El diezmo impuesto ha servido a lo largo de la Historia para enriquecer a algunos, empobrecer a muchos, y blasfemar el nombre de Dios en los ricos y en los pobres del diezmo. Pero en sí mismo es un campo rico de enseñanza y vivencia de fe, de obediencia. Su enseñanza sigue con nosotros, para señalar a los miserables que roban con la religión cristiana, y para mostrar un camino de libertad y testimonio a los que obedecen a la fe. Y así hacemos ciudadanía.
Ya sabemos que el diezmo en Israel se daba a la tribu de Leví, con un reparto posterior de ese diezmo a los sacerdotes de dicha tribu. Todos de acuerdo en que eso era así. Pero miremos la ética y equidad de ese proceder.
La tribu de Leví no recibió tierras, por eso las demás tribus le dan la décima parte de sus ganancias. Todos tienen lo mismo, nadie se enriquece por el diezmo; incluso los receptores se cuentan siempre con “el huérfano, la viuda o el extranjero”. (Luego en la Historia ocurre algo diferente; el diezmo se usa para enriquecer a unos pocos que lo reciben, los señores, civiles o eclesiásticos, y empobrecer a los que tienen que darlo. Es la mercadería de la religión cristiana.)
En esta práctica se producía una enseñanza de la ética del pueblo de Dios muy profunda. Las familias, con los niños pequeños ya aprendiendo, reparten ese diezmo para los servidores del ministerio de adoración. Se asume que toda la Comunidad es propiedad del Señor. Los hijos, aunque sean pequeños, están en las celebraciones. Todos en la mesa, todos en la obediencia, todos en la enseñanza. No son personas sueltas, son las familias como tales; y se declara en esa acción que ese porcentaje no es de la familia, que le pertenece a otra. Y cada una puede elegir a qué otra familia levita darlo; no existe una institución receptora, sino familias; hay libertad. (Otra cosa es, por ejemplo, la tasa expresa del templo; eso sí era “institucional”, y correspondía a cada individuo con una edad apropiada.)
Es evidente que la manera de poner en práctica esta ordenanza es muy variable. Más de 250 años están la mayoría de las tribus sin llevarla a cabo según el orden debido. Simplemente por la situación de división del reino. En la parte norte (llamada a veces Israel, Samaria, Efraín, et.) no se realiza esta modalidad esencial para la comprensión del Dios que los sacó de Egipto y de la naturaleza de su Congregación. Como otros elementos del culto, en esa parcela viven en rebelión. (Ya en ese tiempo se aprende bastante de la naturaleza de lo que será la Iglesia en su expresión externa; y cómo Dios siempre se reserva a los suyos, y en medio de la Jerusalén terrena, tiene él a su Sión redimida. Como hoy.)
En el sur, que siguen la línea más ordenada del Templo con el sacerdocio adecuado, el diezmo ahora es un recorte para los levitas, que ya no tienen en su casa lo que corresponde a once tribus, sino a una y algo más. La cosa se estropea bastante, pues, en su simple cumplimiento material; luego viene la cautividad, y el regreso, con la nueva etapa de reconstrucción. Desastroso; (ahí están los libros históricos y los profetas de esa época). Pero la enseñanza de la naturaleza de la ordenanza del diezmo para la tribu de Leví la podemos mantener hasta hoy. Es un principio de ética cristiana para hacer ciudadanía fundamental. Un mal uso es también un desastre para hacer ciudadanía. (Otra semana, d. v., hablamos de cómo los sacerdotes destrozan el culto en su sentido establecido por Dios con tal de comer y enriquecerse.)
Además del diezmo normativo para los levitas, con todas sus enseñanzas también para hoy, tanto en su sentido de cómo se hacía o cómo se descompuso su cumplimiento, con los resultados de desorden social que llevó consigo, tenemos otro diezmo que no se mira mucho, pero que es esencial en la ética cristiana. Podemos llamarlo de muchas maneras, de “cercanía”, de “testimonio”, de “fiesta”, o como mejor se nos ocurra, pero es un diezmo además del levítico. Es decir, que de tus cien medidas de cebada que has cosechado, como familia, 20 no son tuyas, tienes que dar diez a los levitas y otras diez ya veremos a quién. (Como estamos en la condición que estamos, nos queda la enseñanza; ni conservemos el rito, ni destruyamos la enseñanza.)
De este diezmo sabemos suficiente, aunque algunos pormenores se nos escapen, pero está claro que era un asunto social relevante, pues en la rebelión del Norte es una de las cosas que conservan, aunque, como a todo, dándole su nueva significación que afirmara la separación de las tribus. Amós lo señala como algo de lo que presumían, “id a Bet-tel, y prevaricad; aumentad en Gilgal la rebelión, y traed de mañana vuestros sacrificios, y vuestros diezmos cada tres días”.
“Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. Y comerás delante de Yahveh tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Yahveh tu Dios todos los días…” Duteronomio 14:22-29.
Si estaba lejos el lugar, se ordenaba que se vendiese el producto y se guardase para luego comprar en el sitio según la voluntad del que ofrece, para “comer allí delante de Yahveh tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia”. Siempre la familia. No sabemos muy bien cómo se hacían estas cosas, pero es evidente que “al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades; y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que Yahveh tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren”. Para que aprendas; para que te bendiga… Siempre en comunidad, compartiendo.
