Un total de 35 personas murieron en los 28 accidentes en las carreteras españolas ocurridos durante la Semana Santa recién transcurrida. Es la segunda cifra más baja desde 1960, aunque han muerto nueve personas más que en el mismo periodo del pasado año. Y de una imaginativa fuente, nos relataron que también murieron un cofradista y un turistero en el mismo accidente, por lo que llegaron simultáneamente al juicio de Dios y que se presentaron, como todos los hombres, desnudos ante el Tribunal. Y añade la fuente, que Dios comenzó su juicio preguntando a los dos qué pensaban de Él.
Y empezó el cofradista un encendido discurso sobre la pasión, fervor y solemnidad con que estaba viviendo los días de Semana Santa, cómo participó en las cofradías desde sus respectivos templos. Asistió a la de “la Oración en el Huerto”, “el Cristo de la Columna”, “de la Humildad”, la “del Cristo de la Buena Muerte y la Sentencia”. Cerrando las noches procesionando con solemnidad y arropado por multitud de devotos como él, culminando la madrugada antes del accidente con la cofradía más populosa de la jornada, es decir, la de Jesús de Nazaret de Pino Montano. Con barrio entregado al fervor, las saetas, bordado con la música y el apasionado desfile de una compañía de Legionarios y señalando que el arzobispo lo sabe bien, por ello muy pronto podría haber más cofrades nazarenos por el barrio. Un premio más que merecido. Aunque el Altísimo parecía no entender nada y, en todo caso, sin reconocerse en las explicaciones que el cofrade le daba.
Habló a continuación el turistero, el que simplemente hacia turismo. Desplegó ante Dios todo su engranaje de ortodoxia sobre Teología Natural, indicando elocuentemente que él aprovechaba los viajes para reflexionar sobre la belleza de la Creación, pues estaba convencido por claras evidencias que existe un designio en las Obras de la Naturaleza. Con entusiasto verbo decía:
“Si al atravesar yo un desierto caminase sobre una peña y me preguntase a mí mismo por qué estaba allí tal peña; pudiera acaso responder mi curiosidad, diciendo que había estado allí siempre. Absurda sería esta respuesta, aunque por ventura no sería fácil el demostrar que lo es. Pero supongamos que en vez de la peña hubiese hallado un reloj, ¿quién sufriría al que respondiese que siempre había estado allí? ¿En qué consiste esta diferencia? ¿Por qué no es aplicable igual respuesta a uno y a otro caso? Porque al examinar la estructura del reloj, hallo en él lo que no puedo descubrir en la peña; hallo que las partes de que se compone han sido hechas unas para otras y con determinado objetivo; el movimiento, y este movimiento se dirige a señalar las horas; y me maravillo de las ruedecillas, los encajes, los muelles que dan impulso desde el cono canelado hasta el volante y desde el volante hasta las manecillas; y tan magnífico mecanismo me prueba que hubo un inteligente diseñador relojero. ¿Qué hombre de juicio para explicar la existencia de este reloj se satisfaría con que se le dijese ser efecto de la casualidad?, por lo que a mí ¡oh, Altísimo! hacer turismo me pone en conjunción de argumentos acumulativos con la personalidad de la Divinidad, la Unidad de la Divinidad y de la Sabiduría de la Divinidad”. Sin que le disgustaran estas últimas referencias, expresó Dios al turistero que con todo, no se reconocía a sí mismo en la figura que el ortodoxísimo turista le representaba. ¿Qué hacer con los dos?, porque los dos le parecían vehementes en sus pasiones religiosas, pero con dudas de si eran dementes o simples falsarios.
Como el tiempo pasaba y cuantas más explicaciones le daban el uno y el otro, más claro tenía Dios que no era lo que los examinados pensaban de Él, recurrió Dios al supremo recurso: encargó a sus ángeles cirujanos, que les extrajeran el corazón a los dos y que se lo trajeran. Y entonces descubrió que ninguno de los dos tenía corazón.
Ya sé “Desde el Corazón” que no es precisamente una de mis invenciones más teológicas, pero estoy convencido de que el día del juicio Dios va a atender mucho más a nuestro corazón que a nuestras ideas, mientras que aquí abajo nos pasamos la mitad de la vida peleando por nuestras ideas y olvidándonos de qué queremos, mientras tanto.
Solemos dar, equivocadamente, una excesiva importancia al pensamiento y a la mera inteligencia, que no son ni lo único ni lo decisivo en el hombre. El ser humano es más ancho que su cabeza. Y sobre todo, más ancho que sus dogmatismos. Dos corazones fríos acabarán riñendo incluso cuando piensen con las mismas ideas. Las polémicas sin amor multiplican las diferencias en la misma proporción que el amor las acorta y las rebaja. Una de las claras lecciones de la enseñanza de Jesús, es que
la mejor verdad es amarse. El Senador Pablo de Tarso escribió que
“aunque se tenga toda la fe que traspase los montes, si no hay amor nada se es”. A mí me encanta la gente que ama, aunque no comparta sus ideas. Porque sé que el amor es la única carta que llega siempre a su destino, aunque tenga la dirección equivocada. En cambio la verdad sin amor, es un aceite de ricino, una caricatura de la verdad. Ni el fervoroso cofrade ni el turistero supieron reconocer al Dios de amor, y que sólo por fe con amor a Él, era la senda a la gloria.
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