Habiendo escrito un libro sobre C. S. Lewis y otro sobre Bonhoeffer, pensaba tener claridad respecto de lo que los une y lo que los diferencia. Sin embargo, hace unos pocos días caí en cuenta de un portentoso elemento en común, de esos que uno no entiende cómo no vio antes: la centralidad de los salmos para ambos autores. Y “centralidad” tal vez sea aquí poco decir: el libro de los salmos es, en el caso de ambos autores, el único libro bíblico que alguna vez comentaron.
No se trata de “comentarios” en el sentido técnico del término. Lo que ambos autores hicieron fue escribir más bien algo así como “meditaciones” sobre los salmos, y los dos con un evidente fin pedagógico. En el caso de C. S. Lewis se trata de sus
Reflexiones sobre los salmos; en el caso de Bonhoeffer se trata de su librito
Los salmos. El libro de oración de la Biblia (de ambos, por cierto, hay reciente traducción al castellano
aquí y
aquí).
Y así como
resulta muy llamativo que éste sea el único libro bíblico que ambos hayan comentado, llama la atención que fuera de lo último que publicaran en sus vidas. C. S. Lewis publicó sus
Reflexiones sobre los salmos en 1958, cuando –exceptuando
Los cuatro amores- todas sus obras importantes habían sido ya publicadas. Bonhoeffer, en tanto, escribió todavía por años tras su libro sobre los salmos, pero éste fue el último libro que se le permitió publicar bajo el nacionalsocialismo –el resto es obra póstuma. En ambos casos –y a pesar de que Bonhoeffer no llegó a la edad de Lewis-, podemos pues decir que se trata de obras de madurez. La madurez los llevó a los salmos.
Curiosamente, no es ése el lugar al que nos dirigimos nosotros cuando queremos alardear de madurez. Un buen testimonio del estado en que se encuentra nuestro trato con los salmos, y de las causas de nuestra negligencia, se encuentra en un
breve artículo escrito algunos años atrás por
Carl Trueman bajo el título “¿Qué pueden cantar los cristianos miserables?” La respuesta obvia es “los salmos”; pero la respuesta que recibió Trueman es más bien que su pregunta era imposible: que no puede existir algo semejante a un cristiano miserable.
“En los salmos, Dios le ha dado a la iglesia un lenguaje que le permite expresar las más hondas agonías del alma humana en el contexto de la adoración”, escribe Trueman,
preguntándose si acaso el lenguaje de la alabanza contemporánea refleja algo de ese horizonte de experiencias y emociones. La respuesta apenas necesita ser esbozada. Y sigue Trueman
: “Al excluir el clamor por la soledad, la precariedad y la desolación de su adoración, la iglesia ha logrado efectivamente silenciar la voz de los solos, desposeídos y desolados, tanto dentro como fuera de ella. Al hacerlo, ha implícitamente abrazado las aspiraciones banales del consumismo, ha generado un cristianismo insípido, trivial y triunfalista, y ha confirmado sus impecables credenciales como club para los complacientes”. Estas son observaciones que se encuentran lejos de alguna controversia sobre los distintos estilos en la música eclesiástica, y lejos asimismo de la discusión sobre psalmodia exclusiva: se trata simplemente de que los salmos no están imprimiendo su carácter sobre nuestro culto.
La crisis del cristianismo contemporáneo es, en una buena medida, una crisis de credibilidad. Ante ese diagnóstico, se ofrece una asombrosa cantidad de recetas, consistentes en que los cristianos seamos más radicales, consistentes, etc. En su usual vaguedad, es difícil evaluar esas propuestas. Si se quiere ver un punto concreto, en cambio, en el que el cristianismo evangélico contemporáneo es poco creíble, basta con ver lo que cantamos: canciones que pretenden personas instaladas en la cima de la vida espiritual, una armonía ininterrumpida, comunión cabal, en suma, algo literalmente in-creíble. Los salmos nos podrían devolver algo de credibilidad.
Pero vuelvo, para terminar, a
Bonhoeffer y Lewis. Ellos son citados entre nosotros con frecuencia como ejemplos de un tipo de cristianismo involucrado en el mundo, y de un modo que precisamente resulta creíble: uno por su obra escrita y el otro por su testimonio de vida. Pero
más vale que nos demos cuenta cuánto antes de que la espiritualidad realista de los salmos es parte integral de ese cristianismo maduro que cultivaron. Vendernos la consistencia intelectual de uno y la radicalidad de vida del otro, pero desconectadas de lo que se refleja en su única publicación sobre un libro bíblico, es prescindir de uno de los puntos en los que tal vez más evidente y concretamente pueden ayudarnos a responder a nuestros problemas de credibilidad. Por lo visto, aún tenemos para aprender de ellos por un buen tiempo.
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