Cuando el autor dice a la responsable de aquella iglesia que todos miren por sí mismos las cosas que conciernen a su condición de creyentes, está poniendo a nuestro alcance el modelo de iglesia local, de congregación, que es el que se forma
cuando el Redentor se encuentra con sus redimidos en la Historia, la historia personal de cada uno.
Existe autoridad, como muestra la carta por quien la escribe, y existe autoridad en la congregación.
Cada uno debe estar atento a la doctrina que corresponde a la verdad, para no recibir a los falsos, a los farsantes, los que desde el principio hubo y se procrearon. Esa autoridad supone también responsabilidad, deben responder como conviene ante un hecho concreto. En este caso, algunos que venían y no enseñaban lo correcto sobre Cristo. La congregación conoce la verdad, por eso deben y pueden rechazar a los que traen enseñanzas falsas sobre Cristo. Decían que no vino en carne. Se imaginan hoy la cantidad de cosas contrarias a la persona y obra de Cristo que no solamente se reciben sino que se predican en las iglesias.
Resulta que hoy en tantas situaciones la iglesia, en general, de todas las denominaciones, por supuesto incluyendo a la vaticana, está compuesta por los que en aquella congregación se advierte que no les digan: bienvenidos. Es decir, que ahora los que estaban fuera, los anticristos, se han asentado dentro. Mal asunto. Pero el Cristo conoce a los suyos, y los saca de la sujeción que quieren imponerles los que no conocen la verdad.
Hacemos iglesia sabiendo la doctrina de Cristo. Que no son fórmulas filosóficas. (Los nuestros del XVI son ejemplo en esto; recuerden la confesión de fe de Londres que compuso Casiodoro, en la que se expresa la verdad sobre Dios y Cristo, pero sin esclavizarse a las fórmulas que fabrica la mente humana.)
Hacemos en la Historia la Iglesia que le fue dada desde el principio. Por esa Iglesia, el conjunto de todos los redimidos, que no es una instancia ni institución, por supuesto no es Roma, ni ésta o aquella organización eclesiástica, se entregó, por ella murió y resucitó.
¿Se acuerdan cómo el Redentor ansiaba la hora, la hora del sacrifico? Todos los redimidos, tú, yo, todos, estaban en su mente, en su corazón, él los conocía, a cada uno, sin faltar ninguno, y quería cumplir su ministerio: salvarlos.
Va a la cruz con todos nosotros; esa cruz es mesa de comunión universal, allí estamos todos, con él. Con él en su muerte, en su enterramiento, en su resurrección. Por eso hacemos iglesia en la confesión y publicación de la persona y obra del Cristo, solo así. Luego vienen tantas como el perverso Templo que lo expulso y lo puso en la cruz, tantas edificadas sin la Piedra fundamental, sin el Mesías. Ésas las hace el diablo, nosotros hacemos la otra.
El Redentor se encontró con todos, con Su Iglesia, en la cruz. Allí la Antigua está matando, eso piensa ella, a la Cabeza, y así liquida todo el cuerpo. Ya saben cómo resultó aquello, quién venció. La Antigua cuenta con todos sus hijos, el Templo y sus sacrificios y sacerdotes, el pueblo, los grupos políticos y económicos, con todas “sus iglesias”, como hasta hoy, incluyendo el poder de las armas. Pero ya sabemos quién venció. Hacemos la iglesia como Iglesia del Vencedor.
Con todos los suyos recibidos, con todos los demás expulsados, los que no estaban en él. No ruego por el mundo, sino por los que me diste, ¿recuerdan? Allí rogó por los de antes, los del momento, los de hoy, los del mañana, allí estábamos tú y yo, todos los redimidos, la Iglesia. A todos llevó en sus hombros. Allí con él estaba la Iglesia Católica, la universal de todos los tiempos y lugares; fuera de él estaba la judaica, la que luego se multiplica hasta hoy, la de las obras y ritos. Qué momento. El Cristo con todos por los que se hizo pecado, llevando el pecado de todos.
