James Thomson siempre trató de construir puentes de entendimiento con los clérigos católicos romanos. Consciente de pisar territorios dominados confesionalmente por ellos, y que sin su anuencia y/o visto bueno, sería extremadamente difícil distribuir los materiales de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE), Thomson buscó afanosamente convencer, especialmente a las cúpulas clericales, sobre lo benéfico que sería para todos
permitir la circulación de la Biblia sin notas doctrinales.
Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en su carta del 23 febrero de 1843, remitida desde la ciudad de México, Diego Thomson informa que han fracasado sus gestiones para que los nuevos testamentos publicados por la SBBE fueran usados en las escuelas bajo la responsabilidad de la Sociedad Lancasteriana de México. Dicha Sociedad había aceptado el ofrecimiento de Thomson, pero “la oposición eclesiástica” impidió la realización del proyecto.
En la misma misiva hace del conocimiento de las autoridades del SBBE que el obispo de Michoacán ha decidido negar su licencia “para publicar una parte de las Escrituras en lenguas indígenas”. El rechazo del obispo
Juan Cayetano José María Gómez de Portugal y Solís, a quien Thomson consideraba “el más liberal de todos los obispos de este país” auguraba “con seguridad que todos se negarán”, a dar su aprobación para que se realizaran traducciones de la Biblia en idiomas de los pueblos originarios de México.
Por fin vislumbra condiciones favorables para viajar a Yucatán, que a causa de su independencia se encontraba en guerra intermitente con el gobierno central de México. En misiva de fecha 26 de septiembre de 1843, Thomson hace del conocimiento que ha enviado en avanzada su equipaje al puerto de Veracruz. “pues requiere un tiempo más prolongado hacer ese viaje a lomo de mula que el que me lleva a mí hacerlo en diligencia”.
Sale de la ciudad de México el 4 de octubre, y llega a Veracruz el 7, donde lo esperaban algunos de sus amigos yucatecos. El 17 y 24 de octubre escribe sus acostumbradas cartas informativas a la SBBE. En el puerto de Veracruz hace preparativos y contactos que le facilitan su viaje a Yucatán, así como trata de conocer lo más que pude las condiciones que hallaría al llegar al lugar.
El 26 de octubre zarpa de Veracruz con rumbo al puerto de Sisal en la península de Yucatán, a donde llega tras once días de extenuante viaje. Tras su llegada, en Campeche organiza una venta de materiales bíblicos. Ya que no contaba con suficientes libros como para anunciar su venta en lugares públicos, decide hacer “aviso de la misma [la venta] privadamente y de amigo a amigo […] Los libros salieron tan bien como yo lo esperaba y dispuse de todo cuanto quería disponer en Campeche”.
Thomson sabía aprovechar las oportunidades para su causa que se le presentaban en el camino. Al concluir la distribución de biblias y nuevos testamentos en Campeche, y con la intención de dirigirse a Mérida, se entera que en la ruta hacia la capital de Yucatán tendrá lugar una concurrida feria en Halachó. Entonces decide hacer un alto porque “en los países en que estoy viajando, una feria es el lugar más conveniente para la venta de nuestros libros, porque de esta manera encuentran de inmediato una amplia circulación a través de compradores que vienen desde grandes distancias y lugares apartados de las rutas, y que al volver llevan nuestros libros a esos sitios” (carta a la SBBE, 1 de diciembre de 1843).
Del 23 al 26 de noviembre permanece en Halachó, donde tuvo muy buena recepción para los materiales que ofrecía y para su persona: “vendí todos los libros excepto un Nuevo Testamento en doceavo (11 por 16 centímetros) y podría haber vendido más biblias de las que tenía. Además de otros sacerdotes que eran neutros, conocí a dos que hablaron sin duda y enteramente a favor del bien que habría que esperar de la difusión y uso de las Sagradas Escrituras”.
Hace una observación sobre los asistentes a la feria: “nueve décimas partes de la gente allí, o más bien 99 de cada 100 eran indios. En conjunto, digamos 20 mil, presentaban un perfecto y hermoso cuadro: estaban todos vestidos con ropas blancas”. La escena observada le trae a la memoria lo relatado en Apocalipsis y hace un paralelismo:
“tuve un enorme deseo de ponerles coronas sobre las cabezas; de que, además, tuvieran palmas de triunfo en sus manos y cantaran la Salvación de Dios y el Cordero por siempre jamás. Todo cuanto pude hacer en este sentido, traté de hacerlo: les di la palabra de Dios, oré por ellos, y en cuanto pude, les mostré a Cristo como nuestra única y completa virtud. Que el Espíritu de Dios obre sobre este pueblo rápida y poderosamente”.
Comenta Thomson que el 27 de octubre, muy de mañana, salió de Halachó hacía Mérida, y que entre ambas ciudades mediaban 18 leguas. El único Nuevo Testamento que le quedó tras la venta en la feria de Halachó, informa que lo vendió “en el camino a la primera persona a quien se lo mostré cuando nos detuvimos a descansar, durante el viaje, en el calor del día”.
A muchos, como en la feria referida, a pocos o incluso a una sola persona, Thomson encontraba la forma de presentarles la Palabra y la hacía asequible a ellos y ellas. En el camino, como Felipe en Hechos 8:26-40, Thomson aclaraba a sus interlocutores el sentido de lo enseñado en la Biblia. Acaso en ese día caluroso rumbo hacia Mérida, quien adquiere el Nuevo Testamento haya experimentado lo mismo que el eunuco al servicio de Candace, reina de Etiopía, vivió al entender lo dicho en la Palabra sobre Jesús. Tras su encuentro y diálogo con Felipe, el etíope “siguió su camino lleno de alegría” (Hechos 8:39, traducción
La Palabra).
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