Juan salva el pellejo

—Ya deberías ir aceptando que el rey haya querido casarse con la mujer de su hermano Felipe. Además, ¿a ti qué te importa? Cada cual hace de su vida lo que quiere, y más siendo un rey. Es un asunto a resolver en su propia familia. Estás quedando anticuado con tus manías de rancio conservadurismo—dijo Elisabet.

—Pero, recuerda mamá, es una unión ilegítima—dijo Juan.

—El mundo está lleno de uniones ilegítimas. ¿Tú qué tienes que decir?—contestó Elisabet.

—No sé, me sentiré muy incómodo en la casa del rey—dijo Juan.

—Pues disimula, nos han invitado y debemos estar a la altura que requiere el momento. Ya verás que te sentirás bien cuando nos reciban con afecto. En las distancias cortas no somos tan diferentes—dijo Elisabet.

—No sé, mamá, no sé—dijo Juan.

Llegó el día señalado.

— ¡Aquí está el peludo de Juan con su entrañable mamá. ¡Caramba! Qué combinación de pelo de camello con el cinto de cuero tan original. Pasad, pasad, que todo está preparado—dijo Herodes.

—Parece que somos los primeros, quizá nos hemos precipitado—dijo Elisabet.

—Tranquilos, sois bien recibidos a cualquier hora—dijo Herodías.

— ¿Esta es Salomé? ¡Cómo ha crecido! Parece que fue ayer cuando gateaba por el suelo—dijo Juan.

—Esta fiesta de cumpleaños es muy importante para ella, por fin hoy será presentada en sociedad. Ha preparado para la ocasión una danza que os dejará maravillados, ya veréis—dijo Herodías.

—Estamos deseosos de compartir estos momentos tan gratos para ella y para vosotros, y en cuanto a la danza, que cuente ya con nuestro aplauso—dijo Juan.

—Muy bien, Juan, lo estás haciendo muy bien—le dijo Elisabet al oído.

—Las raciones de langosta y miel ya están servidas—se oyó desde la sala del banquete.