Quizá porque escribo con las ideas del Domingo en que celebramos el “Día de la Madre” y, por tanto, me vienen bellos recuerdos de su natural saber educar, mezclará este aprendiz de escribidor, unas observaciones, surgidas en parte por las recomendaciones maternales acerca de “mi vestir” y en parte de una pregunta dominical de uno de mis nietos: “Yayo ¿por qué siempre llevas corbata” y esto me lo pregunta en un Domingo, recién venido él de la Iglesia, donde al parecer no está acostumbrado a ver muchas corbatas. Claro que yo tampoco las veo mucho, incluso entre los Pastores que ofician cultos, pues he podido ver celebraciones de “Santa Cena” en pantalones bermudas, chancletas de playa (la música de fondo no era del grupo “No me pises que llevo chanclas”) y camisas floreadas, naturalmente “sin corbata”. Pero, a lo que iba.
Mi madre que intentó educarme con la graciosa frase de “no naciste con tu libro de instrucciones, yo soy tu instructora básica” y recordándome de cuando en cuando que “yo no era el rey de la casa” lo cual me ha liberado de sufrir el síndrome del Emperador; además de dirigir mis entusiasmos a los valores y tratar de seducirme con lo valioso de los mismos me repetía que la madurez consistía en controlar deseos y tener paciencia en las gratificaciones. Y aún más, desde que conoció el Evangelio, me repetía que la riqueza interior, la paciencia y la medida, son grandes brújulas de la vida. La voluntad, los sentimientos, las emociones, la sexualidad y la inteligencia deben estar regidos por estas cualidades y las espirituales, para disfrutar de una vida plena y serena. Y aún más, explicándome que la importancia de la noble “autoestima” es una de las mayores riquezas, me creaba toda esta información, para influirme también en la “autoimagen”; y es aquí, donde “Desde el Corazón” y los recuerdos quería llegar.
Tenía que vestir, aunque pobre: limpio, decorosamente y elegante. Me recordaba cómo era mi padre; humilde pero menos para trabajar, siempre con traje, corbata y sombrero (a esto no he llegado aún). La vida, hijo, me decía: “es argumental, necesita de unas estructuras, de los mejores fundamentos que le den consistencia, como los que nos dan los evangelios: amor, fe, trabajo, cultura, protocolo y amistad” Por lo que vestir adecuadamente, era también una forma de lenguaje no verbal.
Luego, cuando ya me conoció como “Pastor Ayudante”, siguió insistiéndome en la importancia del buen vestir, como si fuera un uniforme. “Sí, sí –me decía- ya sé que el hábito no hace al monje, pero vestir con decoro, elegancia y pulcritud es una expresión de adhesión a los valores que el culto al Señor requieren”. Y seguía con sus simples ejemplos, pero casi incontestables: ¿No se viste el Juez con su toga? ¿Y el médico no infunde ya respeto y confianza con su bata blanca? ¿El militar no define lo que es con su uniforme? y hasta me ponía como ejemplo –pues era una aficionada y entendida en temas de toros- que en el pasado la gente a donde mejor vestida iba era a los toros. Las camisas blancas planchadísimas, y los señores de las primeras filas de sombra con corbata y puro, y las señoras tan bien vestidas que daban gloria. Y para broche me recordaba el valor de las vestimentas sacerdotales del Antiguo Testamento, en su belleza y en sus significados didácticos.
Recuerdo estas lecciones y “Desde el Corazón” me digo: ¡Cuan sorprendida se sentiría hoy! si descubriera el desaliño indumentario para ir hoy a la casa del Señor, y para desarrollar ministerios que en todo detalle máximo deberían darle honra y dignidad.
¿Será generacional el ir descorbatado, desaliñado e indecoroso a las capillas –no de toros- en el tiempo de hoy? No, porque las mismas personas que para ir a la Iglesia cualquier ropaje basta, cuando se trata de sus fiestas protocolarias, banquetes, ceremonias y otras especiales reuniones, bien que se acicalan. ¿Y el culto a Dios, y el servicio en el templo no se merecen la más digna indumentaria? ¿Es que acaso, esta misma no da una imagen de nosotros mismos, y de lo que representamos?
Los que se sientan en una terraza a tomar un refresco, o asisten a los toros en los tendidos de sol, es lógico que anden despechugados, porque en tales casos y espacios la estética lo permite y hasta son de belleza los contrastes. Pero en el espacio de la casa del Señor, la elegancia, el decoro, la limpieza y en casos el uniforme, son también una forma de ensalzar el lugar y el tiempo que a Dios se dedica.
Si alguien objeta, que son costumbres de antaño; no todas las costumbres de nuestros antiguos son desdeñables. Lo despreciable es abrazar la comodidad en perjuicio de la armonía y el buen ejemplo. Sí, mi madre tenía razón, hay que formarse con los valores más valiosos. La madre más ejemplar y elegante del mundo mundial.
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