El libro de los Hechos da cuenta de las obras que siguieron a los que habían recibido y entendido el Mensaje. La comunión fraternal de los creyentes que tanta admiración había generado en el pueblo fue seguida de la prédica valiente y fiel a la verdad. Cuando los apóstoles hablaban de Aquel que les había transformado sus vidas había manifestaciones imposibles de ser ocultadas o acalladas.
La naturaleza divina de la Buena Nueva y los hechos milagrosos que seguían a su anuncio generó un asombro sin precedentes entre los judíos, tan acostumbrados a pedir milagros y señales
(1); nadie había visto algo igual, nunca antes. Pero, lo que generaba curiosidad y algarabía en la gente común produjo celos, envidia, odio y rechazo de parte de los religiosos, magistrados e intelectuales de su nación.
Había que terminar, de la manera que fuese, con ese fenómeno que amenazaba con mermar su clientela cautiva y hacía peligrar sus negocios y estatus social
(2).
La persecución comenzó tibiamente, como para comprobar la reacción del pueblo; la privación ilegítima de la libertad no sirvió para desalentar a
los que hablaban con denuedo citando las profecías para demostrar la veracidad del Mensaje cuyo centro - desde el principio e inexorablemente – fue la persona de Jesucristo (3).
El castigo corporal no estuvo ausente. La tan mentada ‘paz romana’ se construía a fuerza de látigos y los judíos en el poder terrenal usaron el mismo método con tal de acallar toda mención del Príncipe de paz
(4). Como si esta violencia ejercida sobre los apóstoles no fuese otra cosa que lo que debían esperar y sobrellevar, ellos se sentían
“gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.”(5)
La autoridad que ostenta el poder humano juzga la conducta de los ciudadanos de acuerdo a leyes y normas que se fundan en los usos y costumbres. La comprensión de lo que se aprende se premia de acuerdo a patrones culturales. No conducirse dentro de ese marco institucional es rebelarse al sistema. Los apóstoles fueron sindicados y tratados como rebeldes. Iban contra corriente. Por esa causa la escalada de violencia continuó; la trama contra los testigos del Señor incluyó el espionaje, el falso testimonio y las pruebas fabricadas para justificar el juicio sumario. Este machacador acoso desencadenado metódica y brutalmente sobre los testigos de Jesucristo cobró una vida, la de Esteban, el primer mártir por causa de confesar a Jesucristo
(6).
Debemos recordar aquí que la civilización greco-romana denominaba Palestina a la región que unificaba Judea y Samaria, transformada en una provincia por la administración imperial. Sobre ella gobernaron siete procuradores romanos a lo largo de 22 años; hombres arrogantes y egoístas que contribuyeron a provocar la rebelión judía del 66 d.C. La cruenta intervención armada enviada por el César resultaría en la destrucción de Jerusalén y del templo (70 d.C.) a manos del general Tito. Con ello terminaría – para siempre – el inédito acuerdo entre Roma y Jerusalén por el cual se condenó a Jesús y ahora se condenaba a sus seguidores. Ello significaría el fin de la nación judía como tal. Los larguísimos períodos de esclavitud sufrida por los israelitas, desde Egipto hasta llegar a Babilonia, de donde regresaron unos pocos para servir al invasor greco-romano, parecían haber sido vanos. El final fue la destrucción total de Jerusalén y del templo, como fuera profetizada
(7).
Los judíos fueron dispersados en lo que se denominó ‘la diáspora’(8);
y los seguidores de Jesucristo fueron diseminados prosiguiendo su vida de testimonio en tierras paganas, incluso en la misma capital imperial. Pero, veamos qué ocurre hoy en contraste.
Los sionistas en el poder político y militar en el estado de Israel, los políticos y fuerzas armadas norteamericanos que les apoyan respondiendo a la banca judía internacional y los que desde el gran país del Norte defienden la cosmovisión fundamentalista ‘cristiana’ que asocia a israelitas del AT con los israelíes de hoy, todos ellos, trabajan para hacer de este Israel la ‘nación escogida de Dios en la tierra’. ¿Están haciendo lo correcto?
Un mínimo análisis basado en
“la palabra profética más segura”(9), nos permite afirmar que el Israel creado por decreto en 1948 no forma parte de las promesas dadas por el Padre a los creyentes en Su hijo.
Nuestra fe y esperanza están puestas en la persona de Jesucristo; ningún otro hombre, etnia, nación, federación de naciones o religión por poderosa que fuere o llegase a ser nos garantizará lo que solo Jesucristo puede: que somos ciudadanos del Reino que está siendo establecido por Dios por medio de sus hijos e hijas a quienes ha hecho co-herederos con Su hijo Jesucristo
(10).
Ese reino es tangible en la iglesia que predica y enseña la Palabra viva, y su manifestación visible es la Nueva Jerusalén que descenderá del Lugar Santísimo (11).
EL MISMO ESPÍRITU NOS ENSEÑA Y MOVILIZA
“Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio.
Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías.
Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees?
El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él.
El pasaje de la Escritura que leía era este: ‘Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida.’
Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?
Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.
Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.
Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.”(12)
Entrando en el relato de Lucas, leemos que los apóstoles regresan a Jerusalén después de recorrer Judea y Samaria. Imaginamos que hicieron una tarea bien planificada y que la llevaron a cabo con verdadera pasión.
Los discípulos de Jesús, habían escuchado hablar y visto actuar al Maestro de Galilea a lo largo de tres intensos años. Lo habían visto morir en la cruz tras el insólito acuerdo judeo-romano; lo habían tratado muchas veces después de resucitado, hasta verlo partir al cielo, atónitos, reclamado desde el Santuario que había dejado voluntariamente enviado por el Padre celestial para nacer de María, en Belén, y hacer realidad la salvación.
Esperanzados con la promesa de Su retorno los discípulos ya habían recibido al Espíritu Santo en Jerusalén, el día de Pentecostés. Llenos de Él tuvieron el poder necesario para ser testigos durante el largo período en el que nacieron y se multiplicaron las iglesias fieles a la enseñanza apostólica. Los primeros en enterarse de estas cosas fueron los habitantes de Jerusalén; a tal punto, que la ciudad ‘casa de la paz’
(13) fue la primera del mundo en ser evangelizada, cumpliéndose así las profecías.
Delante de ellos quedaba la más difícil de las etapas: ser testigos a todas las naciones, haciendo discípulos de Jesucristo hasta en los confines de la tierra. Este enorme desafío no lo podrían cumplir ellos solos. Sus vidas terrenales no les alcanzarían. En el propósito eterno de Dios estaba previsto que esa tarea la realizasen las comunidades de fe, gente apartada para dar testimonio de la vida verdadera,
iglesias conformadas por mujeres y varones que entienden qué es ser sal y luz en medio de un mundo en descomposición y a oscuras. Esa obra apostólica mundial continuaría hasta nuestros días, sin interrupción, con otros actores; entre todos ellos nosotros. Pero, alguien sería el primero, el que habría de comenzarlo antes de que otros siguiendo sus pasos cumplieran con el mandato de la manera que él lo hizo: en obediencia a Jesucristo y guiado por el Espíritu.
Veamos algunos aspectos relevantes de la misión que sigue a la respuesta obediente del siervo entendido.
1. El mensajero es un varón aprobado. El varón que Dios aprueba es aquél que le teme y lo reverencia pues sabe que solo de Él vienen la salvación y el juicio eternos. El mensajero veraz no se impacienta por no recibir una orden, tampoco se aventura a actuar antes de recibirla y, mucho menos, crea él un mensaje por su propia cuenta para entregarlo luego, diciendo que Dios le habló.
Por el contrario, vive en estado de alerta, a la espera de lo que su Señor le mande hacer. Así
“como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora” (14) aguarda por la señal de la mano de su amo para recién entonces actuar.
Entiende la orden y responde a ella con lo mejor de sí, porque su intención es agradar solo a su Señor.
Felipe era uno de los siete varones de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, elegidos para administrar el socorro a las viudas judías de habla griega y a los pobres de la iglesia de Jerusalén. Es el segundo elegido mencionado a continuación de Esteban
(15), la muerte del cual significó el inicio de las persecuciones que dispersarían a los cristianos. Felipe evangelizó Samaria, efectuando milagros, conduciendo a muchos a la conversión de la idolatría al Salvador y Señor personal
(16), y sus obras asombrarían y confundirían al mago de nombre Simón
(17). De él se afirma que tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban
(18).
Como apreciamos, Felipe no se diferenciaba de aquellos que habían visto, leído u oído lo concerniente al mensaje de salvación en la persona de Jesucristo. Que lo habían entendido lo demostraron con hechos que confirmaban lo que hablaban. Por eso, cuando un ángel le ordenó que siguiera el camino que llevaba de Jerusalén a Gaza,
Felipe no se quejó por la tarea que le encomendaban. Tampoco aprovechó la ocasión para armar un espectáculo con orquesta, números artísticos, aplausos y amenes; digamos que no actuó como muchos que hacen lo que le toque una vez por semana, u otros que viven compitiendo por el ‘rating’. Simplemente obedeció y fue de buena gana a cumplir lo que se le había pedido que hiciera.
2. El destinatario es un extranjero. Este funcionario de otro país que había venido a adorar a Jerusalén está regresando a su país. Puede que fuera descendiente de judíos o un prosélito. Tenía buena posición, puesto que era encargado del tesoro de la reina Candace, de Etiopía
(19). En aquellos días tener una copia de un libro profético era costoso y muy pocos podían darse ese lujo. La gran mayoría debía ir a las sinagogas para las lecturas públicas; allí podían preguntar lo que no comprendían pues solo unos pocos sabían leer y escribir.
Por estar al servicio de la reina, este hombre había sido castrado. De allí que se hizo más conocido como ‘el eunuco etíope’. Es interesante notar que la predicación del Evangelio en los últimos dos siglos fue apoyada por las sociedades bíblicas y legiones de bravos misioneros salieron de Europa y más tarde de EE.UU. y otros pocos países de Europa a todas partes del mundo.