Este no es el diezmo de los levitas, aunque se mencionan como receptores, junto con otros vecinos, como suele aparecer en todas las ofrendas de comunidad. Es un diezmo de familia, de fiesta, para compartir, es un testimonio del Dios de quien lo ofrece. Deuteronomio 26; este texto debe ser conocido y recordado por todos. No tenemos ritos, pero sí palabra de vida; y aquí encontramos todo un modelo de ética cristiana, de ética festiva; de la fiesta de nuestra redención como testimonio del poder y presencia del Redentor. Es un diezmo, con las primicias de todos los frutos, con el que te presentas; y hablas y declaras. Das testimonio.
“Y ahora, he aquí he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste… Y adorarás delante de Yahveh tu Dios; y te alegrarás en todo el bien que Yahveh tu Dios te haya dado a ti y tu casa, así como el levita y el extranjero que está en medio de ti. Cuando acabes de diezmar todo el diezmo de tus frutos en el año tercero, el año del diezmo, darás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda; y comerán en tus aldeas, y se saciarán…”
Enseñanza antes y ahora. De esto que me has ordenado que guarde, no he comido ni gastado nada. Ese es el testimonio. Esto que tengo para ofrecer no es mío, en sentido estricto. Tú me lo has dado con el conjunto de mis cosechas, a mi casa, pero el propietario es a quien tú lo diriges: el levita, el huérfano, la viuda, el extranjero. Es tuyo, y se lo das a ellos, aunque lo has puesto en mi mano. Por tanto, cuando se lo doy, debe quedar claro, como fiel testimonio, que eres tú quien da esa comida, con la que nos alegramos. Los que la reciben no deben nunca pensar que soy yo quien se la da, sino tú por mi mano. La trompeta de testimonio y convocatoria debe sonar no para limosna de fariseos, sino para testimonio de tu presencia en la mesa donde comemos.
Enseñanza. Por supuesto en la historia de Israel esta práctica, como tantas otras, fue una calamidad; pero la naturaleza del caso, su enseñanza, estaba y queda para nosotros, que tenemos la plenitud en la obra de Cristo.
Es una ofrenda de encuentro. De mesa común. De alegría compartida, pero por la presencia de Dios. El levita, el huérfano, la viuda, el extranjero (el menesteroso, en suma), se encuentran con el Dios de Israel en su benevolencia. Eso es buena noticia, evangelio, evangelismo del bueno. El levita, que es el ministro al servicio de la comunidad, gusta la comida en el gusto de la misericordia de su Dios, en comunión con la familia, con el extranjero…
Enseñanza. El extranjero recibe el testimonio del Dios de Israel. Le ha proporcionado cobijo y comida. Participa de la fiesta de la comunidad. En la misma mesa. Esos bienes se comen juntos. Luego vienen los fariseos, que dan su testimonio precisamente no queriendo mesa común con los comunes, los gentiles. Pero el Dios de Israel es el de los gentiles, el Mesías los pone a su mesa. No quieren tocarlos porque se manchan; su mesa es inmunda, sin fiesta, porque han despreciado a los que Dios ha llamado a la suya. Alegría en la fiesta del Señor.
Enseñanza. Eso que ofreces, que ya sabes no te pertenece, es de la misma cosecha, de lo mismo que sí es tuyo. No vale ofrecer lo estropeado. Es decir, que si, por ejemplo, en tu matanza has preparado para la casa diez excelentes jamones, con otros tantos morcones y lomos embutidos, o excelentes quesos, o lo que sea, de eso tan excelente es de lo que tienes que compartir. Es la fiesta del Señor, como del Señor. No vayas a comprar algo malillo y lo ofrezcas, o de lo que nadie come en tu casa. No, de lo mejor, de lo que tienes como fiesta para ti. Eso es evangelio. Eso muestra la grandeza de nuestro Dios. Al fin y al cabo, se trata de aprender, y de prosperar en su bendición; de mostrar a Dios. El extranjero se encuentra con nuestro Señor. Eso es evangelización. Hoy mismo. Comes con el extranjero, se sacia, y le dices por qué se ha dado esa situación, como redimido.
Miserables. Cuando en iglesias evangélicas se dan bolsas de comida a emigrantes, ahora también a muchos de aquí, y se muestran como si fuere bondad propia, eso es una miseria enorme. Además, en muchos casos, ni siquiera los bienes los han comprado los miembros de la iglesia, sino que proceden de almacenes sociales.
Por supuesto, hay iglesias que actúan muy bien. Abrazo solidario con ellas. Pero también es lo cierto que en no pocos casos se ha cubierto la inutilidad con las bolsas de alimentos. Pastores inútiles que por fin han podido enviar alguna foto con un poco de gente dentro de sus locales a los que los financian, o si son misioneros a sus misiones. La enseñanza de este diezmo anual es lo contrario a esas formas de piedad vacía de los antiguos y nuevos fariseos. No está con nosotros la forma, pero sí la enseñanza.
¿Y cómo ponemos en práctica este asunto? No lo sé; pero algo habrá que hacer. No es un tema que se haya ni siquiera tratado mucho. Hay argumentos razonables. Por ejemplo; que ya de nuestros sueldos el Estado se queda con un buen pico, en teoría para cubrir necesidades sociales. Eso es correcto. Podemos reflexionar así, y alegrarnos un poco sobre los impuestos que se llevan a arcas donde luego no todo es equidad y justicia.
Aún así, creo que cada familia redimida puede también llevar a cabo algo de esta enseñanza. Quizá reunirse con algunos vecinos, o extranjeros, con alguna dificultad social, y celebrar fiesta de cosecha (cada uno en su manera), y declararles que eso se lo ha guardado nuestro Señor para ellos; que nuestro Dios es el Dios de huérfanos y viudas. Eso sí, esto es asunto de familias, no de iglesias. Es evangelización de la familia. Sin hablar mucho. Solo comiendo con el necesitado.
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