Siempre hay lugar para la clase correcta de mejoras. Pero asegurándonos de que sean guiadas por los principios de la Palabra de Dios, no por filosofías de mejoras mortales de este mundo.
Me pregunto qué diría el Apóstol Pablo si visitara alguna de nuestras Iglesias hoy y no digamos el conglomerado de Asambleas. ¡Qué colmena de actividades!; comités, comisiones, programas de entretenimiento sin fin a lo largo del año, para terminar con Campamentos especializados en todos los deportes, incluidos los de riesgo, los de tipo Brodway y festivales de Karaokes; cursillos de adiestramientos y decenas de reuniones a la búsqueda de la Identidad Perdida. Sin embargo no se le da a la adoración la importancia que tiene ni al gusto del Adorado, los cultos han de ser de lo más breve posible, bien cortos, se eliminan las reuniones de oración y se aumentan los tiempos de músicas a la carta. Algunos llaman a estas cosas mejoras, pero ¿son realmente cambios para mejorar?
Conocí una historia acerca de una mujer que se enfermó gravemente y fue llevada al hospital. En la noche su esposo preguntó cómo estaba, y le dijeron que estaba mejorando. Durante varios días y ante las visitas de los hijos y familiares, su médico les daba el mismo informe: “va mejorando”. Entonces, un día, la mujer murió inesperadamente. Cuando el esposo llegó vio al médico y le preguntó: “bueno, ¿de qué murió, de mejoras?”.
Sé de una Iglesia que “MURIÓ DE MEJORAS”. La primera fue emplear a un Pastor cuyas ideas no eran bíblicas, ni de llamamiento divino, pero decoraba bien en la congregación. Luego la reunión de oración se cambió por encuentros de debates literarios. Los estudios bíblicos eran tertulias en las que todos opinaban de todo. El tiempo de los anuncios superaba al tiempo de la predicación, la mayor parte de la celebración se dedicaba a música de letras inteligibles. El Pastor suprimió la oración pública de comienzo del culto, por demasiado litúrgica –dijo y las Ordenanzas se realizaban sin solemnidad, sin unción. La Iglesia hoy día está muerta. “Desde el Corazón” yo sugeriría poner una lápida enfrente de la capilla que dijera: “Murió de mejoras”.
Siempre hay lugar para la clase correcta de mejoras. Pero asegurándonos de que sean guiadas por los principios de la Palabra de Dios, no por filosofías de mejoras mortales de este mundo. Engaños que creen revisar y corregir el Evangelio y lo han cosido infinidad de comentarios que han terminado oscureciéndolo, despoetizándolo y ofuscando su esplendor.
Recurrimos a él para asuntos totalmente extraños a su mensaje y que, no obstante, por mucho que se busque, no son mencionados en él, y descuidamos las cosas esenciales, los puntos más importantes. Lo hemos despojado de sus paradojas, haciéndolo “razonable”. Lo hemos reducido a ley moral, hasta el punto de hacer que desaparezca su peculiaridad de “bella noticia”.
Lo estamos banalizando, instrumentalizando y tergiversando por todas partes. Lo estamos transformando en una bandera para exhibirla en grandes ocasiones, impidiendo que se convierta en un despertador del alma, inquietud íntima. Y nos servimos de él como pretexto para pasar de contrabando otras cosas. Lo empleamos para apuntalar las ideas y las posiciones más tambaleantes, y para justificar las iniciativas más discutibles. Le hemos quitado su poder, desactivando su carga provocadora.
“Desde el Corazón” pienso que hemos abusado de él para ponerlo de nuestra parte cuando nos venía bien, pero no nos hemos servido nunca de él para acusarnos de “nuestras culpas”; “nuestros incumplimientos”; “nuestras infidelidades”. A lo sumo, ha sido para muchos un arma cómoda para empuñarla contra los demás, no una ruda piedra para golpearnos el pecho con una confesión necesaria: “me confieso de haber faltado al Evangelio”. Culpabilizamos a otros sin reconocernos nunca culpables. Hemos conseguido estropearlo a fuerza de… no usarlo. Le hemos quitado esplendor, unción y la novedad, con la rutina, lo archisabido, la desilusión. Envileciéndolo y deshonrándolo con nuestras polémicas personales y de grupo.
De él se han apropiado los burócratas, los funcionarios estructuralistas, los diplomáticos, arrancándolo de las manos de los profetas. Hemos hablado y debatido sobre él, modernizado y explicado, pero sin haber sido interpelados personalmente. Somos predicadores y gritones de la Palabra, pero no oyentes. Nos empeñamos en “decir”, planificar, descuidando el “hacer”.
Fue Dios quien reveló Su Evangelio, y puso a la Iglesia en el mundo para enseñar y vivir este Evangelio, el padre de la mentira trata de mejorar este Evangelio, es decir, poner el mundo en la Iglesia… ¿estarán muchas otras muriendo de mejoras?
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