Las fiestas y rituales que aprendemos en lo que llamamos Antiguo Testamento, en su significación y enseñanza siguen con nosotros, cumplidas perfectamente de una vez para siempre en el Cristo, pero sus aspectos históricos, locales y temporales no están ya vigentes.
Ese cumplimiento histórico, además, se muestra lleno de carencias y fracasos. La imagen que a veces se tiene de bloque sin fisuras en los rituales, como si todos fueren fariseos que diezmaban la menta y el comino (aunque dejaren sin atender lo fundamental), no es correcta. Incluso en sus formas externas lo común fue el desorden y la desviación.
Que la Congregación de las doce tribus se dividiera, y quedaran diez separadas en sus celebraciones rituales de la que permanece con el Templo en Jerusalén, es ya una situación que impide la práctica externa de los rituales. Todo se adapta a los intereses particulares, todo se pervierte.
La adoración, en su sentido más amplio, incluso cuando se tenía el “manual” ritual, mostraba a un pueblo en rebelión. Eso es lo común en la Historia de Israel.
Lo que hemos visto en los artículos anteriores respecto a los diezmos, como expresión de la condición alegremente asumida de pertenencia al Señor, con todos sus frutos de libertad y convivencia, donde el pobre, la viuda, el extranjero… están a tu mesa, o en su casa, comiendo lo que les ha reservado ese Señor de ellos y nuestro; o de la fiesta de Tabernáculos, donde se vive en la dependencia de ese mismo Señor, y se vive en la fiesta de la Comunidad; o lo que corresponde a otras fiestas, ¿qué tiene que ver con lo que se dice por los profetas contra esa Comunidad, sea Israel o Judá?
“¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en su mano el poder! Codician las heredades, y las roban; y las casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad… A las mujeres de mi pueblo echasteis de las casas que eran su delicia; a sus niños quitasteis mi perpetua alabanza… Príncipes de Jacob, y jefes de la casa de Israel… vosotros que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, que les quitáis su piel y su carne de sobre los huesos; que coméis asimismo la carne de mi pueblo, y les desolláis su piel de sobre ellos, y les quebrantáis los huesos y los rompéis como para el caldero, y como carnes en olla… Faltó el misericordioso de la tierra, y ninguno hay recto entre los hombres; todos acechan por sangre; cada cual arma red a su hermano; para completar la maldad con sus manos, el príncipe demanda, y el juez juzga por recompensa; y el grande habla el antojo de su alma, y lo confirman”. Miqueas.
Vaya, que como puede verse esos están ya disfrutando la fiesta de compartir sus bienes con sus hermanos, con el pobre… Realmente se parece bastante a la sociedad nuestra actual. Quede constancia, pues, de que el manual ritual no previene de la corrupción. Esta situación fue lo común.
Destruida Jerusalén (antes Samaria y los santuarios del Norte) y el Templo, y llevados cautivos, parece que ahora sí, ahora aprenderán, tendremos otro tiempo. No. Todo sigue igual. El bueno de Daniel, que ha vivido toda la cautividad de Babilonia, al final, ve la palabra de Yahveh, por la que es el tiempo del retorno, pero ve a su pueblo sin retorno de sus rebeliones. Por ellas llegaron, con ellas se van. Y llegan a la tierra de nuevo, y allí se instalan. Tienen el mismo manual ritual, incluso aumentado por sus propias circunstancias, ya comienza el “como mandan los ancianos”, el judaísmo. “¿Lloraremos en el mes quinto? ¿Haremos abstinencia como hemos hecho ya algunos años?” Zacarías.
“Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto… Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué?... por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa.” Hageo.
No es exactamente lo mismo que la rebelión del Norte con Jeroboam, pero sí la restauración (por los antecesores de escribas y fariseos) de la Comunidad conforme a la “tradición” que se instala como modelo de santidad, y que será la que “identifique” al pueblo para el futuro. Los sacerdotes y profetas elaboran un nuevo modelo, no de fidelidad a Yahveh, sino de supervivencia de sus propios intereses. Frente a ellos, como siempre, los profetas fieles enviados por el Señor. (Una nota. La explicación que hace Calvino de los profetas menores, 2700 páginas, es un granero muy valioso.)
Los nuevos del Templo ven como ven según sus ideas e intereses. Ofrecen pan inmundo y piensan como piensan. Ofrecen animal inadecuado, y, con tal de comer, lo ven como lo ven. “Cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo?... ¿Cómo podéis agradar a Dios si hacéis estas cosas?... Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! Y me despreciáis.” Malaquías.
Los nuevos del Templo de la Cristiandad (católicos, protestantes, ortodoxos…) siguen despreciando la Presencia del Resucitado. Quieren “su” culto, ofrecer sus animales, como mejor les interese. ¡Qué fastidio es la libertad con la que Cristo hizo libres a los suyos! Es mejor crear manuales de santidad, que cada uno pueda presentar sus hojas rellenas. Nada de eso de que en Cristo cada uno tiene su santidad, y su justicia. Pastores inútiles de esa Cristiandad, no importa qué ropaje adoptéis, ya ha llegado vuestro tiempo; aullaréis, el juicio del Señor tiznará vuestro rostro. La mesa de fiesta y alegría del pueblo redimido es la mesa de vuestra confusión y ruina. Ya, ya mismo.
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