Lo que tenemos es la vida, y cada Nochevieja, en lugar de las uvas, falseadoras de esperanzas, deberíamos mostrar gratitud al Señor de la Vida por vivir.
Ya sé que las uvas blancas no te hacen mucha gracia, máxime cuando no son recomendables para tu diabetes. Nunca, en las siete décadas que vas a cumplir te he visto comer ni cinco seguidas. Pero esta Nochevieja del 2014, Roberto, para desahogarte de esos insoportables programas de televisión, más de lo mismo: “Noches de estrellas sin estrellas”; “Noches de paz, que son disloques de zooms y músicas que son más bien zumbidos”: de contorsionismos que llaman bailes, de risas sin gracia y enlatadas, de programas insulsos sin arte, de letras musicales que te hacen comprender el porqué la palabra más usada en el 2014 ha sido “Selfi”, esta noche tienes que tomar doce uvas al compás de las campanadas del reloj de la “Puerta del Sol” acompañado de más de 20.000 personas, multitud en soledad, que también lo harán. Venga, Roberto, no me falles. Es una superstición como muchas otras. Una sandez, lo sé. Las collejas se te hacen una bola que no puedes tragar. Las pipas se te ponen entre los dientes. Y doce uvas de una vez, son muchas uvas, de acuerdo. Pero hazlo, Roberto. Luego ya descansas, y te comes con calma algo de turrón sin azúcar, o te tomas un sorbito de cava. Los hombres en España, piensan que si cumplimos con ese rito nos tratará bien el año que empezamos. Sí, ya sé que es una necedad, una tontería, pero por un ratito deja de pensar, y no te pongas a reflexionar sobre esta fiesta de vanidades. ¡Venga, Roberto, cómete las uvas!
Y despertado de este soliloquio, “Desde el Corazón” me pongo a pensar que empieza un nuevo año. Son palabras mayores. Los hombres no tenemos una vida muy larga. Nada de lo que vive tiene una vida demasiado larga: la vida es una historia que siempre acabará bien o mal, pero siempre acaba la física con la muerte. Y, sin embargo, los hombres tenemos la necesidad de parcelar la vida, de trocearla con muescas, hitos, recordatorios, metas. Como si fuera tan inmensa que no pudiéramos mirarla, ni comprenderla entera. Y es que somos más cortos que la vida. Hablamos de días, de semanas, de Abriles, de meses. Pero cuando hablamos de años ya nos ponemos serios. Cumplimos años, nos da miedo pensarlo. Celebramos que se inaugure un año y nosotros sigamos con los ojos abiertos, y ante nosotros se presente el tiempo, como una caja vacía que tengamos que llenar. Porque lo cierto es que lo que tenemos es la vida, y cada Nochevieja, en lugar de las uvas, distrayentes, falseadoras de esperanzas, disfrazadas de equívocas ilusiones; deberíamos mostrar gratitud al Señor de la Vida por vivir y concedernos otro año para llenarlo de sentido, de contenido, de bien hacer y de amor.
Las vides que nos dan las uvas, su fruto, tienen una medida natural para sus vidas, y en cada tiempo nos dan sus jugosos frutos; y tras nuevos cuidados, labranza y podas, vuelven a producir dulces alimentos.
Los hombres somos seres tan estériles, que nuestra producción de frutos no marca periodos ciertos, y se hace necesario establecer para ellos divisiones artificiales de tiempo, no parece que hubiera un periodo definido para la cosecha o la vendimia espirituales, o si lo hubiera, las gavillas o los racimos no llegan en su estación, y por eso, nos tenemos que decir los unos a otros: “este será el comienzo de un nuevo año”.
“Desde el Corazón” deseo que así sea. Que sin uvas, o con uvas, nos congratulemos los unos a los otros por ver la alborada de “todavía este año” y los creyentes oremos y todos hagamos que podamos entrar en él, y continuar en él, y llegar a su conclusión, bajo la bendición perenne del Creador a quien pertenecen todos los años.
Un comienzo de año nos sugiere una mirada retrospectiva. Un no rehusar las reflexiones de autoexamen, descubrir si ha sido tiempo de cautividad de insensatas adicciones, estaciones de horno y de crisol, de estados durmientes o de jubilosas y dignas actuaciones, que son las dignas de repetir, de ampliar y fortalecer. Mirando al pasado, lamentemos las insensateces por las cuales no quisiéramos ser mantenidos cautivos “también este año” y adoremos la misericordia perdonadora, la providencia preservadora, la liberalidad ilimitada y el amor divino y humano, de los cuales esperamos ser partícipes “todavía este año”.
Año nuevo, vida nueva se decía antaño, no una fritanga de una verbena en mitad de la nochevieja: la vida. Porque la vida, Roberto, por mucho que se diga, no es maravillosa, ni cruel, ni millonaria, ni terrible, ni apasionante; será lo que pongamos en ella, lo que hagamos con ella. La vida es única, por eso celebrarla, no a campanazos sino rendida a Aquel que vino para que “tengamos vida en abundancia” es lo que la hace, sencillamente, incomparable. Y cada año viene, en nochevieja, con el regalo de una caja vacía y no para que la llenemos de uvas.
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