En los escritores del siglo XVI forzados a traspasar las fronteras españolas huyendo de la quema Amador de los Ríos veía la misión providencial de “pregonar el poder de España y llevar a todos los pueblos las costumbres, la literatura y el idioma que habían de inmortalizar después tan sublimes ingenios como Calderón y Cervantes.”
Los rigores del Santo Oficio tuvieron paradójicamente una influencia decisiva para que la lengua castellana no cayera en el olvido entre los expulsados y sus descendientes. Dentro del sospechoso mundo de los conversos descolló con brillo singular la figura eximia de Casiodoro de Reina (converso de moro o de judío, pero españolísimo teólogo y escritor) sobre cuya insuperable labor como excelso traductor bíblico versaba el último artículo, publicado por Muñoz Molina en
El País, y del cual se hacia eco P+D a finales de julio último.
Si la lengua árabe es la segunda que más rastro ha dejado en la castellana después del latín, un análisis de ADN en la población actual de España muestra una fuerte presencia en la misma de cromosomas típicamente africanos, con porcentajes que se acercan al 20% en Galicia, Extremadura y Castilla y León. Así y todo, es de interés secundario si la atribución de ascendencia mora a nuestro gran traductor bíblico fue simple ocurrencia de Menéndez y Pelayo.
Más relevante es considerar cuantísimo sacrificio, sufrimiento y penalidades hubo de soportar el jerónimo autoexiliado a fuer de protestante en su vagabundeo por Europa. ¡Y en tan penosas condiciones fue capaz de llevar a cabo la mejor traducción española de la Biblia! Pero entre todos los casos de sufrimiento tensionado al máximo grado está uno estremecedor contenido en el texto bíblico traducido por nuestro compatriota:
El Libro de Job, sobre el que acaba de disertar sabiamente y con profundidad Jesús Alonso Burgos en su último libro,
La llamada al testigo, Sevilla, Thémata, 2014. Es el nº 20 de la colección de Pensamiento y Ensayo, la misma en que publicó su libro sobre Heráclito mi antiguo alumno de Latín, Gustavo Fernández Pérez, abulense de El Hoyo de Pinares.
El palentino
Jesús Alonso Burgos es autor multipremiado de gran prestigio y que en 1983, hace más de treinta años, publicó una importante obra sobre la Inquisición española perseguidora de protestantes:
El luteranismo en Castilla durante el siglo XVI.
Esa obra del palentino es, según dirá Werner Thomas al alborear el siglo XXI, “el único estudio moderno en dedicarse exclusivamente a los círculos protestantes de Valladolid y Sevilla”. Según me manifestó el propio autor, estaba pensada como tesis dedoctorado enhistoria (social) del derecho, aunque acabó editándose fuera de los ámbitos universitarios.Casi treinta años después, su autor se alzaba en 2011 con el XXII premio de poesía “San Juan de La Cruz” en la ciudad de Ávila.
Alonso Burgos, abogado penalista, aborda los temas con gran erudición y de manera muy documentada. Y en esa línea ha seguido después, sirva de muestra
Blade Runner, lo que Deckard no sabía, obra publicada en Akal el mismo año 2011 (y galardonada en 2012 con el premio Ignotus como mejor libro de ensayo) y que puede considerarse una continuación —en cuanto a reflexión genérica sobre la existencia humana— de su otro ensayo de 2008:
La familia del Dr. Frankenstein. Materiales para una historia del hombre artificial.
En
La llamada al testigo, ese nuevo e importante, aunque breve, librito de Alonso Burgos, con un texto que no rebasa el centenar de páginas (“non multa sed multum” = pocas veces se ha dicho tanto con tan poco), hay frecuentes alusiones a “inquisidores y malsines, a Juan Calvino, a Martín Lutero, a Juan Luis Vives, a Søren Kierkegaard…, pero sobre todo a Franz Kafka y al amigo y albacea de éste, Max Brod, el primero que afirmó que
toda la obra de Kafka, y en especial El Proceso, era en lo esencial una relectura de El Libro de Job, relectura que ha hacerse en clave teológica. La idea fue retomada luego por algunos intelectuales judíos como G. Scholem y W. Benjamin, que la discuten ampliamente en su copiosa correspondencia.
