Hago una proclamación pública de bendiciones deseables para todos, pero muy particularmente para todos aquellos que se confiesan cristianos de corazón.
Durante estos días, estaba pensando en lo que puede dar de sí este año recién estrenado. Como soy bastante dado a los titulares y a bautizar eventos y actividades diversas, por defecto profesional me animé a escribir este artículo; por ello pensé en bautizar todos los meses de este año con una bendición concreta.
Más que una declaración de propósitos, este escrito pretende ser una proclamación pública de bendiciones deseables para todos, sin excepción, pero muy particularmente para todos aquellos que se confiesan cristianos de corazón.
He querido deliberadamente que tú, querido lector/a, decidas asignar cada una de estas bendiciones al mes que te parezca más oportuno porque, como se dice popularmente, cada vida es un mundo. Y al igual que el hombre en sus orígenes puso nombre a los animales, tú también puedes, bajo la inspiración del Espíritu Santo, poner nombre a tu bendición personal y colectiva y convertirte en el profeta de tu propio destino.
En mi último artículo hablé acerca del año de la Esperanza, y esta es la primera Bendición que quiero destacar. Hablamos de la Esperanza, de llegar a vivir y a ver lo nunca visto. Esta bendición nos dice que siempre hay un mañana mejor para superar los contratiempos y que también podemos volver a empezar, cuando no, continuar nuestro camino, sobreponiéndonos a los desengaños que nos depara la vida. Porque Dios siempre cumple lo que promete.
La Bendición de Vivir es la segunda bienaventuranza que quiero destacar, por el hecho de celebrar la Vida como un acontecimiento extraordinario para no caer en la rutina de la trivialidad, ante lo que yo considero la fiesta de la Vida, y no ser atrapados por la indiferencia hacia el Creador del regalo de la vida humana.
La tercera de las que también considero bienaventuranzas, es la Bendición de la Salvación. Este es el hecho más grandioso y asombroso que Dios ha concedido a toda la humanidad, a través de Jesucristo. La experiencia pasada, presente y futura de quienes hemos recibido la Salvación de nuestras almas por pura gracia, es de una dimensión inenarrable: fuimos salvos, estamos siendo salvados y seremos salvos por la eternidad.
La cuarta es la Bendición de la Trinidad Divina. En mis más de cuarenta años de cristiano nacido de nuevo, he podido constatar la maravillosa obra de la Trinidad viendo como interactúa entre sí, como se complementa y como mantiene, a la vez, sus sorprendentes singularidades.
La quinta Bendición es la Iglesia. Pertenecer a la Iglesia universal de Jesús es una bienaventuranza impagable. La "ekklesia" en el Nuevo Testamento es la congregación de los “llamados fuera”, porque la estirpe de los arrepentidos salvados, fuimos llamados de las tinieblas a Su Luz Admirable. Por eso, si tú también tienes la marca del Cordero en tu corazón, te quiero recordar que tú y yo somos Iglesia.
La sexta Bendición, tal como nos informa el Génesis en el sexto acto creativo de Elohim, fue el de la Familia. No ha podido haber una idea más ingeniosa para vertebrar la sociedad humana como el núcleo familiar. Por ello, hemos de poner en valor a la Familia como el foro ideal del desarrollo personal, espiritual y emocional de todos sus componentes. Así que disfrutemos de esta maravillosa bendición al máximo.
Una de las riquezas espirituales más grandes para la humanidad, ha sido la Bendición de las Escrituras. Este Santo Libro ilumina nuestro andar diario y nos dota de una sabiduría superior a cualquiera de las cátedras humanas. Celebremos con gran gozo el privilegio de tener a nuestro alcance esta milagrosa biblioteca divina.
La octava de las bienaventuranzas es la Bendición de la Amistad. La primera amistad de la que podemos presumir muchos de nosotros, es la de ser amigos de Dios. Pero lo gratificante de la amistad también es poder encontrar compañeros/as afines, sinceros, respetuosos y nobles en el camino de nuestras vidas. Esta, en definitiva, es la bendición de amar y ser amados por otros/as.
La novena de las bendiciones es una de las más sorprendentes, singulares y poderosas que he podido descubrir; me estoy refiriendo a la Bendición de la Fe. La Fe es un don misterioso que Dios solo concede a los sinceros buscadores de la Verdad Suprema. Esta bendición es la llave que abre las puertas de lo imposible y tiene tal composición que nos hace resistentes al desaliento y a las más duras pruebas de la vida.
La décima es la Bendición de la Gratitud. Dice el refranero popular: De bien nacidos es ser agradecidos, y razón no le falta a esta declaración. La gratitud encuentra su inspiración en Dios mismo por su infinita bondad hacía nosotros en mil maneras diferentes. Vivamos el poder de esta Bendición, que se convierte en una bienaventuranza cuando descubrimos el secreto de la bendita paradoja, que más bienaventurado es dar que recibir.
La penúltima de las bendiciones más poderosas e influyentes que podamos practicar y ejemplificar en nuestro estilo de vida es la Bendición de Servir, servir a otros desinteresadamente y por extensión servir a Dios lealmente; porque el ejemplo supremo de una vida de servicio lo encontramos en el mismo Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.
La última de las bendiciones, que también se convierte en una auténtica bienaventuranza para cualquiera que se atreva a vivirla, es la Bendición de Amar. Esta es la bendición más revolucionaria que podemos encarnar en nuestro día a día. Cuando Agustín de Hipona dijo aquello de “ama y haz lo que quieras”, sabía lo que estaba diciendo. Porque el amor no hace mal a nadie, sino todo lo contario. El amor en acción es la más alta de todas las bendiciones a las que podemos aspirar.
Transformemos los míticos nombres de los meses del año en cada una de las mejores bendiciones de Dios para nuestra vida, nuestra familia y para el mundo que nos rodea.
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