En el Padrenuestro, aprendemos a aceptar a Dios como Padre, y le confiamos el primer lugar en nuestra vida.
Todas las religiones conocen la práctica de la oración. El hombre de todos los tiempos ha orado. Pero Jesús nos enseña a orar en su nombre, y esto marca la diferencia esencial entre la oración cristiana y cualquier otra oración, porque orar en el nombre de Jesús es otra cosa. Esto no lo puede hacer el hombre de sí mismo.
Orar en el nombre de Jesús es remitirnos a Él; es decir, tomar plena conciencia de que la referencia a su persona nos abre de par en par el corazón de Dios como nunca antes había ocurrido; es orar siguiendo el camino de la práctica que Él nos trazó al andarlo delante de nosotros. De manera que el Jesús orante se convierte en condición previa para nuestra oración. Así, la esperanza de nuestra oración la constituye el hecho de que Jesús oró. Este hecho es vital por tres razones fundamentales:
1. La oración de Jesús conocía la meta.
2. La oración de Jesús era poderosa, porque encontraba abiertos los oídos y el corazón del Padre celestial.
3. La oración de Jesús nos marca el camino de nuestras oraciones hoy.
Esa oración precede a las nuestras, abre el camino entre el cielo y la tierra y diluye nuestras incertidumbres. Toma con su mano poderosa nuestras débiles oraciones y hace que lleguen hasta el cielo, ante el trono celestial.
El camino que Jesús ha marcado para la oración es un camino que sólo se puede emprender desde la fe. Es un camino sólo para discípulos, para hombres y mujeres que van por la vida en pos de Jesús siguiéndole. Para éstos es que él ofrece, como modelo, la oración que conocemos con el nombre de “Padrenuestro”.
Con la enseñanza de esta plegaria comienza para los hombres la práctica de la oración en el nombre de Jesús. En el Padrenuestro Jesús se convierte en maestro de la oración.
De Él aprendemos:
1. A orar en la dirección correcta
Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios llamándole Padre. Para él Dios no es un ideal, ni una idea nebulosa, ni una instancia anónima. El Dios de Jesús tiene un nombre, y este nombre es la única dirección posible y acertada adonde dirigir nuestra oración. Esta conclusión no la hemos sacado de nosotros mismos; es Jesús, el Hijo de Dios, de idéntica naturaleza que el Padre, quien nos lo ha revelado. Por tanto, es fácil y lógico deducir que Dios no nos sale al paso como un déspota o tirano, sino como un padre amante y lleno de bondad.
Algunos tienen problemas con esta imagen de Dios como padre , debido a la mala imagen y al daño que sus padres terrenales les han ocasionado. Para éstos, y para todos nosotros, puede ser de ayuda contemplar la relación y la visión que Jesús tenía acerca de Dios. Las primeras palabras que salen de la boca de Jesús y que nos registra el evangelio de Lucas es “Padre”: ¿No sabéis que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? (Lucas 2:29). Y la última palabra en la boca de Jesús, según este mismo evangelio, fue igualmente Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).
Y entre estas dos palabras está comprendida toda la vida terrenal de Jesús. En toda su trayectoria, en todas sus circunstancias, incluidas las más terribles, este nombre divino de Padre se demostró poderoso y ayudador; por eso se nos invita a recurrir y a confiar en Él en todas las situaciones de nuestra vida.
2. Una oración bien orientada
El Padrenuestro comienza con la invocación de Dios como Padre y acaba con una doxología a modo de mirada en la meta final de todas las cosas.
Entre ambas se encuentran siete peticiones.
Dios y su reino están en primer lugar, nuestros intereses temporales en segundo lugar. Este orden de las peticiones es inalterable y debe quedarnos muy claro, porque sólo podemos alcanzar el sentido de nuestra vida y felicidad desde Dios: de nuestra recta relación con él se desprende la recta relación del hombre consigo mismo. Sólo cuando Dios ocupa el primer lugar nos encontramos nosotros en el lugar correcto. Sin esta orientación, el hombre se pierde entre la idolización de la Humanidad y el desprecio hacia ella, una dicotomía que le dificultará seriamente encontrar el sentido de su vida.
La segunda parte del Padrenuestro encierra las tres necesidades básicas del hombre al tiempo que comprende las tres dimensiones temporales de la vida humana:
De manera, que estas tres peticiones nos orientan a confiar en las manos de Dios pasado, presente y futuro de nuestra vida.
El Padrenuestro es también una oración trinitaria: cuando pedimos por el pan nos relacionamos con el Padre, creador y sustentador de la vida; la petición por el perdón se relaciona con Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor del pecado y de la muerte; y con la petición por la preservación en la tentación nos relacionamos con el Espíritu Santo, nuestro Consolador, abogado y guía.
Así, mediante la estructura arquitectónica del pensamiento y de las palabras del Padrenuestro, nos enseña Jesús a poner toda nuestra vida delante de Dios y a contar con Dios en plenitud.
3. Una oración muy concreta
El Padrenuestro nos muestra que Jesús oraba de una manera concreta; no se perdía en abstracciones ni en generalidades. Jesús habla del pan de cada día, de la culpa y de las tentaciones. Al incluir en la oración los asuntos concretos de la vida cotidiana nos muestra que reconoce a Dios Padre como el Señor de nuestra vida cotidiana, precisamente porque las cosas cotidianas sólo se tratan con alguien a quien se le tiene confianza y de quien se espera ayuda específica. A esa persona se le hace partícipe de las alegrías, se le abre el corazón y se le exponen los problemas y preocupaciones personales, en la profunda convicción de que puede y quiere ayudarnos en todo eso.
En el Padrenuestro, escuela de oración de Jesús, aprendemos a aceptar a Dios como Padre, le confiamos el primer lugar en nuestra vida y hablamos con Él confiadamente acerca de nuestros problemas concretos.
Cuando no tengamos ganas de orar, o no podamos orar, o sencillamente no nos salgan las palabras, recordemos el Padrenuestro y echemos mano de él.
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