Vivir para ver. No solo la política, sino también la religión hace extraños compañeros de cama. Aunque a veces la cosa no pasa del triste papel de acólitos. Me refiero -¡acertaste, oh lector o lectora!- a la actual fiebre de entornos
evangelicales por lanzarse a apoyar nerviosamente los posicionamientos más duros que la Conferencia Episcopal impone a un Gobierno que para nada se ajusta al modelo de ejecutivo de un Estado aconfesional que establece el, también en este caso, papel mojado de la Constitución, legislando al dictado de los obispos católicos.
Pensar que se nos pueda estar identificando ahora a los protestantes españoles como acólitos de la Conferencia Episcopal, justo en los temas más airados de injerencia manifiesta de la religión en la política para tumbar leyes vigentes que en nada obligan a nadie pues solo reconocen derechos a quienes quieran acogerse a ellas, me parece un colosal despropósito, un caso inaudito de desmemoria histórica, un triste ejemplo de patología religiosa.
Los protestantes venimos -¿veníamos, ahora ya no?- de otra historia. Una cultura de defensa de las raíces de la democracia, de militancia por la separación de Estado e Iglesias, de respeto y tolerancia, de defensa de la pluralidad y de lucha activa por la libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre” (Cervantes,
Don Quijote, capítulo LVIII).
No venimos de una historia de imponer leyes, sino de respetar leyes; no de alentar cruzadas, sino de defensa de las libertades, para todos, empezando por la religiosa y de conciencia.
¿Dónde ha quedado aquel talante protestante que en los últimos años de la larga noche de piedra del franquismo nacionalcatólico y los primeros de la Transición tantos esperaban que impregnase a la sociedad española?
Porque la fiebre pro-Conferencia Episcopal en el mono-tema de la moral de la entrepierna no se ve que se extienda al sangrante abanico de los asuntos que realmente preocupan a la sociedad española aquí y ahora: paro, corrupción, desahucios, pobreza…
¿Qué dirían nuestros héroes de la fe de la España Protestante si levantaran la cabeza y vieran cómo en un Estado democrático teóricamente aconfesional la Iglesia católica goza de privilegios sin cuento y subvenciones sin límite, hasta el punto de ser la única institución que vive de “papá Estado” que no ha sufrido recorte alguno en los dineros que recibe de las arcas públicas de los impuestos de todos los ciudadanos, católicos o no?
¿Y qué cara se les quedaría cuando se enterasen de que en el campo de la enseñanza, por ejemplo, las multimillonarias subvenciones a la Iglesia católica no pueden ser recurridas en Bruselas “gracias” a que las confesiones minoritarias aceptaron el “plato de lentejas” para la enseñanza religiosa en centros públicos?
Ahora, oh, lector o lectora, ahora creo que soy yo el que acerté: me da a mí que a ti tampoco te consultaron para aceptar en nombre de todos nosotros el plato de lentejas.
Artículo publicado en la revista El Eco Bautista de la UEBE en su sección “Café para todos”.
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