El tiempo de Semana Santa es un cruce en el que chocan tres fantasías. La fantasía del descanso, la fantasía de la libertad y la fantasía de que pertenecer a una cofradía o emocionarse en una procesión es celebrar tal especial tiempo. La del descanso exige inmovilidad que contrasta con los miles y miles de coches que se moverán, quietud y meditación. Por el contrario, la fantasía de la libertad tiende a provocar una movilidad extrema, nerviosa, hay que aprovechar el buen tiempo al máximo realizando todas aquellas actividades que en el cuatrimestre pasado se frustraron. Y en cuanto a celebrar la Semana Santa, con viajes, procesiones, cofradías y algunos cantos emocionales de “saetas” de pobre contenido, es todo menos “celebración de los días que cambiaron el mundo”.
El hombre moderno sería mucho más feliz si dedicase algún tiempo a meditar. El Maestro por excelencia se retiraba al desierto para orar. A una hacendosa y afanada en exceso, Marta, se le advirtió que una cosa era realmente necesaria. Una vida de fe y paz espiritual, si se quiere más técnicamente psíquica, sólo puede llevarse mediante aislamientos periódicos de los cuidados y afanes del mundo.
Escribo este “Desde el Corazón” en horas de cansancio y ciertos géneros de fatiga: fatiga del cuerpo, que puede quitarse durmiendo bajo un árbol y hasta sobre una almohada de piedra; fatiga del cerebro, que necesita la incubación del descanso para que salgan nuevos pensamientos, y fatiga del corazón y del alma, que es la más difícil de suprimir, porque sólo se cura teniendo relación con Dios.
Un silencio ayuda a hablar bien; un retiro ayuda a pensar. La oración ayuda a encontrar descanso y nuevas fuerzas. Un contemporáneo de Abraham LINCOLN, que pasó tres semanas junto a él después de la batalla de Bull Run que tuvo lugar el 21 de julio de 1861, y que significó una primera derrota del ejército federal por el confederado del Sur, escribió:
“No me era posible dormir. Estaba repitiéndome el papel que íbamos a representar en una función pública. Había pasado casi toda la noche en vela. Estaba amaneciendo cuando oí unos murmullos del cuarto donde dormía el Presidente. La puerta estaba entornada. Instintivamente me acerqué y vi un espectáculo que no olvidaré nunca. El Presidente estaba arrodillado junto a una Biblia abierta. Lo tenía de espaldas. Por un momento guardé silencio mientras miraba entre pasmado y sorprendido. Le oí orar en un tono apenado y suplicante: ‘Dios que oíste a Salomón la noche que te pidió sabiduría, óyeme; no puedo conducir a este pueblo ni regir los asuntos de la nación sin tu ayuda. Soy pobre, débil y pecador. Dios que oíste a Salomón cuando te imploró, óyeme y salva esta nación’”.
“Desde el Corazón” uno se pregunta cuántos de nuestros funcionarios públicos, que ocupan importantes cargos, y no pocos asisten a sus cofradías, invocan la ayuda de Dios. Cuando las Naciones Unidas celebraron la primera reunión en San Francisco, se decidió, para no ofender a los ateos, guardar un minuto de silencio en vez de rogar denodadamente a Dios para que iluminara y guiara a las naciones. He leído mucho, de muy diferentes fuentes, acerca de la importante sesión del Parlamento, y considero que aún se tiene que dialogar mucho y bien, pero no he leído una sola nota, acerca de alguien que sugiriera y menos aún solicitara la ayuda de Dios en momentos tan transcendentales.
Casi toda la inquietud de las almas procede hoy de no conocer por qué estamos aquí ni a dónde vamos; y nos negamos a dedicar tiempo a buscar la sabiduría de lo alto, ni siquiera en Semana Santa, para resolver los problemas. Ni siquiera tiene mucho sentido continuar viviendo si no se sabe por qué. La potencia impulsora siempre está asociada con el reposo interior. Sin fuerza interior la energía es explosiva y la acción imprudente. Toda reposición de fuerza tiene menos de físico que de espiritual. Un alma fatigada, fatiga el cuerpo con más frecuencia que un cuerpo fatigado fatiga el alma. El descanso que se puede encontrar en tiempos de reflexión interior significa menos sensación de trabajo que liberación de las ansiedades que causan la avaricia y la culpa. El refrigerio espiritual de la oración, el retiro, la meditación, constituyen las más poderosas influencias cuando se trata de experimentar verdadero descanso y equilibrio para nuestro nervioso vivir. El descanso que produce la meditación y la contemplación, y el panorama que nos ofrece la Semana Santa, no nos dan un descanso del trabajo, sino un descanso en el trabajo. Es paz que nos dispone a la batalla y da alegría de conciencia contra la que nos asalta.
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