Por estar vinculada al mundo educativo, seguí de cerca algunas de las discusiones en torno a la asignatura de religión en la escuela, y me sorprenden ciertos argumentos que se manejan.
A raíz de la nueva ley de educación, la LOMCE, más conocida como Ley Wert, esta cuestión de la enseñanza de la religión en los centros públicos de educación ha sido comentada y debatida ampliamente, tanto en los medios de comunicación como a nivel de calle.
En mi caso, por estar vinculada al mundo educativo, seguí de cerca algunas de las discusiones, y me sorprendían ciertos argumentos que se manejaban.
Creo que el tema empieza con la definición que demos de escuela y de cuáles deben ser sus funciones. Y ahí tenemos el primer punto, porque solemos decir que la escuela debe ocuparse de la educación integral de los niños y las niñas, es decir, debe formarles en todos los ámbitos del desarrollo de su persona, desde los más técnicos – como las matemáticas o la gramática-, pasando por los referidos a cómo desenvolverse en la vida social –resolución de conflictos y mediación, cómo solicitar un trabajo o un crédito a un banco, educación sexual…-, hasta llegar a las ciencias sociales y las de la naturaleza. En este caso, pues, la enseñanza de la religión tiene perfecta cabida porque abarca, entre otras, la parte espiritual del ser humano.
Hay quien esgrime en este punto que la escuela pública en España es laica. Y esto, según queda definido en el marco legislativo también, no es así: la escuela es aconfesional y plural, pues debe dar cabida a las demandas de los padres y tutores en este sentido de tener, o no, formación religiosa, y de qué tipo. Otra cuestión es la dificultad de organizar los horarios de un centro con diferentes líneas en más de un aspecto.
De todos modos, y en este punto de la neutralidad educativa, no podemos obviar lo que suele conocerse como el currículum oculto, que entre otras cosas significa que cada maestro, cada profesor, aparte de su asignatura, transmite sus propios valores, su cosmovisión: con su forma de hacer, de reaccionar frente a las situaciones que se producen en el aula, con su estilo de vida que en muchas ocasiones es conocido por los alumnos.
La experiencia de la religión, argumentan algunos, debe ser privada. ¿Por qué? Muchas de las religiones mayoritarias en nuestro país tienen como uno de sus ejes principales la expresión comunitaria y pública de la fe. Además, caeríamos en la paradoja de que todo es expresable pública y explícitamente, salvo la religión (la filiación política, la pasión deportiva por unos u otros colores, la preferencia sexual…).
Por cierto, me sorprendió muy desalentadoramente que la gran mayoría de tertulianos que escuché o de articulistas que publicaron sobre este tema -y también compañeros y conocidos- desconocen que desde hace más de 20 años se imparten clases de religiones que no son la católica romana en los centros de enseñanza públicos: la evangélica, la judía y la musulmana, por ser de notorio arraigo histórico en el territorio. Los que son los profesionales de la información, no es ya la falta de profesionalidad que demuestran lo que clama al cielo, sino el trabajo de desinformación y confusión que llevan a cabo sobre la opinión pública.
Otros comentadores inciden en el tema de los contenidos. ¿Cómo se puede afirmar que el ser humano alcanza su plenitud cuando restablece una relación con Dios? ¿Cómo se puede enseñar, en el siglo XXI, la creación como origen de nuestro universo? ¿Cómo se puede tomar un libro un tanto particular –de muchos autores, de muchas épocas y todas pretéritas- como norma de fe y conducta en esta vida? Pues como una opción más, por supuesto; considerando, además y por ejemplo, que el ser humano no encuentra respuesta a sus inquietudes más íntimas en el mundo que conocemos empíricamente, o que muchos aspectos de las teorías científicas que se aportan como explicación del origen de las cosas no están aún demostrados, o que no deja de ser sorprendente la innegable unidad de pensamiento de los 66 libros que conforman la Biblia…
Finalmente quiero mencionar uno de los puntos que ha creado más polémica, y es la cuestión de que la asignatura de religión sea evaluable con peso en la nota media del curso.
Los criterios de evaluación suelen considerar el cumplimiento de objetivos a nivel de conocimientos, de destrezas y de actitudes. ¿Hay algo medible en alguno de estos tres aspectos en una asignatura de religión? Sí, claro. Comenzando por el conocimiento de las historias bíblicas, continuando por el contexto histórico, geográfico y cultural de cada autor bíblico, siguiendo por los distintos estilos literarios utilizados, las propuestas éticas y morales, la arqueología que puede aportar luz sobre los contenidos relatados… y llegando hasta la tesis principal que sostiene la Biblia. ¿Esto es evaluable? Sin ninguna duda.
Respecto a si se ponen en práctica las propuestas éticas o se asumen ciertos valores bíblicos, entraríamos a considerar la diferencia entre formado y transformado. Si me permitís, la conversión -¡pongamos que se diera el caso!-no puntúa, pero sí todo lo demás, igual que en la asignatura de Filosofía Contemporánea, o Historia de las Civilizaciones Antiguas, o Literatura Medieval Europea, o Educación Cívica.
Yo lo dejo aquí, insistiendo en que la enseñanza de la religión, a mi modo de ver, sí tiene cabida en la escuela, como un aspecto más de la formación de una persona. Una cosa es no ser creyente, y otra muy distinta defender el analfabetismo sobre cualquier tema relacionado con las religiones, bien sean los mitos griegos, los maoríes… o los cristianos.
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