En tanto que individuos libres, vivamos el bien de lo público, especialmente cuando el Estado (sus miembros) está de funeral. Vaya que se ha muerto. Pues ya me dirán si no qué vida tiene el Estado que hace un funeral de Estado como el de estos días en la catedral. Cuando reyes, príncipes y gobernantes están unidos en beso idolátrico, dándose la paz que trajo aquella Antigua, ya no hay Estado Diácono de Romanos 13, sino Bestia de Apocalipsis idem.
Lo público no es algo que se impone desde arriba por algún poder dictador; para eso ya tenemos las troikas de turno. No es una stalinzación “socialista” perversa. Es verdad que en algunos ámbitos así se contempla el discurso de lo público. Aquí pensamos en lo público como elección responsable de los individuos, y creo que es algo muy cercano al modelo que podríamos llamar “bíblico” (lo que encontramos en la República de Israel en el Antiguo Testamento). Es decir, la ética cristiana no está reñida con la ética pública. Pretender asumir que la ética cristiana tiene que mostrarse y vivir solo en los espacios sociales de entidades privadas, negando las públicas por definición, no es sostenible, aunque se tenga que mirar, claro está, cada caso histórico.
Ejemplo de esto. Estamos como individuos libres en nuestra casa, con nuestra familia como la extensión necesaria de nuestra individualidad; “somos” el conjunto. Luego tenemos otras personas y sus familias vecinas, que comparten el mismo espacio. Ese “compartir” es convivencia pública. Más familias; más espacio. La tierra es de cada una de las familias, pero el espacio es compartido. Riegos comunes. Cosecha común. En la Biblia, las fiestas de siembras y cosechas, aunque son de cada familia, pertenecen a lo público, a la congregación. Ahora decidimos que para nuestra salud particular es bueno tener un médico y una médica; y todos pagamos un poco para que todos tengamos a un médico y una médica para cuando enfermemos. Y le construimos un lugar para su trabajo, que es de todos. Ya tenemos un servicio de salud pública. Y está muy bien; y es muy cristiano. Y ponemos como norma entre todos que todos tienen el derecho de recibir asistencia. Y cuando la comunidad sea más grande, más médicos. Cuando vas a ese médico no te pregunta lo primero ¿dónde tienes el monedero?, sino ¿dónde te duele? Muy bíblico.
Pero no solo eso; aunque enseñamos a nuestros hijos en nuestras casas, no damos abasto. Entre todos pagamos a un maestro y una maestra para que enseñen a nuestros hijos; y le construimos un edificio para su trabajo. Ya tenemos un servicio de escuela pública. Y no es de un dictador desde arriba, sino de todos nosotros. Lo público es nuestro, su vida es la que nosotros le damos. Muy bíblico.
Además, decidimos libremente como individuos responsables, poner todos un poco de dinero cada mes para que haya un arca público donde sacar lo que necesiten algunos viejitos o enfermos que no pueden trabajar; sus familias hacen lo que pueden, pero algunas no pueden. Entre todos; muy bíblico.
Por supuesto; a esos médicos y maestros les daremos los mejores medios para que lleven a cabo lo que es su vocación. Porque la vocación es evidente en esto, la ha puesto el Señor en su providencia. (No sé si todos admitirán que la vocación de servicio público, en entidades públicas, sea de Dios.) Que tengan los mejores instrumentales, y los mejores medios para investigar; que a todos nos interesa. El bien de lo público. Muy bíblico.
Habrá maleantes y ladrones que perjudicarán a los individuos, son enemigos, pues, de lo público. Pagamos entre todos a unos que tienen vocación de seguridad ciudadana; y les damos los mejores medios. Ya tenemos fuerza pública. Son nuestros; no de un tirano para defender sus intereses. El bien de lo público. ¿Y un ejército? También. Será nuestro, donde todos estaremos representados. No actuará contra los ciudadanos, al servicio de intereses privados. Pero eso es utopía; así no ha sido en la Historia; pues ya es hora de que sea. Busquemos el bien, todos juntos. Hagamos ciudadanía.
Aquí en España tenemos, por la providencia de nuestro Dios, un buen servicio público, de salud, de escuela, etcétera. Todo es mejorable, claro que sí, pero no debemos consentir que lo destruyan. Los que no quieren lo público, realmente no quieren lo “privado” para todos, sino lo suyo, lo privado suyo. No te fíes de los que desprecian lo público, ese “bote” tan denostado por ellos, pero del que no se privan de chupar cuanto pueden. ¿Que en lo público se dan abusos y hay miserables ladrones que se llevan a su “privada” vida lo que pueden? Claro que sí; tal como ocurre en lo “privado”. La miseria no se quita por poner a alguien en una parcela. La corrupción sigue, pero la acción de todos en lo público (que sea de todos, con nuestra responsabilidad) es muy buena; con ella se equilibra y ajusta, se contrapesa.
Que no nos roben delante de la cara. Defendamos nuestras escuelas y salud públicas. Se han llevado nuestros fondos al fondo de los bolsillos privados. Miserables. Que quiebren los bancos, pero no le quiebren los huesos a las personas, esos lomos de los que ha salido la riqueza en tantos años.
Miserables. No habéis cuidado a la perniquebrada y la enferma, sino que la habéis dado en comida a la bestia a la que servís. No habéis cuidado y administrado el sudor de generaciones anteriores, os habéis convertido en cómplices de los que roban; ahora roban con la ley como ganzúa. Es hora del individuo; de nuestra casa; de nuestros nietos; de lo público, cuando nos ponemos juntos con nuestra individualidad. De ahí saldrá el bien público; el gobierno; las leyes; eso es la nación, la tierra, que forma parte de nuestra existencia, de nuestra vocación. Lo otro son tiranías; unas veces de ideologías estatalizantes (que eliminan al individuo y sus derechos y deberes privados), otras individualizantes (que eliminan al individuo y sus derechos y deberes cívicos, públicos).
En esa catedral de Madrid, en ese funeral de Estado, está el funeral de este Estado; con sus reyes, príncipes y gobernantes. Eso es lo que tenemos; miseria. Pero también está el tiempo de libertad; el nuestro. El individuo con su casa, levantado en la providencia de nuestro Dios, con la que podemos decir: de pie, gente libre. Tiempos de vida. No importan las palabras insensatas de un cardenal sobre la guerra civil, lo que importa es la realidad de muerte civil y religiosa que muestra el funeral. Allí solo estuvo la muerte, y ha sido vencida.
La próxima semana, d. v., les pongo algo sobre el engaño de las cofradías y la piedad popular. No es algo que siempre estuvo por aquí; es algo que se instala como acción contra la Reforma española. Es fruto de la acción especial de los jesuitas. España no siempre fue así.
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