No porque tenga un magnífico familiar buen “Mosso d’Escuadra”, ejemplar y cristiano en el desarrollo de su profesión. No porque tengamos admirables creyentes en las “Fuerzas de Seguridad” del Estado y de Catalunya, ni siquiera por el hecho del respeto que me inspiran la admirable Asociación de Policías y Militares Cristianos Evangélicos cuyos servicios son encomiables y dan honor con su buen y justo hacer a la Fe Cristiana. Por nada de estas loables personas, escribo este “Desde el Corazón”, sí lo hago desde mi conciencia bíblica y ciudadana, incluso desde mi visión Teológica, acerca del Cristiano y el Estado.
Tocar a un policía, sólo rozarle, tendría que estar castigado con severas multas económicas y justas penas de cárcel. Pues entiendo que agredir a un protector del ciudadano y del orden es agredir a la esencia de la misma convivencia. Es querer destruir el orden, pues un enemigo claro de la libertad es el caos.
Herir, golpear a policías, quemar vehículos, destrozar escaparates sale gratis y se ve como un ritual de fin de fiesta reivindicativa. Exceptuando a los que con dignidad y simple manifestación protestan indignados por los errores, recortes, corrupciones y otras ilegalidades; hay quienes han aprendido a canalizar su frustración, y su mediocridad cívica a través de este tipo de violencia, y se creen héroes, que además lo expresan en horrorosos tuitees, cuando son auténticos desalmados y de tendencias criminales.
Recuerdo cuando en Inglaterra los “bobis” no llevaban ni porras, pero los manifestantes no los tocaban, los más violentos saben que la ley era bien clara y dura con el maltrato a tales cuidadores de paz.
En los países civilizados el patrimonio de administrar disciplina ciudadana es del Estado. La enseñanza Paulina sobre el Estado y éste como aplicador de la violencia cuando necesaria, que bien ha influido en la Historia y en tantas sociedades cristianas, era que él veía –aun al imperio romano‑ como el instrumento divino ordenado por Dios para proteger al mundo del caos. Aquellos que administraban estaban desarrollando un papel en esa gran tarea; eran instrumentos de Dios, y por tanto era un deber cristiano orar, ayudar, reclamar los derechos de ciudadanía como él hacía y no obstruir. Pablo asumía que si se hacía lo bueno, la autoridad estaba para alabar, premiar el civismo; sólo debía temer el que hiciese lo malo;
“porque no en vano lleva la espada” pues es administradora –la Autoridad‑ del castigo para el que hace lo malo.
Y en España tenemos unos submarinos virulentos, que se mezclan con estudiadas estrategias de guerrilla y terrorismo, en manifestaciones que terminan siendo cada vez más destructivas y a una Policía que administra esta ira con cautelosas condescendencias, recortes de medios disuasorios y suave paternalismo de bondadoso abuelo cual el de Kentucky Fried Chicken.
Si ningún manifestante agrediera a ningún policía, que aguantan inverosímiles insultos y amenazas –lo sé de buena fuente‑, no habría nunca disturbios de ninguna clase. Quien busca la violencia no son las Fuerzas del Orden, que evita al máximo cargar contra los manifestantes, y cuando no tienen más remedio que actuar, tratan de usar la mínima fuerza posible. Aunque sea al precio de acabar con 67 agentes heridos.
No estoy “Desde el Corazón” abogando por mano dura, per sé, y denuncio tanto el régimen de Maduro en Venezuela, como el de los Castros en Cuba y otros tiránicos; pero sí creo que en ocasiones educar al incívico es controlarlo y reprimirle. El violento y camorrista callejero en su inconsciencia puede quejarse cuanto quiera, pero en su incultura, debe saber que cuando maltrata, destroza, hiere y desea matar, está traspasando la línea de sus derechos; y los medios policiales, deben perder el complejo de culpa si ejercen sus potestades de forma eficaz y contundente de acuerdo a ley.
Tocar a un policía tendría que tener consecuencias más serias, del “buenismo” de algunos jueces. Y a los que tanta dignidad exigen, no estaría mal que medios de comunicación, sistemas jurídicos y ciudadanos de buen vivir, fuéramos a reclamársela.
Los violentos que se esconden en sus pasamontañas, juramentados y empeñados en una carrera de destrucción y muerte si se presta, tienen claros propósitos de hacer imposible todo gobierno civil. Los hubo en tiempo de Pablo y los hay, hasta en la misma Universidad, centro del saber y la concordia, por eso no es de extrañar que Pablo escribiera que
“no en vano se lleva la espada –más grave que las pelotas de goma‑
para castigar al que hace lo malo” y escribía tan terminantemente para, por una parte, disociar el cristianismo de toda violenta insurrección, y dejar claro que el cristianismo y la buena ciudadanía iban y han de ir necesariamente de la mano.
*Epístola de San Pablo 13:4
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