Lutero fue un personaje en público, y su vivencia personal se convirtió en figuración pública.
Esto es común para todos: existimos y nos vivimos en un paisaje que asumimos. No hace falta que sea correcto, que se corresponda con los hechos, para nosotros es parte de nuestra existencia. Para entender a Lutero es necesario verlo en su paisaje, en lo que él asumía, aunque podamos luego reconocer que realmente el contexto, el paisaje, la figura donde coloca Lutero la suya propia, no es la que corresponde a los hechos.
Esta cuestión de vivir en nuestro paisaje, de ser parte de él, nos condiciona. Incluso en ese cuadro colocamos episodios que están falseados, pero eso es normal. En algunos casos un episodio se convierte en centro de todo el conjunto, para siempre, y para bien o mal. Siempre vivimos una realidad en algún sector distorsionada.
Lutero fue un personaje en público, y su vivencia personal se convirtió en figuración pública. Debemos acercarnos al Lutero como él mismo se dibuja dentro de su paisaje, en sus referencias. Esto es tarea nunca acabada, con nadie, pero se trata de procurar que no se meta otro Lutero en la persona del real, o le cambiemos su ubicación.
En sus enemigos ha perdurado una figura, en los ecuménicos, otra, en los amigos, otra. A ver cuál queda aquí entre nosotros. De momento se transmite un personaje heroico, levantado contra los poderes más formidables del momento: el papa y el emperador. Un reformador, o “el” reformador de la Iglesia; el que tradujo la Biblia en lengua vernácula, dando ejemplo para otros… Y así podríamos seguir.
Esa imagen para los amigos, para sus admiradores, también de los actuales, suele iniciarse con el momento crucial de clavar sus 95 tesis contra las indulgencias. (Que por eso celebramos el V centenario ahora en 2017.) Es evidente que lo hemos colocado así en un paisaje algo fuera del que él mismo asumió.
Acudamos al sitio. Lutero tiene una vida “pública” en su condición de profesor de Biblia en la universidad de Wittenberg, pero su persona alcanzará la máxima condición pública por medio de esas tesis. Realmente Lutero no quiso ser público por ellas, ni siquiera previó que salieran del ámbito de discusión cerrada de la academia. Es paradójico, pero el 4 de septiembre de ese año, sí quiso aparecer más en público, afectar a otras localidades y ámbitos; preparó y envió a otras zonas 97 tesis contra el escolasticismo, pero nadie contestó. Esto era muy importante para él, y debe tenerse en cuenta para ver su paisaje. Hasta ese momento era muy conocido en medio de Wittenberg, y se consideraba su figura como principal en contra del método escolástico, pero en las mesas de ese círculo universitario. Ahora pretende extender esa crítica para que otros la conociesen y se pudiera discutir la materia. Y se quedó sin público. Mientras esperaba respuestas, dispuso las 95 sobre las indulgencias, que de ninguna manera quería que saliesen de la discusión cerrada del ámbito de Wittenberg. No estaban ni preparadas ni pensadas para su publicación o extensión. No se sabe cómo, alguien las tradujo al alemán, y se multiplicó por todas partes la cuestión y su autor.
De manera que la Reforma se inicia (en un sentido, puede considerarse la fecha así) con unas tesis para discutir sobre las indulgencias, que escribe alguien para quien el tema no es muy relevante, y por supuesto no se trata de un escrito contra la doctrina papal en su conjunto, ni siquiera contra la figura del papa. Lo que realmente le interesaba al fraile Lutero era el adecuado uso del método de estudio de la Teología. En Wittenberg ya lo aplicaba hacía años: rechazo del escolasticismo en favor de un nuevo método, el estudio centrado en el texto bíblico. Pero esto quedaba dentro del ámbito eclesial, y tenía a otros mentores. Eso era lo que pretendía Lutero. Lo de las indulgencias era asunto local, importante desde la perspectiva pastoral, pero no motivo de sus proyectos. Es cierto que el asunto de las tesis acarrea una tensión pública que pone en marcha un movimiento, pero Lutero de ninguna manera pretendía eso. Por tanto, la Reforma se inicia con un suceso que su autor quiso privado, en su ámbito académico de Wittenberg, y que lo que él sí quería, la aplicación del nuevo método de estudio bíblico, pasó desapercibido. (Aunque luego será importante en el manejo de Lutero de las posteriores confrontaciones.) Las tesis contra las indulgencias resultó ser, en la propia definición de Lutero de lo que era una buena obra, una obra de la que al autor “ni se enteró”. Lutero con sus 95 tesis no es un héroe contra el papado, que tiene un propósito reformador. La circunstancia posterior se le vino encima; él mismo lo confesó, y Dios lo llevó a un campo de batalla que ni imaginaba.
Lutero, desde aquella experiencia de miedo por la muerte, por no tener seguridad de que el Dios justo lo absolviera, en medio de la tormenta, siempre será especialmente el hombre de la experiencia. Eso es lo que luego pretende en el estudio de la Biblia: a Dios se le conoce en la experiencia de la Escritura, de la Palabra, no en los sacramentos o ritos, o en las especulaciones racionales de los teólogos. Pero es evidente que también es el hombre de la experiencia del demonio. Su acción es cierta y real en medio de la vida de cada uno. Así lo asumía; eso forma parte de su paisaje. Dios es real y el diablo es real, y el hombre realmente está en medio.
