Me preocupa enormemente ver en las iglesias cristianas una gran cantidad de personas que no han tenido una auténtica conversión a Dios y ellas creen que sí.
Leyendo y releyendo los Hechos de los apóstoles en los capítulos 8,9 y 10, descubrimos tres historias que reflejan tres perfiles humanos muy diferentes, la primera es la historia del etiope eunuco, tesorero de la reina de Candace, en su regreso de Jerusalén a Etiopia y su impresionante conversión cuando leía las Escrituras en su carruaje, siendo interpelado por Felipe el evangelista; y esto me hizo pensar en el poder de la Palabra de Dios en la conversión de cualquier persona.
La otra historia de conversión es la que se nos relata, acerca de Saulo de Tarso en su camino hacia Damasco a la busca y captura de los seguidores del Camino, pero lo asombroso del caso es su encuentro con el mismo Jesús de Nazaret en aquella impresionante visión celestial que desarmo su inquebrantable orgullo y lo transformo en el hombre más determinante en la historia y expansión de la fe cristiana del primer siglo.
La tercera escena de conversión más llamativa en los albores del cristianismo, es la que encontramos con el centurión romano Cornelio acompañado de su familia y amigos íntimos y su encuentro con el apóstol Pedro, una cita que sin duda fue diseñada por Dios y que supuso la puerta abierta de la fe para el mundo gentil.
El poderoso efecto que tuvo el poder del evangelio en la vida de estos tres hombres produjo un cambio inmediato en sus vidas y una transformación como la que podemos ver reflejada en la vida del que poco después se convertiría en Pablo el apóstol de los gentiles; dejando de ser el perseguidor de los cristianos, para ser perseguido él mismo por la causa de Cristo, a la que se entrego en cuerpo y alma.
El fenómeno de la conversión ha sido estudiado por muchos expertos sociales y religiosos (sicólogos, teólogos y antropólogos entre otros) para tratar de explicar el proceso sicológico, emocional y espiritual que se produce en la conversión de cualquier persona que “se vuelve a Dios” desde su increencia.
En el Nuevo Testamento observamos un continuo llamamiento a la conversión: “arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” Hechos 3:19 Marcos 1:15.
Porque la verdadera conversión nos confronta con nuestro pecado personal y nuestro alejamiento de Dios y definitivamente nos hace comprender nuestro fatal destino eterno, por la acción e iluminación del Espíritu Santo. Pero la Buena Noticia del Evangelio es, que a través de un arrepentimiento sincero y la fe en Cristo, (por su muerte y resurrección) tenemos vida eterna en Su Nombre y este hecho, aunque lo expliquemos muy resumidamente, es el milagro más grande y transformador que se pueda producir en la vida de cualquier persona.
La conversión en su acepción griega es una metanoia, quiere decir un cambio de mente, producido por el arrepentimiento personal de un hombre o mujer que se enfrentan a esta experiencia de fe.
La conversión real es una autentica crisis de conciencia, confrontándonos a nosotros mismos ante la santidad de Dios y reconociendo nuestra absoluta necesidad de El y de su perdón.
En el mismo momento de nuestro encuentro con Dios, podemos experimentar su perfecto amor que nos libera del temor a la muerte y de otros mucho temores.
Como pastor evangélico, después de más de treinta años en este bendito oficio, he observado todo tipo de conversiones reales y otras tantas supuestas conversiones que finalmente no fueron lo que parecían o decían ser. Esto queda claramente reflejado en la enseñanza de Jesús con la parábola del sembrador, Mateo 13:1-23
Me preocupa enormemente, ver en las iglesias cristianas una cantidad ingente de personas de todas las edades que no han experimentado una autentica conversión a Dios (y ellas creen que si, pero sus frutos demuestran lo contrario) y esto lamentablemente se convierte en una tragedia, porque el destino final de muchas de estas personas no será el cielo sino desgraciadamente la condenación eterna.
Por lo tanto, esta no es una cuestión baladí y me atrevería a decir como nos recuerda el mismo apóstol Pablo a los creyentes “Examinaos y probaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe” 2ª Corintios 13:5. No pretendo alarmar a nadie, pero si ser muy realista en una cuestión tan trascendental como es la cuestión de la verdadera conversión y por consecuencia la salvación del alma.
Finalmente decir que la conversión es una experiencia del perdón divino única y una transformación personal que afecta a todo nuestro ser, a nuestros valores y a nuestra cosmovisión de la vida y del mundo visto con los nuevos ojos de la fe. Cierto es que cada vida es un mundo y que el proceso en unos y en otros es diferente en muchos casos, pero la experiencia vital y determinante de la conversión es la misma en su pura esencia para todos los que abrazan sinceramente la fe en Cristo Jesús como su Señor y Salvador personal.
Por lo cual llegamos a la firme conclusión de que la Conversión cristiana es un milagro de la gracia de Dios para todos los que experimentan este maravilloso encuentro con Jesús, el Dios hecho Hombre.
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