Como la grandes ciudades necesitan del pulmón de los parques y jardines, el alma requiere de los espacios verdes del espíritu.
Si hace cuarenta y cinco años me hubieran tildado de “ecologista”, no me habría ofendido, porque aún en mi poco dominio de la semántica, creía conocer el significado de este término, pero me hubiera extrañado, porque lo que hacía, organizaba y planificaba como ejercicios en Campamentos de niños y adolescentes, pensaba que al menos era cuidar un poco la naturaleza.
Trataba de enseñar en las normas de higiene personal, que había que cerrar el grifo del agua mientras los campamentistas se limpiaban los dientes, se trataba de no desperdiciar el agua. Como “trabajos de divertimento” había tiempo de recoger papeles y basuras en el campo, algunos días plantaban pequeños brotes de posibles árboles, manipulaban semillas como lentejas, garbanzos, en terrinas con base de algodones empapados de agua, para ver en pocos días, el desarrollo de diminutas plantitas, y tratábamos de explicarles, que todo aquello era más que un juego, era aprender que un árbol más –por ejemplo era más sombra, más humedad, mejor ambiente, más oxígeno, menos calor, menos peligros de inundaciones, en suma, amar mejor la naturaleza que el Creador nos concedía. Y ahora, sé “Desde el Corazón”, que en los últimos años, se trata de desarrollar en grandes partes del mundo y en muchos programas educativos, una conciencia ecológica. Esta conciencia ecológica se entiende ahora como una defensa del planeta, de ahí grandes esfuerzos, tratados, congresos para acordar estrategias con las que defender la Tierra de tantas agresiones; porque muchos pueblos (menos, precisamente, los que más hieren al planeta, que suelen ser los más ricos y explotadores) reconocen que el planeta corre un serio peligro.
“Desde el Corazón” percibo sentimientos de millones de seres humanos y también de no pocos Países, de que hay que actuar para preservar las riquezas de la naturaleza que nos han sido dadas; y me faltaría espacio en cantidad de los boletines de este “aprendiz de escribidor” para resumir la innumerable cantidad de acciones destinadas a preservar la Naturaleza, desde la Amazonia a la India y desde la Antártida al Mediterráneo; por desgracia también imposible resumir la infinita cantidad de agresiones constantes al mismo Planeta.
Y ya que ahora se trata tanto de ecologismo, es cuando también deberíamos pensar en el “ecologismo espiritual”, del que no se suele hablar tanto, al que tantas agresiones se le hacen y del que están poco interesados los propios seres humanos. Siendo, sin embargo, más importante que el material.
Sé “Desde el Corazón” que es bueno y demandado por el Creador que nos interese el valor de la naturaleza, nos preocupe el medio ambiente, luchemos por los espacios verdes que en asfixiantes ciudades hemos construido. Pero, sin dejar de hacer esto, es necesario pensar en nuestras almas que padecen parecidas o más graves agresiones. Hay en el mundo por de pronto una contaminación de nervios, de tensiones, de gritos que hace tan irrespirable la existencia como el aíre. Vivimos devorados por la prisa; pocos saben conversar sin discutir; nos atenazan los gases de la angustia y la incertidumbre; mucha gente necesita pastillas para dormir; a diario periódicos, radios, anuncios, televisores, tabletas nos llenan el alma de residuos y basuras como estercolean las playas; se talan despreocupadamente los árboles de los antiguos valores sin percibir que son ellos quienes impiden los corrimientos de tierras; apenas hay en las almas espacios verdes en los que respirar.
Y tenemos que reconocer que el alma necesita –como la grandes ciudades del pulmón de los parques y jardines, de los espacios verdes del espíritu. Y asumir que es necesario impedir que la especulación del suelo del alma termine por convertirla en inhabitable como las colmenas en que se nos obliga a vivir. Tendríamos, por ello, que ir descubriendo, algunos de los espacios verdes que urge respetar.
El primero es la FE. Y quizá el alma se pregunte ¿pero qué tengo yo que creer?... pues que Dios existe y esto no debería ser difícil en un mundo tan maravilloso como el que Él creó.
El segundo –más que espacio verde, todo un jardín con la ayuda del Espíritu atender y entender el mensaje de Jesucristo y vivirlo. No nos podemos olvidar de otro espacio verde del alma que es la oración, que no se trata de jeribeques ni rezos sin sentido, se trata de pedir perdón a Dios y acostumbrar al alma para el encuentro con Dios. Se trata también de alejarse de los ruidos del mundo, buscar la verdad de Dios en Dios, paladear la reflexión de la Biblia, alimentándose de esta verdad, y aunque sea con escasos minutos cada día, se descubrirá cómo florece la verdadera vida.
Sí, el alma humana merece ser tan cuidada como el mundo; pues no resultaría inteligente vivir preocupados por el aire que respiramos y olvidarnos del que alimenta la vida de nuestro espíritu: Jesucristo, y éste resucitado.
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