Jesús, que no tenía pecado alguno de que arrepentirse, se identificó con los pecadores en ese escandaloso sacramento del arrepentimiento.
Llama la atención que el NT comienza con la proclamación y el sacramento juntos. Cuando Juan vino predicando el reino de Dios, llamaba a los oyentes a un cambio radical de actitud ("Arrepiéntanse", Mt 3:2) ratificado por una acción sacramental (3:6, ser bautizados).
Jesús también vino predicando el reino, exigió arrepentimiento (4:17) y se dejó bautizar por Juan (3:13-16).
El evangelio de Mateo también concluye con el mandato de evangelizar a todos los pueblos y bautizarlos (28:19).
Proclamación y sacramento se unieron cuando Juan apareció "predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados" (Mr 1:4; Lc 3:3; Mt 3:6,8,11).
El bautismo conocido en Israel antes de Juan era el bautismo de prosélitos. Como gentiles inmundos, ellos tenían que limpiarse en el río Jordán y renacer como nuevas personas, ahora judíos, hasta con nombre nuevo, según algunas fuentes.
Entonces pedirle a un judío de nacimiento que se someta a tal bautismo era tratarlo como gentil, como que no fuera israelita, y obligarlo a reconocerse a sí mismo como tal.
Por eso el bautismo de Juan significaba un acto de profundo arrepentimiento. Al dejarse bautizar también, Jesús, que no tenía pecado alguno de que arrepentirse, se identificó con los pecadores en ese escandaloso sacramento del arrepentimiento.
En la acción sacramental, Dios mismo actúa en el actuar de la comunidad, como en la predicación Dios habla en nuestro hablar. En ese sentido, el sacramento también es milagro, parecido al sermón.
Esa correlación de palabra y acción apareció antes en los profetas de Israel, que solían coordinar integralmente la palabra profética y la acción profética. El acto sacramental es palpable y visible, por una mediación material: el agua en el bautismo, el pan y el vino en la comunión. Dios, el creador de la materia, se place en hablar también por ella, como su lenguaje no-verbal (cf. Salmo 19:1-4).
Ambos, el lenguaje verbal de Dios y su lenguaje no-verbal, son necesidades esenciales para la comunidad y deben mantenerse en su debido equilibrio. Ni la celebración del sacramento debe eclipsar a la predicación, como en el catolicismo tradicional, ni el énfasis "púlpito-céntrico" debe restarle valor e importancia a los sacramentos. Debe haber una relación coherente y dinámica entre los dos.
LA PREDICACIÓN Y EL CULTO
Por "culto" entendemos la celebración de la comunidad de fe en todos sus aspectos y momentos. Incluye el cántico, la lectura, la oración, la confesión, el silencio, los testimonios, el sermón y el sacramento.
A veces se analizan como leitourgia (liturgia, doxología), kerygma (proclamación) y didaje (enseñanza) En todo debe estar presente, por lo menos implícitamente, la diakonia (servicio, praxis). El sermón no debe verse como una interrupción extránea del culto, tampoco la adoración congregacional como "preliminares" para el sermón, ni el sacramento como un mero apéndice, ni mucho menos una nota al pie, del resto de la celebración.
En el culto contemporáneo, hay una fuerte tendencia a sobredimensionar los momentos en que nosotros hablamos a Dios (cántico, testimonios, oraciones) pero subvalorar los momentos en que escuchamos a Dios hablarnos a nosotros (la lectura, confesión, silencio, sermón y sacramento).Especialmente notable y preocupante es la ausencia del silencio en casi todos los cultos, en el que Dios nos pueda hablar.
La tendencia hoy en muchas iglesias evangélicas es de priorizar exageradamente la "A y A" (Alabanza y Adoración) a expensas, lamentablemente, del sermón.
El cántico, a menudo estilo rock 'n roll, dura unas horas, repitiendo muchas veces los mismos coros, y a la hora de proclamar la palabra, todos (incluso el predicador) están agotados. Es común escuchar desde el púlpito frases como, "el Señor nos ha bendecido tanto, y ahora es muy tarde, de modo que el sermoncito será muy breve", o aun peor, "el Señor nos ha bendecido tanto esta mañana, no vamos a tener sermón hoy".
Si se puede afirmar que el catolicismo tradicional tendía a enfatizar tanto el sacramento que llegaba a eclipsar al sermón, muchas congregaciones evangélicas contemporáneas están cayendo en la misma trampa, pero sin el sacramento. Martín Lutero, a denunciar la priorización de la misa en desmedro del sermón, pronunció palabras que se aplican quizá aun más a muchos cultos protestantes hoy:
Ahora para corregir este abuso, lo primero es saber que la comunidad cristiana nunca debe reunirse, sin que ahí la misma palabra de Dios sea predicada y que se hagan oraciones... Por eso, donde no se predica la palabra de Dios, sería mucho mejor ni cantar ni leer ni aún reunirse... Sería mejor omitir todo lo demás, menos la palabra., porque no hay nada mejor que dedicarnos a ella.
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