La casa que debía ser de adoración y oración la convirtieron en cueva de ladrones. Queda esta referencia dictada tanto en lo que llamamos Antiguo como Nuevo Testamento. Una cueva de ladrones no es un lugar donde estos comercian y actúan, sino el lugar donde se cobijan y aseguran luego de haber cometido sus fechorías. Es el lugar donde se garantizan su seguridad y pueden dormir y vivir.
Se dice de los falsos profetas que fortalecían las manos de los impíos. Pues eso es hacerles una cueva para garantizar su seguridad. Esas manos fortalecidas podían ser de políticos, eclesiásticos, empresarios, banqueros, jueces, o simples fontaneros (en el lenguaje actual, claro está). Las cosas no han cambiado; unas veces las cuevas las proporcionaban profetas falsos, otras, profetas débiles. Hoy sigue la cosa igual.
El propio Templo, el lugar más público y concurrido, el más visible, lo habían transformado en un lugar de cobijo de ladrones; la cueva no estaba en un lugar escondido, sino a plena luz, en medio del pueblo, y el pueblo así lo quiso. Habían recompuesto la ética y la justicia a la medida de los ladrones, de manera que ahora podían salir en procesión, y en primera fila, y ser alabados como líderes, y mostrar su cara con orgullo, pues la cueva los protege, los protege el armazón ético que les han preparado para que sean orgullo del Templo, la buena gente de la sociedad, los modelos (aunque en ese Templo no quieran ni ver al Mesías, al cual lo expulsan fuera como delincuente: la cueva perfecta, se han imaginado).
En la carta que recibe nuestra amada hermana, que era una mujer de su casa, cuya casa era también una congregación de la que ella era responsable, compuesta por sus hijos. A esta hermana el autor le dice que está contento porque ella y sus hijos andan en la verdad. “A quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros”. Es evidente que esta congregación no era cueva de ladrones, pero se avisa de que ya muchos han salido para fabricarlas, cambiando al Cristo por otro, los anticristos; y que se prevengan de esos engañadores.
“Engañadores” término tan usado y aplicado en toda la Biblia, y tan fácil de ser engañados para no verlo ni aplicarlo. (Siempre útil el Kittel, VI, pp. 228-253.) Sin embargo, cuando se advierte sobre el peligro, formidable porque es de vida y muerte, se asume que todos, todos, los creyentes redimidos, todos, al tener la verdad y caminar por ella (no hay otra manera de caminar) deben aplicarse a la tarea, y pueden hacerlo. Esa es la manera de que las cuevas de ladrones sean descubiertas, y que a los ladrones se les quite su cobijo ético, teológico o eclesiástico.
Hacemos iglesia aquí en España, ahora. Y lo primero con lo que nos topamos es que la propia estructura de la “nación” es una cueva de protección de impíos, por siglos. Tanto como decir que su “milenaria” (no es verdad eso de mil años de historia para “una” España) identidad no es más que la antigua cueva, hogar de la Antigua, la que ofreció camino a Eva, y ya vemos cómo quedó la Historia. La cristiandad por aquí se ha convertido en techo y mesa de ladrones.
Vamos a ver, que los ateos muy ateos comunistas han sido y son ladrones en sus regímenes, claro que sí, pero estos que forman la “corrupción”, como término y tema tan común en nuestro presente, son gente de misa, gente de familia tradicional, de primera fila en las liturgias. Son las manos de los obispos las que han fortalecido las suyas. Han tenido sus confesores, nadie dijo nada. Ahora que no las escondan, que se vean las imágenes (que de las que tenían alzadas en el alzamiento ya casi no nos acordamos). Vale, vale, que una buena parte de esos descubiertos en la corrupción son de misa, pero qué me dices de los de tu tierra, de esos de Andalucía, los robadores en arreglos y cursos; esos son socialistas, de partido o sindicato ¿no? Sí; pero son de procesión y Rocío; aquí eso es parte del “pueblo”. Que aquí la Antigua ha tenido un terreno milenario para ella sola. Ahora ya es el tiempo de hacer iglesia, pero lo hacemos contra esta situación milenaria. Han creado una ética a medida del ladrón.
Y que conste, y queda repetido, que no hacemos iglesia pensando en que somos “mejores”; la corrupción que trajo la Antigua se renueva cada día, menos en los redimidos, que mengua cada día, por el Espíritu y su verdad que permanecen con nosotros. (Qué excelente enseñanza sobre este particular la de nuestro Antonio del Corro en su comparación con un tipo de injerto; la semana próxima, d. v., pongo algo.)
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