Nuestro culto lo realizamos en Cristo, él mismo se presenta, con él nos presentamos, y somos recibidos, estamos en comunión con Dios.
Iglesia y culto, adoración, son una misma cosa. No existen separados. ¿Cómo separar a los miembros del cuerpo, que es Cristo? El Espíritu está en nosotros; y ruega con gemidos que no se pueden plasmar en nuestro lenguaje (¿cómo será nuestra corrupción?), y nos califica como hijos de Dios. Nuestro Cristo nos ha rescatado del señor de la Otra; en otro tiempo de la Otra éramos, ahora somos renacidos y vivimos como vivos de entre los muertos.
Distingamos el culto o adoración propia de la misma existencia de la iglesia, de lo que ésta expresa externamente. En uno está perfecta, lo ofrece Cristo mismo, es una adoración en Espíritu y en Verdad. Ahí adoramos en la luz perfecta todos los redimidos, niños, pequeños, grandes, de todas clases sociales, de todas las culturas, las razas, las lenguas; como lo tenemos en Apocalipsis, eso ya está en la persona del Redentor, luego se manifiesta en la Historia, por eso la Historia lo es de salvación. Luego está cómo expresamos en nuestra historia esa condición, y eso siempre es reformable, mejorable, y contiene muchos aspectos circunstanciales, indiferentes.
Recordemos que el culto y adoración cainita tiene sus templos en sus ciudades; que Judas participa de la adoración… Puede haber corazón apartado y lenguaje adecuado; también corazón y lenguaje juntos lejos de Dios. Cuando la adoración externa se ordenó de forma ritual, podemos encontrar a gente que cumple el rito y está sin comunión con Dios; de todas formas el rito era la manera ordenada; pero no se quedaba en lo externo para el hijo de Dios. A los que pensaban que bastaba el ritual, se les dice: ¿Quién os ha pedido esto? En esa situación histórica, para adorar se necesita estar dentro del ámbito litúrgico: el pueblo con sus fronteras rituales.
Tras la resurrección de Cristo tenemos otra situación, ya no hay rituales, ni templos, ni sacerdocio litúrgico. El Cristo vive con los suyos. Cada redimido, y toda la comunidad donde se encuentre, expresa esa condición nueva, testifica del Cristo resucitado. ¿Cómo lo hacían al principio? Pues de formas diversas. Los cristianos judíos en Jerusalén, por ejemplo, seguían con sus costumbres y participaban de los rituales; no pasa nada, ya vendrá mejor ocasión de que aprendan; de momento lo hacen. También, y esto lo ven algunos como el modelo a seguir, se relacionaban con todo el servicio de la sinagoga. Los gentiles, pues cada congregación tiene sus peculiaridades. Desde luego ninguna se plantea fabricarse un templo como los judíos en Jerusalén. Cuando algunos les proponen que tienen que guardar los ritos judaicos para poder participar de los beneficios de Cristo, ya sabemos cómo se trata ese asunto en el Nuevo Testamento.
Sabemos que las congregaciones tenían como relación externa en sus reuniones el partimiento del pan, las oraciones, la doctrina recibida, la ayuda a los pobres… Pero no tenemos un modelo, un “orden” de culto. Eso no implica que todo valga ahora, pues existen actos claramente contrarios a la propia persona del Redentor, por ejemplo, la idolatría. (Es uno de los aspectos que más destaca Calvino, cómo Dios lo rescató de esa abominable condición.) Siempre tendremos que mejorar cosas en nuestros cultos públicos. No olvidemos lo que pasaba en Corinto, donde estaban tan alejados de la expresión de la comunión en sus reuniones, aunque tenían abundantes dones espirituales.
Tampoco vale apoyarse en la costumbre o la tradición, como si fuese un maestro infalible. Es muy común pensar que como algo se hacía en los primeros tiempos (hay que poner un arco de varios siglos), eso está bien. El ejemplo lo tenemos en el propio Nuevo Testamento; donde se corrigen actuaciones y se proponen cambios. Los documentos más antiguos sobre formas de culto o actuaciones (la Didaché), simplemente nos informan de cómo realizaban sus actos algunas comunidades, pero luego nosotros tendremos que ver si están o no de acuerdo a lo que consideramos bíblico; la antigüedad, por sí misma, no significa nada.
Al considerar el culto como esencia de la propia iglesia, nos encontramos con que la Otra, la de su padre y santidades vicarias, tendrá en el culto su esencia también, pero, claro está, en el culto a su padre, con él y con sus obras (las cuales, no olvidemos, vino a destruir nuestro Redentor). Un culto, una adoración, es donde se combate y se destruye a la contraria. En eso estamos. La nuestra es la victoriosa, en su culto lo canta, porque ha resucitado, ya no es de la muerte ni está muerta; la Otra sigue con sus muertos y su liturgia de muerte, con sus directores liturgos vicarios de su rey. Y nuestro culto lo realizamos en Cristo, él mismo se presenta, con él nos presentamos, y somos recibidos, estamos en comunión con Dios. Eso es de Cristo, y con él todos los suyos, sin faltar ni uno. Ahí nos vemos en nuestro sitio, con todos los salvados, de todo siglo, nación, condición, edad… Eso es nuestro culto, y lo expresamos con nuestras carencias, en su expresión histórica siempre relativo, pobre, muy pobre, aprendiendo, caminando con nuestras llagas… pero es la iglesia aquí que es luz, y sal, y la que anuncia el Evangelio de salvación.
Por tanto, hacemos iglesia y hacemos culto. Porque es perfecta en Cristo, es perfecto su culto. En nuestro caminar, siempre caminando, poco a poco, reformando siempre. Los anticristos y antiiglesia buscan colocar su iglesia y su culto a su medida, y han fabricado su propio templo, donde se reúne y están sus ministros, con todos sus rituales.
Aquí lo dejo, que la semana próxima, d. v., ya seguimos advirtiendo sobre los que han creado un ámbito ritual para dominar al pueblo, tanto en la madre: la iglesia Romana, como en las hijas protestantes. Además, ya se habrá realizado el congreso en la Complutense sobre la reforma en Hispano América; les contaré algo, que eso también es hacer iglesia, y celebrar al Redentor en culto y adoración.
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