Gracias a la Palabra escrita en miles de idiomas y dialectos millones han escuchado y siguen escuchando o leyendo la Revelación del plan divino de redención.
La gran movilidad que existe hoy en el mundo gracias a los medios de transportes y el conocimiento de idiomas hace que muchos extranjeros se afinquen en países donde las mejores condiciones económicas y sociales ofrecen una salida a sus presentes de carencias o pobreza. Algunos llegan a forzar la entrada en España en estos días, entre ellos africanos de países conectados históricamente al imperio español. Aunque no vivan en plena igualdad social o sean discriminados están mucho mejor que en sus países de cuna.
Muchos vienen con una fe cristiana, aún evangélica, mezclada con ritos religiosos tribales o ancestrales. Constituyen una oportunidad para quienes han sido llamados a ser testigos a prójimos de otras etnias y naciones. También sus connacionales creyentes tienen en ellos un objetivo preciso y a mano. Todos ellos necesitan ser evangelizados y enseñados.
El caso que nos ocupa es especial. Se trata de un extranjero que ha visitado Jerusalén, ha adorado según sus conocimientos y regresa leyendo nada menos que el libro de Isaías. Está en ello cuando se acerca un judío a su comitiva, que le escucha leer en voz alta. Entonces lo interrumpe y le hace una pregunta clave:
Pero, ¿entiendes lo que lees?(20)
La respuesta es tan incisiva como la pregunta.
¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?(21)
Las preguntas son características en los diálogos de los niños con sus padres. Preguntan todo. Algunos nos hacen pensar que están jugando con nosotros. Y no les contestamos sabiamente si restamos importancia a sus preguntas o nos molestamos por la insistencia. Nos equivocaremos cada vez que actuemos en base a esos prejuicios.
Los niños preguntan porque confían en nosotros. Saben que les diremos lo que necesitan saber.
Están aprendiendo a aprender. Esto mismo sucedió – a nivel de adultos - en el encuentro producido por el Espíritu: Felipe preguntó y el etíope le contestó a su vez con una pregunta.
Hay sermones que repiten frases humanas enlatadas, ‘estudios bíblicos’ donde uno solo habla y los demás escuchan sin poder interrumpir. Peor, aún, hay situaciones donde se obliga a los oyentes a responder como quiere el que habla. Eso no es de Dios sino de hombres y mujeres que han sido engañados y son engañadores. No debemos permitir que hagan de nosotros su mercadería (22).
En la próxima concluiremos comentando el maravilloso resultado de este encuentro singular entre dos personas de distintas etnias y nacionalidades cuya oportunidad y lugar fue obra de Dios. Veremos qué resulta cuando dos elegidos por el Señor dialogan sobre el mismo Mensaje; uno dispuesto a enseñar a otro dispuesto a aprender. Los dos en obediencia a la Palabra viva. Oremos para que nuestro Padre nos permita ser como niños, preguntar sin malicia y responder sin prejuicios. Para que sea Su voluntad la que se haga en la tierra, así como en el cielo.
Notas
Ilustración: Tomada de “El comercial debe saber preguntar y saber escuchar”http://marketinfos.es.tl
1. Hechos 3:11,12; 5:13;1ª Corintios 1:22
2. Ibíd. 4:1-7; 15-21; 5:17,18; 26-29; 33-40; 7:54 Hechos
3 Ibíd. 2:16-40; 3:13,18-26; 4:24-30; 7:2-53
4. Isaías 9:6
5. Hechos 5:41,42
6. Ibíd. 6:8-15; 7:1-60.
7. Mateo 23:38; 24:2; Lucas 19:42-44; 21:20-24;
8. Se usa este término que viene del vocablo griego que significa ‘dispersión’ para referirse al exilio judío fuera de la tierra históricamente de Israel y a la posterior dispersión del pueblo judío por el mundo
9. 2ª Pedro 1:19
10. Romanos 8:17; Efesios 2:19; 3:6
11. Apocalipsis 3:12; 21:2
12. Hechos 8:25-40, negritas del autor
13. Ese es el significado que le dan algunos por el vocablo hebreo יְרוּשָׁלַיִםYerushalayim; yeru:casa; shalayim: שלם', paz
14. Salmos 123:2
15. Hechos 6:3-6
16. Ibíd. 8:4-8; 21:8
17. Ibíd. 8:9-25
18. Ibíd.:9-25
19. En tiempos bíblicos, la región se llamó Nubia, y lo que hoy es en parte Egipto y en parte Sudán. Su frontera norte era la 1ª catarata del Nilo en Asuán; la frontera sur permaneció indefinida. El hebreo Kûsh se deriva del nombre del primogénito de Cam (Génesis 10:6), quien llegó a ser el antepasado de los habitantes de Etiopía. Los habitantes de este país eran camíticos, como los egipcios y los libios, aunque los egipcios se referían a los cusitas como negros; su color oscuro, al que se alude en la Biblia (Jeremías 13:23), fue el que originó ese sobrenombre – fuente: http://www.bibliaonline.net/dicionario/
20. Hechos 8:30
21. Ibíd. 31
22. 2ª Pedro 2:3
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