Will Graham da cinco razones por las cuales no está de acuerdo con el uso de palabrotas en el púlpito.
Antes de convertirme a Cristo, decía palabrotas cada dos por tres. Era lo más normal del mundo. Cuando jugaba al fútbol, palabrotas. Cuando conversaba con mis colegas, palabrotas. Cuando bailaba e intentaba ligar en la discoteca, palabrotas.
Ahora bien, a pesar de tener la boca bien palabroteada tras años de práctica, siempre tuve mucho cuidado a la hora de no soltar tacos en presencia de mi familia. Tal vez por respeto. Tal vez por miedo. No lo sé. Pero sabía perfectamente qué tipo de palabras eran aceptables e inaceptables cuando hablaba con ellos.
Después de mi nuevo nacimiento en 2002, la cosa que más me sorprendió fue el efecto que la gracia de Dios ejerció sobre mi lengua. Me fue imposible seguir contando chistes verdes y diciendo groserías y palabrotas. Fue como si el Señor me hubiese regalado una nueva boca. Ya no podía hablar como antes. Fue algo extraordinario.
Por eso me ha costado mucho entender cómo algunos predicadores justifican el uso de las palabrotas a la hora de anunciar la Palabra de Dios (sobre todo en eventos juveniles).
Sin querer nombrar nombres, me acuerdo del pollo montado por un mega-pastor estadounidense (o mejor dicho, ex mega-pastor) hace algunos años atrás, el cual defendió el uso de las palabrotas en sus sermones. Tristemente, hay algunos que siguen creyendo lo mismo hoy en día (hasta he oído hablar de dos casos concretos aquí en España).
Entonces, lo que quiero hacer hoy es dar cinco razones por las cuales no estoy de acuerdo con el uso de palabrotas en el púlpito (y más allá de él tampoco).
#1.- Las palabrotas son una señal de pereza
Un predicador que se ve obligado a usar palabrotas es un vago. Así de simple y así de claro. En vez de ser diligente y estudioso escogiendo sus palabras con cuidado en el temor de Dios, opta por emplear tacos porque no tiene imaginación ni inspiración ni creatividad ni inteligencia ni capacidad ni deseos de esforzarse en la preparación del mensaje.
Usar palabrotas es una forma barata –baratísima- de llamar la atención. Algunos, como el ex pastor antes mencionado, razonarán: “Pero hay que ser como ellos para llegar a ellos. Por lo tanto, digamos palabrotas”. ¿Qué tipo de sinsentido es este? Es como si estuviesen diciendo: “Mira, ya que muchos incrédulos jóvenes fuman porros, ¡fumemos todos para ser como ellos!” o “Mira, ya que muchos incrédulos se acuestan unos con otros antes de casarse, ¡entreguémonos todos a la fornicación para ser como ellos!” ¡Menuda tontería!
Lo que tales predicadores necesitan hacer es invertir mucho más tiempo sudando y pensando antes de subir al púlpito para no convertirse en payasos a la hora de predicar. ¡Qué piensen más! ¡Qué estudien más! ¡Qué dejen de ser unos vagos!
#2.- Son una piedra de tropiezo
Es verdad que decir palabrotas en el púlpito llama la atención. Sin embargo, como acabo de decir, no deja de ser una forma sumamente barata y perezosa de hacerlo. Pero otra pregunta en esta línea es: ¿qué efecto estamos produciendo al usar el púlpito de esta manera? ¿Un efecto positivo o negativo? Propongo que el efecto sólo será negativo.
Además de convertirse en el objeto de burla de la mayoría de los incrédulos allí presentes, tal predicador perderá el respeto de casi todos los jóvenes y adultos serios de la Iglesia. Y como si esto fuera poco, será una piedra de tropiezo para muchos de los nuevos convertidos. Ninguna persona en su sano juicio desearía provocar tanta confusión. ¿O me equivoco?
#3.- ¿Qué pasa con la santidad personal?
¿Acaso no tiene la Biblia un sinfín de verdades qué enseñar sobre nuestra lengua? ¿No pertenecen todos nuestros miembros a Cristo? ¿No tiene que ser santificada nuestra lengua?
Irónicamente cuando un predicador usa mal su lengua, está desobedeciendo a la mismísima autoridad que le manda que predique. Dios quiere que la boca de todos los discípulos sea consagrada a la causa del Reino de Dios. Una lengua fea, indecente, vergonzosa y asquerosa no hace justicia a las exigencias del discipulado de Cristo. Como lo expresó el apóstol: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca” (Efesios 4:29). ¿Quién es el predicador que se atrevería a decir que es más sabio que la Palabra de Dios?
#4.- Es una falta de respeto
Usar tacos en la plataforma demuestra una clara falta de reverencia. Es tratar las cosas de Dios con ligereza. ¿Qué pasó con los hijos de Aarón cuando ofrecieron fuego extraño al Señor (Levítico 10:2)? Dios los fulminó. ¿Qué pasó con Uza cuando tocó el arca de Dios con sus manos (2 Samuel 6:7)? Dios le fulminó. No se puede jugar con las cosas santas del Señor.
Manifiesta una falta de reverencia y también una falta de respeto al pueblo del Señor. ¿Qué diría tu jefe si le soltaras una palabrota en la cara? O cambio el ejemplo. ¿Cómo te sentirías si tu jefe se dirigiese a ti con la boca llena de groserías y tacos? ¿O si fueras tú el jefe de la empresa con un trabajador bajo tu autoridad que te faltara el respeto siempre? ¿Qué harías con él (ella)? ¡A la calle! Sí, señor. Y esto es exactamente lo que tenemos que hacer con todos estos mensajeros actuales que están faltando el respeto al pueblo de Dios. ¡A la calle con ellos! No pintan nada en el púlpito.
#5.- Jesús no lo haría
Si leemos la Biblia, vemos que Jesús predicaba con fervor y pasión. Denunciaba y llamaba las cosas por su nombre. Y en determinadas ocasiones, llegó a insultar a sus enemigos. Pero nunca se pasó de la raya. No soltaba ninguna palabrota ni taco ni grosería. Usaba su lengua para la extensión del Reino.
Está también el ejemplo de los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo. Nunca usaban tacos. Tenían un mundo entero que alcanzar para la gloria de Dios; pero no lo hacían mediante métodos sucios e inmorales, sino en el poder del Espíritu. Y es este poder lo que les falta a muchos predicadores contemporáneos. Por esta razón tienen que inventar estrategias carnales para llamar la atención. ¡Qué triste! ¡Qué desgracia!
Conclusión
Por lo antedicho, que quede constatado que estoy cien por cien en contra del uso de palabrotas en el púlpito (y fuera de él también). ¿Por qué? Porque son una señal de pereza mental, una piedra de tropiezo, una violación de la santidad personal, una falta de respeto y de reverencia y Jesús nunca las emplearía.
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