será por ello, por lo que los evangélicos decimos que vamos al “culto” a cultivarnos? debe serlo en todo momento y con todo el mundo, y para ello se necesita mucha fuerza interior –formación espiritual- inmejorable tratado de ética –las Sagradas Escrituras-, que ya un hombre de los más cultos de la tierra, definió como el texto que puede prepararnos para “toda buena obra” y un ser de referencia para toda situación ¿podrá alguien superar a Jesucristo?