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Cristianismo, Richard Dawkins y posmodernismo

Durante años el postmodernismo fue el enemigo. Después lo fue el ateo Richard Dawkins, Ahora, uno descubre que nuestro enemigo también es enemigo de nuestro enemigo.

PREFERIRíA NO HACERLO AUTOR Noa Alarcón Melchor 07 DE SEPTIEMBRE DE 2014 03:25 h

En la primavera de 1996, mientras el mundo se preparaba para los Juegos Olímpicos de Atlanta y observaban consternados el divorcio de Carlos y Diana, ocurrió otro suceso en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte (EE.UU.) que dejó conmocionada a la comunidad científica internacional, y que con los años pasó a denominarse «el escándalo Sokal».



Alan Sokal, profesor de física de la Universidad de Nueva York, publicaba en la prestigiosa revista de humanidades Social Text de la Universidad de Duke un artículo científico llamado Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity [La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica], donde defendía la teoría de que la gravedad era un invento, una convención social de la que participábamos todos inconscientemente, y que solo había que tomar conciencia de ello para que dejase de tener efecto en nuestros cuerpos.



Lo cierto es que Sokal no estaba haciendo un experimento para poner en duda la gravedad cuántica, sino para poner en duda a las publicaciones académicas de Estados Unidos de estudios culturales, para ver si «publicaban un artículo generosamente plagado de sinsentidos si a) sonaba bien y b) favorecía los prejuicios ideológicos de los editores». La revista elegida, Social Text, y sus editores Fredic Jameson y Andrew Ross, eran conocidos por estar a la vanguardia de lo que allá por los años noventa se dio en llamar postmodernismo, que era la forma de interpretar la realidad social tomando como referencia, casi siempre, la revisión occidental del marxismo que tuvo lugar en los últimos años de la Guerra Fría y las posteriores revisiones de esta ideología en los movimientos feministas y de crítica de género de los años ochenta, todo ello aderezado de interpretaciones (o, como dicen en mi pueblo, «idas de olla») bastante libres, manteniendo argumentos que a la luz científica de hoy en día harían sonrojar a más de uno. Jameson y Ross y sus estrafalarias ideas nunca habían estado muy bien vistos por la comunidad científica, y Sokal, harto de las patochadas que llegaban a publicar en publicaciones como Social Text, decidió gastar aquella broma. El mismo día de la publicación de su artículo sobre la hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica, en otra publicación más seria, Lingua Franca, confesaba que todo era un engaño, «una imitación de la hipocresía de izquierdas, de las referencias aduladoras, las citas grandilocuentes y el completo sinsentido… estructurado alrededor de los presupuestos más estúpidos [hechos por académicos postmodernistas] que se puede encontrar acerca de las matemáticas y la física».



La que se lió fue gorda. Durante años hubo argumentos y contraargumentos, libros y contralibros, artículos y contraartículos, todo lo que uno pueda imaginarse dentro del campo de las publicaciones académicas. Al final, Social Text quedó en evidencia, y Sokal quedó como una especie de adalid del pensamiento crítico.



Hoy en día se suele considerar que el postmodernismo, como tal, entró en declive tras este episodio, y que prácticamente desapareció del tejido académico, social y cultural en los primeros años del siglo XXI. Recuerdo que en la universidad yo todavía di algunas asignaturas que se basaban en los postulados académicos del postmodernismo, pero esas asignaturas desaparecieron cursos después como por arte de magia.



Por ejemplo, conservo con cariño una edición crítica de Vuelta de tuerca, de Henry James, de 1988, que estudié en Literatura Estadounidense del siglo XX. Esa edición crítica de la editorial Bedford/ St. Martin’s incluye unos apéndices con algunos estudios posteriores del texto, entre los que destacan: «Crítica psicoanalítica de Vuelta de tuerca», «Crítica de género (feminista-movimientos gays) de Vuelta de tuerca» y «Crítica marxista de Vuelta de tuerca». Más allá de lo gracioso que resulta que te intenten explicar la génesis y el desarrollo de esta gran obra de principios del siglo XX intentando que encaje con calzador dentro de la ideología feminista, el aparato crítico del libro no sirve para nada. No sirve para entender mejor la obra y no sirve para explicar su contexto. Académicamente hace mucho que estos análisis han quedado superados, y ahora se conservan en el mundo académico como reliquias museísticas, prácticamente; como aquellos amables señores del siglo XIX que medían el diámetro de los cráneos de los asesinos convencidos de que se podía predecir el comportamiento criminal de las personas basándose en su fisionomía.



