Hace años, hacia 1973, fui invitado a pronunciar una serie de conferencias en San Francisco, California. Estando allí leí un artículo que hablaba de una iglesia satánica en el centro de la ciudad. Por entonces yo andaba recopilando material sobre satanismo para el capítulo tres de mi libro INQUIETA JUVENTUD, publicado en la primavera de 1975. De modo que tomé un taxi y me planté en la dirección que llevaba.
A la iglesia satánica se entraba a través de una librería esotérica abierta al público. Dije al encargado que quería presenciar una ceremonia. Dudó. Yo insistí. Me permitió un máximo de quince minutos a condición de que permaneciera en silencio. Lo hice. No agoté el tiempo concedido. En una amplia sala adornada con cuadros y objetos alusivos al diablo y a los demonios, estaban sentadas en círculo unas 25 personas. El ambiente era oscuro, lúgubre. Paredes y cortinas negras. El grupo inició un cántico monótono, repetitivo: “Glory for ever to flesh” (Gloria por siempre a la carne).
El murmullo de aquellos cantos, los rostros lúgubres, tenebrosos, el escenario nebuloso en el que me encontraba, se iban apoderando de mí voluntad, lo percibía. Antes de acabar cantando yo también “gloria por siempre a la carne” decidí marcharme.
Algo parecido me ocurrió en los arrabales de Puerto Príncipe, en Haití, presenciando una ceremonia de Vudú primitivo.
Pero esta es otra historia.
El encargado de la librería, indudablemente satánico, me dijo que al día siguiente hablaría el sumo sacerdote de la iglesia; desde luego no aparecí más por allí.
Ojeando libros vi expuestos varios ejemplares de LA BIBLIA SATÁNICA en inglés, escrita por Anton Szandor Lavey. Compré dos. Para mi asombro descubro que esta Biblia satánica ha sido traducida al español por Ester Valverde y publicada por la editorial madrileña Martínez Roca. Tal vez con la intención de satanizar al pueblo español. Aunque poco le falta.
Lavey, autor de la Biblia satánica, nació en Chicago en 1930, pero sus padres pronto se trasladaron a California. Su abuela, procedente del Este de Europa, le contaba historias de dráculas y demonios. Pronto se interesó por este tipo de literatura. Pasó temporadas como organista en bares, salas sociales y clubes nocturnos. Trabajó en circos, primero como peón y chico de jaulas, posteriormente como domador de animales. Tanto los libros como sus trabajos le proporcionaron una visión oscura de la naturaleza humana. Dos veces contrajo matrimonio, que acabaron en divorcio. En 1956 compró una casa victoriana en San Francisco, la pintó toda de negro y allí comenzó a recibir gentes que se interesaban por todos los aspectos del ocultismo. El 30 de abril de 1966 fundó la iglesia de Satanás y estableció ese año como el primero de la era satánica. En 1971 publicó LA BIBLIA SATÁNICA. Toda vez que el negocio prosperaba, Anton S. Lavey fundó otras iglesias satánicas en California y en varios estados de la Unión norteamericana. Según un estudio realizado por la Universidad de Loyola en Chicago, en Estados Unidos hay 6.000 organizaciones dedicadas al culto al diablo. La más importante, se dice, es la “Iglesia de Satanás” fundada por Lavey en San Francisco.
La Biblia satánica no está dividida, como la cristiana, en capítulos y versículos. Sigue los mismos registros de redacción que cualquier otro libro. Consta de cuatro capítulos principales, encabezados con estos títulos: Libro de Satán, libro de Lucifer, libro de Belial y libro de Leviatán. En una invocación al diablo, Lavey escribe: “En el nombre de Satán, Señor de la Tierra y Rey del Mundo, ordeno a las fuerzas de las tinieblas que me otorguen sus poderes infernales”.
El credo satánico, plasmado en páginas 35 y 36, se resume en nueve afirmaciones:
1. Satán representa la complacencia, en vez de la abstinencia.
2. Satán representa la existencia vital, en vez de quimeras espirituales.
3. Satán representa la sabiduría inmaculada, en vez del autoengaño hipócrita.
4. Satán representa la amabilidad hacia quienes la merecen, en vez del amor malgastado con ingratos.
5. Satán representa la venganza, en vez de ofrecer la otra mejilla.
6. Satán representa la responsabilidad hacia quien la merece, en vez de la preocupación por los vampiros psíquicos.
7. Satán representa al hombre como otro animal –en ocasiones, mejor, pero la mayoría de las veces peor que los de cuatro patas- que, debido a su “divino desarrollo espiritual e intelectual”, se ha convertido en el más depravado de todos.
8. Satán representa los denominados pecados, pues todos ellos conducen a la gratificación física, mental o emocional.
9. Satán ha sido el mejor amigo que la Iglesia ha tenido nunca, puesto que la ha mantenido viva durante todos estos años.
La gran tragedia que se esconde en el fondo de estos ritos y representaciones grotescas es que el hombre de hoy, en el fondo, no cree en el diablo. No cree en el diablo porque tampoco cree mucho en Dios. De ahí esas parodias, burlas y juegos ocultos tomando por pretexto al diablo.
“El mal de nuestro mundo –escribe José María Souvirón en EL PRINCIPE DE ESTE SIGLO- no reside solamente en que se haya dejado de creer en Dios, sino también, indirectamente, en que se ha dejado de creer en el demonio…Cuando el maligno hace su habitación en las criaturas- en el corazón o la inteligencia de los hombres-, necesita un hueco para estarse allí; pero con algo en torno: una oquedad hecha lógicamente en algo… Un interés excesivo por conocer el mal puede indicar una disposición para entregarse a él”.
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