Luego se encuentra con cada uno en la Historia. Antes, como estaba ordenado se encontró con cada uno por sus presencia en formas y mandamientos, ahora, tras su resurrección, se encuentra con nosotros, en nuestra existencia, a su hora (tantas maneras, desde el vientre, de niños, jóvenes, viejos, a su hora, pero se encuentra, cómo es la espera del Redentor, cómo el sentido de la Historia, todo por él y para él). Aquella mujer con sus hijos fueron parte de esa Iglesia con la que el Redentor se encuentra; y ahora viven esa fe, ese nuevo tiempo, están en Cristo, son uno con él. Y se les previene contra los falsos cristos, para que no sean engañados por el engañador o anticristo.
Tal como anheló la hora de la cruz, nuestro Mesías tiene ahora el tiempo en la secuencia de los redimidos, hay un tiempo para encontrarse con el que llevó en la cruz, por el que se entregó. Qué alegría del encuentro, qué alabanza en el cielo.
Todos los que el Padre me da vendrán a mí, y no los echo fuera, ¿se acuerdan? De toda raza, de todo pueblo de toda lengua, ése es su triunfo, el Apocalipsis donde cada iglesia local, como la de esta hermana con sus hijos, ve la revelación del Cristo, su Victoria, ve cada iglesia su identidad, su condición y unidad con su Mesías.
Hacemos iglesia, la que vence al mundo, la que vence a las falsas, las prostitutas, las que se visten como esposas falsas, con ropajes de todo tipo, vaticano, ortodoxo, evangélico.
Qué momento, final, cuando de nuevo venga nuestro Redentor a encontrarse con cada uno de nosotros, resucitados (si no estamos en el cuerpo en ese momento). Con voz de mando, de nuevo todos, los mismos, sin faltar nadie, como en la cruz, primero los muertos que resucitarán, luego todos los que hayamos quedado (¿se acuerdan?), para siempre, arrebatados, puestos con él, para siempre, para siempre. El último y universal encuentro, donde ya no tenemos la flaqueza de nuestro cuerpo, porque ahora caminamos en Cristo, con él viviendo en nosotros, pero con nuestra flaqueza, con nuestro pecado (recuerden el ejemplo del injerto que nuestro Antonio del Corro puso en su comentario a Romanos).
No recibáis a los que traen otra doctrina sobre el Redentor; no es cosa menor.
Pero, ¿cómo fue su encuentro con su pueblo? Para encontrarse con ellos, oh grandeza, tuvo que salir de la casa del Padre, solo así podría retornar a los que de allí fuimos expulsados con nuestros Adán y Eva; se tuvo que hacer pecado; se encontró con cada uno en nuestra condición, no sólo humana, sino pecadora. Oh grandeza, cómo explicar el misterio de ese encuentro. No solo se hace humano, toma nuestra naturaleza, sino que se hace pecado.
Cómo se puede hacer pecado, que es rebelión contra Dios, quien es Dios, quien es su Hijo en quien tiene complacencia. Así hizo su Iglesia, así la hacemos nosotros, proclamando su grandeza. No recibáis a quien traiga otra doctrina.
Ahora estamos en él, en él vivimos, ya no vivimos nosotros, nuestro pecado y condición fuera de Dios, sino la nueva vida que el Redentor nos ha dado con él, haciéndonos uno. Pero para eso él tuvo que venir a nosotros. Miserables los que pintan una navidad de juguete, miserables. Vino a cada uno, a todos, y se hizo pecado. Oh grandeza. De tal manera amó Dios al mundo…
El que le dice: ¡Bienvenido! participa de sus malas obras. Hacemos iglesia quedándonos muy solos, fuera del Templo y su prostitución religiosa, pero con todos los de todos los tiempos, con todos los que hoy el Cristo por su Espíritu sigue recibiendo, con los que sigue encontrándose.
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