El dios de Job —escribe Alonso Burgos— es un dios pánico, primitivo, irresponsable. Entre
El Libro de Job y la
Sabiduría tendrá que mediar el escepticismo desencantado del
Eclesiastés. Por cierto sobre el
Eclesiastés escribió uno de sus brillantes comentarios nuestro sevillano Antonio del Corro, al final de su exilio profesor en Oxford; la traducción española corrió por mi cuenta y me la publicó Mad Eduforma. Lo mismo sucedió con los comentario de Casiodoro al evangelio de Juan. Tras diversos avatares de la empresa editorial, pueden ahora adquirirse esas obras en Marcial Pons al igual que toda la colección del “Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español” que tan acertada y sabiamente dirige el doctor E. Monjo Bellido, articulista fiel e insobornable del magacín dominical en P+D.
H. G. Wells dijo de
El Libro de Job que era la gran respuesta de los hebreos a los
Diálogos de Platón; y Borges añadió que prefiguraba a Kafka, y que si hay un libro que merezca el nombre de sublime, ese es
El Libro de Job. Como muchos otros judíos centroeuropeos de su generación (S. Freud, K. Löwith, F. Rosenzweg, L. Strauss, A. y S. Zweig, etc.) Kafka —señala Alonso Burgos— había recibido de sus padres una tradición religiosa que apenas era ya un puro formalismo, una identidad vacía de todo contenido. Vivían aún dentro de una comunidad que les exhortaba a permanecer fieles a la ley judía, pero el proceso de integración protagonizado por las anteriores generaciones había despojado a la antigua ley de todo sentido. Esa crisis de valores la refleja Kafka perfectamente a lo largo de toda su obra.
Así y todo, quien desarrolla la idea con una lectura crítica e intertextual de ambos libros, bíblico y kafkiano, es el palentino afincado en Cataluña Jesús Alonso Burgos: El dios de Job es el mismo dios que siglos después recorrerá las calles de Praga, que habitará con su ausencia el castillo de Kafka y obstaculizará el acceso de Joseph K. a la justicia en
El Proceso. Ese dios es Shaddai, el dios “Que-no-está-ahí”, un dios que no responde a la llamada del hombre porque entre uno y otro de interpone el laberinto de la ley. Los atinados y precisos análisis de soberanía, poder, ley, derecho, justicia, deuda, culpa… que nos ofrece Alonso Burgos son de un profundo calado difícilmente superable.
El célebre autor judío Kafka, partiendo de
El Libro de Job, presenta al ser humano enmarañado en un mundo laberintizado. Si lo hubiera escrito hoy, a esa su laberíntica visión, tan kafkiana, ¿habría añadido algo la (aparente) novedad actual de nuestro mundo redarquizado? Permítaseme el neologismo, aún inadmitido por la RAE, pero que no es otra cosa sino reflejo de la laberíntica e inextricable red de redes que tanto nos enreda en los enmarañados tiempos que actualmente atravesamos.
En estos tiempos agosteños de 2014, cuando se cumplen cien años del recorrido por tierra y mar a escala planetaria de Behemot y Leviatán con la primera Gran Guerra, recomiendo encarecidamente la lectura de la última obra escrita por Jesús Alonso Burgos. Nos ayudará a seguir caminando por este valle de lágrimas en estos tiempos de dolor y desolación. Para decirlo con sus propias palabras en la dedicatoria autógrafa con que me ha obsequiado, se trata de una“historia de desvalimiento y soledad, un tanto incomprensible.”Ojalá escarmentemos de una vez y tras la recaída del segundo choque bélico mundial de ambos monstruos, no tengamos que llegar al desastre de que“a la tercera va la vencida”. Así sea.
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