Del amor jamás deberíamos independizarnos, menos aún destruirlo.
Sí, casi estoy seguro que por uno de los conceptos de este título, alguno se habrá interesado en leer, para ver qué dice este aprendiz de escribidor y lamento que se sienta defraudado porque no leerá de forma directa, lo que pudiera esperar leer. Pues lo que pretendo es simplemente recalcar que gran parte de la sociedad de hoy, constituye una manifestación radical de la cultura de extraños independentismos, desvinculación de valores y destructiva del amor (“SOCIEDAD INDEPENDENTISTA Y DESVINCULADA”) que le dice a la persona que su felicidad estable y sólida no se alcanza mediante el amor a otro, sino exclusivamente por la realización de las propias pasiones, deseos y preferencias convertidas en bien particular, social y político absoluto.
Aparte de las ladronadas de las tarjetas opacas, expoliando la caja de las Cajas, que guardaban dinerillos de pobres preferentistas y pequeños ahorradores, esto es consecuencia de una filosofía de vida que basa el bien reducido a mi deseo. Toda esta concepción irradia en desorden y construye estructuras del mal.
La vida de cada uno y de la propia sociedad, depende de la capacidad humana para entender el amor, para conocer su origen, significado y su alcance; la felicidad. El amor, “Desde el Corazón” lo digo de otro modo, con otros términos, es la máxima expresión del vínculo que nos une, en todos los nobles aspectos de la vida, y el único imprescindible; de ahí que la relación con Dios que es Amor, es necesaria. El independentismo con el que se vive de Él, sustituyendo esta independencia con nuestros nuevos pero rancios rudimentos: diosecillos que sustituyen a Dios; y es triste que el País Vasco, Navarra y Catalunya sean las comunidades con mayor número de ateos...
Del amor jamás deberíamos independizarnos, menos aún destruirlo. El magnífico Senador Pablo de Tarso, señalaba que en la vida por excelencia de la eternidad, ni la fe tan decisiva en este mundo, ni la esperanza tan importante para no quedar anquilosados, serán necesarias porque todo estará realizado. Sólo el amor como base y razón de la felicidad perdurará para siempre.
¿Cómo no considerar el aborto como un aliento a una sociedad destructiva del amor?; este acto en que la madre propicia la muerte del hijo engendrado, auspiciada por el padre, las instituciones públicas y parte de la sociedad, son una clara evidencia de una sociedad desvinculada del amor, por decirlo algo más finamente. Así se independiza la sociedad del principio general de responsabilidad que exige asumir las consecuencias de sus propios actos. Y este mal nunca puede ser un derecho porque ningún derecho puede auspiciar directa o explícitamente un mal, sea mayor o menor. Y si se proclama que es un acto constitutivo de la libertad de la mujer necesariamente ha de estar limitado, porque toda libertad termina donde empieza la del otro. La de la mujer finaliza donde empieza el derecho del no nacido que se vindica naciendo, porque el engendrado tiene derecho a realizarse y autodeterminarse como todos los humanos.
Y cuando se declara, que una tiene derecho a su propio cuerpo, debería pensar que un tercero también lo tiene. El ser concebido no es la madre, su ADN le identifica como un ser humano; y los derechos de los humanos, los declara tanto la Revelación de Dios como lo proclama la Declaración Universal, y si de estos reconocimientos la sociedad, es decir, nosotros, nos independizamos, los recién nacidos, quienes están en estado vegetativo, y los seniles, tampoco serían humanos.
El amor se ha vulgarizado tanto, que hasta los que creen en el amor temen valerse de la palabra. Para muchos hoy, se usa casi exclusivamente para describir el sexo, por tanto su fruto o resultado, se considera una glándula más que de voluntades, cerrándolo en la biología más que en la personalidad. Sí, nuestra sociedad es destructiva del amor. Mina con la corrupción política, animadversión a lo espiritual y a la sistemática destrucción por la falsa publicidad, una dramaturgia sensual y dedicada a los instintos, un cine embrutecedor y arte en justificar la infidelidad y el hedonismo; y poco a poco destruyendo el trípode moral, que como cimiento soporta todo amor: bondad, conocimiento y sacrificio. Los hombres podemos equivocarnos en muchas elecciones de lo que nos parece bueno, pero difícilmente acertaremos en hacer el bien, a menos que creamos en la bondad intrínseca. El conocimiento sano ayuda a amar. No amamos lo que no conocemos. El amor dimana de conocer a Dios que es Amor, el fanatismo existe en función de la ignorancia. Y el amor sacrificial, lo vemos en el Hijo de Dios que se hizo Hijo del hombre, puesto que amaba lo que el hombre podía llegar a ser; nunca destructivos y menos independizados de Él.
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