La cuestión del diezmo nos coloca en la reflexión sobre el bien hacer, o mal, ciudadanía. Sin ofrecer lo que corresponde al Señor, todo el conjunto se queda sin su presencia de bendición; todo se conforma en la porción de Caín. Ofrecer lo que el Señor no pide, o darlo cuando no lo ordena, es igualmente impiedad. La Historia de Israel, con sus divisiones y arreglos es un buen campo donde averiguar esta situación. Hacer ciudadanía, para bendición o para juicio. Mesa de comunión, mesa de rebelión. Hoy sigue igual.
Cada uno, y toda la comunidad, pertenecen al Señor. Eso se manifiesta luego en los ritos y fiestas. Con la primicia de la cosecha se muestra el todo de la misma, por anticipado, eso es la fe. Con la entrega de los que abren matriz, también del primogénito de los hijos, se muestra que todo es del Señor. Luego se redimen, y quedan contigo. La casa, los hijos, la tierra y sus frutos, sin la presencia de Dios, su dueño, están en situación de impureza ritual. El rito aquí se muestra en la verdad que queda, sin la piedra angular cualquier edificio se edifica en rebelión. Casa, templo, ciudad, estado; unión de estados… Lección antes y después de la cautividad en Israel: tu casa se edifica en la medida que edifica la comunidad a la de Dios. (Por su puesto, lo de Dios no son casas de piedras; es su reino.)
El diezmo, en sus varias formas, es señal de esta mutua dependencia. Es un signo de que todo le pertenece al Señor. Se daba en su forma habitual a los levitas; luego ellos daban otro diezmo a los sacerdotes. Se supone la atención al culto, y a los pobres. Cuando la comunidad abandona al levita es seña de ruina. También es de gran relieve el diezmo que podemos llamar “de fiesta”, el que se reserva para compartir con los vecinos, especialmente con los extranjeros, y los pobres y viudas de tu aldea o ciudad. Son muchas sus enseñanzas, pero lo fundamental ahora es ver si hoy sigue vigente el diezmo.
En la comunidad del Resucitado no hay ritos. No hay diezmo. Queda todo cumplido en el Mesías Resucitado. Queda el significado; sigue con nosotros la vinculación de que nuestra casa se edifica cuando edificamos el reino de Dios. Es evidente, en rebelión contra sus mandatos, no hay futuro. Y la promesa permanece: a vosotros y a vuestros hijos, y a los hijos de vuestros hijos. Todo es del Señor; pero no lo expresamos con ritos, ni con el diezmo. Ya no está. No hay diezmo en el Nuevo Testamento.
Mano en el pecho. ¿Esto te alegra porque así no tendrías que dar dinero en alguna iglesia? ¿Esto te enfada porque, si eres clérigo, la gente no dará dinero en tu iglesia? Mal asunto para ambos. Que no esté vigente el diezmo no significa que no esté vigente el camino de la fe, el de la obediencia. Pero libre, en el Señor; sin ritos, ni rituales para o por sacerdotes de antiguo o nuevo cuño.
Donde fuercen el diezmo, hoy, verás una forma de clericalismo, o sacerdotalismo; con la iglesia como institución siendo central para la santidad.
Precisamente el diezmo en la antigua forma de la Comunidad, cuando era un Estado con sus fronteras y leyes propias, siendo la receptora la tribu que carecía de tierras, cuya tarea era el culto y el ministerio para todas las demás, es señal de que esa Congregación le pertenece al Señor. Cuando hoy se propone el diezmo como señal de santidad, o al menos de obediencia, es señal de que esa idea de libertad se ha perdido.