El propio Richard Dawkins, allá por 1998, dio carpetazo a la cuestión postmodernista con un duro artículo, Postmodernism disrobed [Postmodernismo al desnudo]1, publicado en la revista Nature, una reseña del posterior trabajo de Sokal y de Bricmont explicando su actuación. En ella Dawkins defiende a Sokal y a Bricmont y asegura que eso que se hacía llamar «la ciencia de izquierdas», el postmodernismo académico, era un sinsentido que ya no podía convencer a nadie con dos dedos de frente. «Sin duda existen pensamientos tan profundos que la mayoría de nosotros no entenderemos el lenguaje en el que han sido expresados. Pero sin duda también hay un lenguaje diseñado para ser ininteligible con la intención de ocultar la ausencia de pensamiento honesto», dice Dawkins. Y pone como ejemplo las teorías de la filósofa feminista Luce Irigaray, que defendía que los principios de Newton eran un manual para violadores, que la ecuación E=mc2 era sexista y que la física «masculina» no conseguía llegar al fondo del problema de la turbulencia porque despreciaba la visión femenina de los fluidos.



Y desde 1998 nadie ha vuelto a preocuparse por el postmodernismo. Nadie excepto un sector del cristianismo evangélico.



Durante años a los que entonces éramos más jóvenes nos bombardearon con avisos de peligro y admoniciones. Como niña de iglesia que era, he crecido en medio de talleres, seminarios y predicaciones que alertaban del peligro del postmodernismo para la juventud, de cómo pretendían pervertir la moral tradicional cristiana de Europa y de cómo todo terminaría mal, muy mal. La cuestión era que todo había acabado hacía bastantes años. Es cierto que algunos de sus postulados siguen perviviendo en parte de la cultura social, pero al igual que entonces, esos postulados (o ideas) no sobreviven a un análisis exhaustivo. Si se discipula a los cristianos de hoy a ser coherentes con el pensamiento crítico, se acaba el problema.



Durante años el postmodernismo fue el enemigo. Después, Richard Dawkins fue nuestro enemigo, ese ateo belicoso de ideas reaccionarias. Ahora, de repente, uno descubre que nuestro enemigo también es enemigo de nuestro enemigo. ¿Dónde deja eso a los cristianos que defendieron que el postmodernismo y el ateísmo eran el mal, y que descubren que los ateos suelen odiar el postmodernismo al mismo nivel que los cristianos?



La desconexión patológica de la cultura y la sociedad que durante años se ha vivido en un sector del cristianismo evangélico de este país (ojo, digo «un sector») ha provocado situaciones irrisorias como esta. Estábamos tan preocupados de estar en contra de algo que en su momento fue un peligro real que no nos dimos cuenta de que el peligro murió por sí solo. Esta desconexión de la cultura y la sociedad no es solo un problema menor. No es solo que nos vuelva anacrónicos en ciertos contextos. El problema es que se aleja de la verdad del evangelio.



¿Cómo vamos a elegir a nuestros enemigos si no se quedan quietos para que los destruyamos? ¿Cómo vamos a seguir odiando a Richard Dawkins si de repente descubrimos que nos está dando la razón? (Bueno, nos la daba hace 16 años). La cuestión es esa obsesión con elegir enemigos; como si el evangelio fuera una cuestión de elegir una posición y defenderla con apologética, y no una cuestión de amar a Dios y amar a nuestros prójimos.



 



1 Se puede leer toda la secuencia en estos enlaces: http://www.physics.nyu.edu/faculty/sokal/dawkins.html; http://www.physics.nyu.edu/faculty/sokal/index.html;  


 

 


1
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Migpalomo
10/09/2014
09:44 h
1
 
Me ha gustado el artículo, creo que da en el clavo. A pesar de ello, los estudios sobre la posmodernidad siguen impartiéndose en las facultades de filosofía y literatura; y a pesar de Sokal y Dawkins, siguen apareciendo estudios, tesis y obras dedicadas a Heidegger, Derrida, la posmodernidad, y un largo etc., especialmente en Europa, por lo que se puede decir que han ganado una batalla pero no la guerra.
 



 
 
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