Cada segundo oraciones desesperadas salen de la boca de aquellos que están sufriendo toda clase de injusticia.
Nunca olvidaré la primera vez que conocí a una víctima de trata, una superviviente de la esclavitud de nuestro siglo XXI. Una jóven de apenas 20 años de edad, que durante 2 años había sido esclavizada sexualmente por hombres que decidían poner precio a su cuerpo.
Al conocerla, no pude evitar invitarla a un café. Buscamos un lugar cómodo y donde ella pudiese sentirte a salvo, cogimos la mesa de la esquina, para poder ver a todas las personas que estaban a nuestro alrededor, y de algún modo controlar la situación, pues sus traficantes aún la persiguen y su vida sigue estando en riesgo.
Fue el café más largo de mi vida, por horas y horas estuvimos hablando. Yo no podía evitar hacerle todas las preguntas que se me venían a la cabeza, "¿cómo te captaron?, ¿cómo te sentías? ¿qué decía tu familia? ¿por qué no pedías ayuda a la polícia?..."
Entre todas estas preguntas, formulé esa que, sin saberlo, me cambiaría la vida.
"¿Cómo escapaste?"
Ella comenzó a desmenuzar su corazón y contarme cómo había sido...
"Loida, yo no conocía a Dios, no sabía quién era, no entendía nada de lo que en ocasiones había escuchado... pero en medio de mi sufrimiento, en las noches más oscuras y frías, mientras era esclavizada, y durante todo el día, hablaba con Dios, lloraba pidiéndo su ayuda, le pedía por favor que enviase a alguien, que alguien me rescatase, tal vez un ángel... ¡yo no sabía, yo sólo me dirigía a él en cada momento porque quería ser libre y sabía que él podía hacerlo!"
Conozco a Dios, y sé que él hubiese podido liberarla por él mismo, enviando ese ángel que ella tanto pedía, o creando esa circunstancia perfecta para que ella fuese libre, así que, con la mayor sonrisa en mi cara, y con los ojos brillantes esperando esa respuesta milagrosa, le volví a preguntar:
"Y, ¿qué pasó? ¿quién vino?"
Ella miró al suelo, cogió el café, tomó el último sorbo, me miró a los ojos y me dijo:
"Nadie vino".
Ese fue el instante que marcó mi vida, las palabras que a día de hoy, siguen resonando en mi corazón: "Nadie vino".
Desde ese momento me di cuenta de una realidad. Cada segundo oraciones desesperadas salen de la boca de aquellos que están sufriendo toda clase de injusticia. Oraciones a un Dios que tal vez no conocen, pero del que saben, puede recatarlos, puede traer la provisión que tanto necesitan, traer su abrazo consolador y su protección sobrenatural. Ese Dios, el Dios de los pobres, el Dios desconocido al que los corazones claman.
Pero, ¿qué hay de la respuestas a esas oraciones? ¿cómo se está haciendo tangible el consuelo en medio de la desesperación? ¿qué está haciendo Dios?
Dios ya lo hizo, ya trajo la respuesta tangible, la respuesta hecha carne y hueso, la provisión convertida en panes y peces, el perdón a los condenados, la sanidad a los más enfermos y rechazados, la dignidad a las personas más violadas... Él ya lo hizo, y ahora es turno de la Iglesia.
Existe una necesidad de urgencia, la Iglesia debe despertar a las oraciones de los más necesitados, la Iglesia debe ser las manos, los pies, el abrazo, la provisión, el abrigo, la sonrisa de Jesús, del Jesús tangible que hemos conocido.
Hay oraciones que no están siendo contestadas. Hay un clamor que se levanta desesperado buscando una respuesta que nunca llega. Dios puede sí, Jesús es la respuesta sí y ahora Dios ha dado el privilegio a la Iglesia de ser la respuesta a esas oraciones, la respuesta que los corazones necesitan, la Iglesia, la portadora de la respuesta en amor tangible.
El mensaje de Jesús es un mensaje que se expande a través de la acción, es un mensaje que se embellece en actos llenos de amor hacia el prójimo. No podemos predicar un mensaje teórico sin acompañarlo de pruebas evidentes del mismo.
¿Qué hubiera pasado si Jesús sólo hubiera explicado con palabras el mensaje de amor, perdón y redención y no lo hubiera acompañado con hechos, con el acto de morir en la cruz y resucitar por nosotros?
¡Gracias a Jesús que fue obediente en hablar y también en actuar!
Y ahora ¿qué vamos a hacer como Iglesia? ¿qué mensaje vamos a predicar que acompañe a las palabras? ¿cómo vamos a ser la respuesta a las oraciones de los quebrantados?
No estamos en un juego, la Iglesia tiene una gran responsabilidad. La responsabilidad de llevar el mensaje de Jesús de manera tangible y ser consecuente con nuestras palabras y con nuestra fe.
Ahora bien, ¿cómo podemos escuchar las oraciones de los quebrantados, de los más necesitados? La respuesta es fácil, aunque compromete toda nuestra vida: estando con y entre ellos, hablando con ellos, haciendo de ellos nuestros mejores amigos. ¿Acaso no es lo que Jesús hizo? ¡Escuchaba el clamor de ellos porque estaba con y entre ellos!
Necesitamos despertar nuestros oidos al clamor, no podemos normalizar el llanto, no podemos ignorar las voces desesperadas, no podemos ignorar la necesidad.
Tenemos que responder en acción, con actos de amor que cubren mucho más que las necesidades físicas, que pasan a ser hechos que dejan ver el amor de Jesús. No menosprecies lo que hoy puedes hacer. Acércate al solitario e invítale a un café, cocina para el que pide dinero para comer, visita al enfermo, habla con el abuelo solitario...
Sé la respuesta real a la oración desesperada.
"De la misma manera, la conducta de ustedes debe ser como una luz que ilumine y muestre cómo se obedece a Dios. Hagan buenas acciones. Así los demás las verán y alabarán a Dios, el Padre de ustedes que está en el cielo". (Mateo 5:16 TLA)
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