Tras su visita a Roma (estamos todavía lejos de las tesis de 1517), descubre que allí hay mucho diablo suelto. Reconoce que las obras del diablo se encuentran tan al paso en medio de la Iglesia. Ante eso lo mejor es la experiencia de la Palabra. Por eso el teólogo debe montar su discurso sobre ella. Luego se mostrará esta premisa como el fundamento del caminar de la Reforma, pero no solo para el teólogo, sino para todos, para todo el pueblo (por eso la tradujo al lenguaje de la gente).
Lutero, hasta ese momento de las tesis contra las indulgencias, puede decirse que es alguien que lo que pretende es conservar la Iglesia (en un sentido, así será siempre), no reformarla. [Con Calvino estaríamos en otro discurso.] Conservarla frente a los actos del diablo. Y el demonio tiene un excelente manejo de herramientas para atacar a la Iglesia en el método escolástico. Pero tras los acontecimientos que siguen al conflicto con el papado por las tesis, con aviso y posterior excomunión, y con el choque con el mismo emperador, Lutero “descubre” una parte esencial en su paisaje: el diablo no está atacando a la Iglesia, sino que se ha apoderado de ella, se ha sentado en su seno, su vicario es el papa, que es el anticristo.
Leyó en 1522 la crítica de Lorenzo Valla que demostraba la falsa Donación de Constantino, con ello Lutero no tiene dudas, el papado es el trono del anticristo, ahí está el mismo diablo. La Iglesia de Cristo está en cautividad babilónica, la Babilonia papal. Su visión de la realidad ahora está determinada por este acontecimiento, esto supone la base del paisaje donde ve la Historia y donde se ve a sí mismo en medio de ella, y asume su responsabilidad, su vocación. Que no es reformar la Iglesia, sino frenar al diablo: es una lucha a muerte. Porque esta situación supone que el final de los tiempos ha llegado.
Lutero asumía como algo natural que los tiempos finales se caracterizan por la presencia del anticristo en el seno de la Iglesia. Ahora es el tiempo. Y ya no hay más tiempo. El final del tiempo ha llegado; no hay nada que reformar, solo pelear hasta la victoria cierta de Cristo contra su enemigo, con la presencia de los suyos a su lado, y ese es el lugar de Lutero. Lo tiene clarísimo. Ese es su paisaje. Y dentro de ese paisaje hay que conocerlo. No es para excusar sus actos, solo para ubicarlos. Lutero no tiene futuro; su lienzo no permite más pintura. [Con Calvino estaríamos en otro discurso.] No es un reformador para el tiempo por venir, es un guerrero en el estadio final, y su arma es la Palabra, y la experiencia de la misma. Es contra lo que el diablo sacará todas sus fuerzas.
Incluso los aspectos más señalados, que quedan hasta el día de hoy como herencia suya, o, al menos de la Reforma (que se relaciona con su persona): el valor de la familia; la autoridad del Estado; la educación, etc., los maneja no para crear un espacio y seguir pintando el cuadro, sino como armas concretas en su estadio de confrontación final. El matrimonio, muy bien, pero como acto contra el diablo, que ha robado a la mujer y al hombre de su condición sexual… En el paisaje de Lutero no aparece para nada la posibilidad de que, tras 500 años, hoy estemos hablando de su experiencia. Y que el diablo siga por aquí.
Las palabras y actuaciones de Lutero, en no pocos casos, terribles, se tienen que ubicar en su comprensión de que el tiempo que vive es el final, y que está realmente luchando contra el mismo diablo. El demonio tiene sus hijos, sus servidores, los que luchan contra la Iglesia. Contra ellos escribe en un lenguaje grueso, brutal, porque son los que están rasgando el cuerpo de su Señor, y no queda tiempo que perder. Los hijos del diablo son el papado, por supuesto; pero también los campesinos sublevados, los destructores del orden social; y también los judíos. (Solo ubicando su actuación en el paisaje que él cree que es la realidad, podemos estar al lado de sus escritos contra los campesinos, o contra los judíos, sin darle un garrotazo. ¿Y contra el papado? Grueso, pero cierto.)
Así que para conocer al reformador, debemos conocer que su tiempo, el que él vive y vive en él, es un tiempo de escatología, de final de los tiempos. No hay que construir una nueva sociedad, sino salvar la que existe. Separado de Erasmo con su escrito De servo arbitrio, sacado de su cátedra y colocado en medio del ruido de la calle, de la sociedad, con el conflicto de los campesinos rebelados contra sus señores (que usaban alguna de las enseñanzas del propio Lutero), entiende que es el momento de darle en la cara al diablo, “a pesar del demonio”, se casa. Es cierto que lo hizo casi en secreto, el 13 de junio de 1525, pero de inmediato es un modo público de derribar las torres del diablo en las que ha mantenido presos a los hombres. El matrimonio es festivo; y el demonio aborrece la fiesta de los libres, la alegría de los redimidos. Pues a cantar, y beber. Incluso el beber lo considera parte de la lucha. Si se estropea la cerveza o el vino, eso es obra del demonio; si sale el vino bueno, es victoria contra el diablo. Es su manera de vivir su experiencia vital, completa, integral, en la lucha contra el diablo en el final del tiempo. Todo en su vida es parte de la lucha. Eso hay que tener en cuenta para conocer al Lutero de la Reforma, y la Reforma de Lutero.
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