El párrafo 9 del Pacto expresa bien la toma de conciencia del desafío misionero que teníamos por delante, y que iba acompañada de un reconocimiento de culpa: “Más de 2700 millones de personas, es decir, más de las dos terceras partes de la humanidad, no han sido evangelizadas todavía. Nos avergonzamos de que tantas personas hayan sido descuidadas; esto es un continuo reproche para nosotros y para toda la iglesia.”
Aquí
la mirada se dirigió al futuro con una agenda ambiciosa: “Hoy, sin embargo, hay muchas partes del mundo en que hay una receptividad sin precedentes frente al Señor Jesucristo. Estamos convencidos, de que es el momento en que las iglesias y las agencias para-eclesiásticas oren fervientemente, por la salvación de los inconversos, e inicien nuevos esfuerzos para realizar la evangelización del mundo.”
La agenda incluía la sugerencia de cambios de estrategia.
En aquella década de 1970 había surgido, especialmente en África, el pedido de una “moratoria” en el envío de misioneros. El Pacto lo reconoce de esta manera: ”Una reducción del número de misioneros y de fondos procedentes del exterior, puede ser a veces necesaria para facilitar, en un país evangelizado, el crecimiento de una iglesia nacional que tenga confianza en si misma, y para desplazar recursos a otras áreas no evangelizadas.”
Luego reconociendo también la presencia creciente de misioneros de las iglesias jóvenes de Asia, África y América Latina, el Pacto propone: “Debe haber un libre intercambio de misioneros, de todos los continentes a todos los continentes, en un espíritu de servicio humilde. La meta debe ser, por todos los medios disponibles y en el más corto plazo posible, que toda persona tenga la oportunidad de escuchar, entender y recibir la Buena Nueva.”
Este renovado sentido de urgencia lleva a proponer un nuevo estilo de vida en unas líneas del Pacto que fueron muy debatidas antes de llegar al texto final.
“No podemos esperar alcanzar esta meta sin sacrificio. Todos nos sentimos sacudidos por la pobreza de millones de personas y perturbados por las injusticias que la causan.”
Varios líderes que tenían acceso al comité de redacción del Pacto insistían en que dejásemos fuera la expresión “perturbados por las injusticias que la causan.” Para ellos estaba bien que se hablase de la pobreza pero no que se la relacionase con la injusticia.
El párrafo termina con una propuesta de cambio: “Los que vivimos en situaciones de riqueza aceptamos nuestro deber de desarrollar un estilo de vida simple a fin de contribuir más generosamente tanto a la ayuda material como a la evangelización.”
La idea de adopción de un estilo de vida sencillo fue también objeto de debate. Una dama muy importante, de cuyo nombre no quiero acordarme, comentó que estaba bien que un solterón como John Stott adoptase un estilo de vida sencillo pero que era inadmisible que se lo quisiese imponer a los demás.
Somos muchos los que agradecemos el ejemplo de Stott que de manera explícita adoptó un estilo de vida sencillo. Así por ejemplo, todas las regalías que recibía por sus libros fueron destinadas a un fondo para la producción de literatura cristiana y la formación de evangelistas y predicadores en países pobres.
CONCLUSIÓN FINAL
Creo que si el movimiento de Lausana ha mostrado su capacidad de adaptación y sobrevivencia en los tiempos cambiantes en que nos ha tocado vivir. Si permanece guiado y motivado por estos principios que he destacado tiene futuro en el mundo y también en España.
Porque
estamos en tiempo de misión.
Pueden descargarse aquí completo en formato pdf el análisis sobre “Cuatro décadas en tiempo de misión” (Cuarenta años del movimiento de Lausana) de Samuel Escobar
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