Las iglesias del Nuevo Testamento no dan el diezmo. Dan ofrendas libres, en circunstancias diversas, pero no un diezmo ritual. Nadie “peca” por no diezmar. Ahora es de otra manera. Fue impuesto (nunca mejor dicho eso de “impuesto”) el diezmo por los que promocionaron al papado. Vean las obligaciones que estableció Pepino (o Pipino) el Corto en el 765; allí empieza la nueva época de usurpación del lugar del Resucitado, y la esclavitud de la Comunidad: papado y diezmo; ambos por ley y soporte de la espada que Pablo señaló, y estos olvidaron, para defender al que hace el bien. Así es la Historia.
Que cada uno debe contribuir para los gastos de la iglesia local en la que esté; pues claro que sí. Pero el diezmo no está vigente. Puedes dar eso, o más o menos. Y lo puedes hacer a esa iglesia, o a otra cosa. No importa. Si una iglesia, como institución, requiere que los cristianos den el diezmo, o “le” den el diezmo; eso es una perversión del cristianismo. No hay diezmo en el Nuevo Testamento.
Entonces, ¿los pastores de qué comen? El obrero es digno de su salario, claro. Y se dice expresamente a las iglesias, a las comunidades, a los que las componen, por ejemplo, que “encaminen” a los misioneros que van de paso. Eso significa que les den lo necesario para su trabajo. Por supuesto. Pero el diezmo no está. No hay manera de encontrarlo. A menos que quieras recogerlo del Antiguo Testamento, y transformes a los levitas y sacerdotes en algo moderno.
Es más simple. Todo es del Señor; eso sigue; pero cómo lo administres, cómo seas mayordomo, eso queda en tu libre opción. ¿Se puede robar hoy al Señor, como señaló el profeta antes contra los que no dieron sus diezmos? Claro que sí, pero no por dar o no dar diezmos. De hecho, los pastores que enseñan que es señal de santidad el dar el diezmo en su iglesia, están robando a Dios, le están robando la libertad de su Congregación.
El diezmo era señal de fe y confianza en el Señor de Israel. El diezmo como obligación hoy es señal de falta de fe en las iglesias que lo practican. Tienen miedo de que la gente, libre, no de dinero. Cuando nunca es eso enseñanza de la Biblia; con alegría, generosamente. El Espíritu que vive en nosotros no necesita artimañas para llenar las bolsas de las iglesias. Pasa como con el Evangelio de la gracia; hay pastores que se asustan de anunciar que la salvación no es por obras, con Roma, piensan que así nadie se esforzará ni vivirá con temor del Señor. Eso nunca lo dice la Biblia; es una conclusión falsa. Que la salvación no sea por obras jamás ha sido para el redimido excusa para no obedecer. La Biblia no lo propone nunca. Si amas la libertad de los cristianos, que no te de miedo su ejercicio.
Por supuesto, en esa libertad está el que un cristiano decida, como norma propia para su casa, dar el diezmo de sus ingresos a la iglesia en la que se congrega. Muy bien. Pero no está obedeciendo un mandamiento. Es simple organización, mayordomía, de cada uno. Pero puede dar ese dinero a otra cosa, o más, o menos. A veces el simple cómputo es difícil, no es fácil saber qué cantidad es el diezmo; por ejemplo, en casos de empresas, o de trabajos de ingresos muy variables. El Señor conoce a los suyos; y sabe cómo está de alegre su corazón; su medida es la generosidad de su bolsillo; pero no hay diezmo en el Nuevo Testamento.
La administración de nuestros bienes es nuestra fiesta permanente. Cada día, sin rituales; libres. Y seremos sal y luz para la sociedad. Nada que ver con tiranías eclesiásticas. De comunidades que no aprecian la labor de sus pastores; o de pastores que tiranizan a sus iglesias. De todo hay.
La enseñanza de que pertenecemos al Señor, con todo lo que él nos da: nuestra casa (en sentido amplio), sigue con nosotros también después de la resurrección del Mesías. Los rituales que la figuraban, no. Ahora tenemos la realidad, y es libertad.
El camino de la fe es generosidad y servicio, al máximo, con todo lo que tenemos. Pero no hay diezmo, como mandamiento, en el Nuevo Testamento.
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