“Quebrantar leyes, órdenes, etc.”, dice de la palabra ‘infringir’ el Diccionario de la Lengua Española (DRAE). El Diccionario de uso del español actual Clave afina más: “Referido a algo establecido, especialmente a una ley, a una orden o una norma, desobedecerla o no cumplirla”. A la vista está que las dos jóvenes graduadas de la foto infringen, cada una a su manera, las normas académicas de toda ceremonia de graduación académica.
Pero infringir no es concepto absoluto alguno.No es lo mismo infringir el código de circulación conduciendo a 180 kilómetros por hora donde la velocidad máxima permitida es de 120 km/h que -sin que nos oiga la policía- cruzar con toda prudencia con el semáforo en rojo el paso de peatones de una calle desierta.
Incumplir obligaciones internacionales, por ejemplo, cosa que hay gobiernos que hacen, algunos sistemática, otros ocasionalmente, es infringir. Pero como en todo en la vida, hay infracciones muy graves, graves y leves.
Justo por eso renuncié a poner adjetivo alguno al sustantivo ‘encanto’ en el titular. Porque el encanto de infringir que cabe deducir que causa a las chicas el acto de infringir puede ser adjetivado como “censurable”, “molesto”… “inevitable”, “irresistible”… “comprensible”… “plausible”… o aun“necesario”. Todo depende de la posición ideológica del observador de la foto.
Vayamos, pues, a la lectura y el análisis de la foto, para mejor formarnos y así poder dar razón del criterio visual al que cada cual llegue.
Salta a primera vista que estamos ante una foto de fácil lectura, pues tiene muy pocos elementos visuales, y estos claramente subordinados:
punctum principal -la consola Game Boy de Nintendo-, puntos relacionados -el sombrero y el perfil del rostro de la chica-, elemento contrapuesto de equilibrio dinámico -las piernas al sol de la chica vecina- y fondo -la masa de vestidos de graduación y la hilera de sillas-.
Como ocurre con muchas grandes obras de creación,
Menos es Más.
Informal vs. solemne
Pero es una foto potente, cargada de símbolos y significantes, todo un retrato certero de la pulsión de la juventud por infringir las normas. Informalidad versus solemnidad.
Nada irremediablemente grave que no hayamos vivido como alumnos o visto luego como profesores ocurre en esta foto. En América he oído hablar de “infringir la ley
de a poquito”.
Pero también en la categoría “de a poquito” hay matices. De entrada, hay que reconocer que las dos estudiantes son personas inteligentes, que en su conducta situacional
ad hoc conocen a la perfección el refrán que sostiene que “para infringir las leyes, hay que conocerlas”. Ambas saben perfectamente lo que están haciendo y están preparadas para restablecer la solemnidad en cuanto se vieran observadas… por delante. Justo por eso la fotógrafa está situada detrás de ellas.
Ludopatía o hedonismo
Un detalle no banal diferencia sin embargo ambas actitudes infractoras. De la chica absorbida por el videojuego de su consola puede decirse que está totalmente ausente del acto académico.
La suya, por así decirlo, es una infracción lúdico-mental. Ludopatía pura y dura, vaya, como toda afición desmedida a los juegos de azar o, en este caso, electrónicos.
De la otra otra, en cambio, sería arriesgado, por no decir temerario ponerse a afirmar que pasa del acto académico mientras expone sus hermosas piernas al sol de principios de verano. Puede estar tomando el sol y enfrascada en quién sabe qué pensamientos en su mundo o interior… o rememorando aquel examen tan difícil que al final consiguió aprobar… ¡o escuchando el discurso en cuestión!
“Juventud, divino tesoro…” Y la madurez y la edad adulta para seguir acumulando saber y experiencia. La letra del himno académico, que a mi juicio emociona más cuando eres profesor, resume a la perfección el ciclo de la vida:
Gaudeamus igitur,
iuvenes dum sumus.
Post iucundam iuventutem,
post molestam senectutem,
nos habebit humus.
Alegrémonos pues,
mientras seamos jóvenes.
Tras la divertida juventud,
tras la incómoda vejez,
nos recibirá la tierra.
Personalmente, me encanta la letra original del alemán:
Brüder, laßt uns lustig sein. “Hermanos, alegrémonos“.
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Una historia personal con esta foto
Confieso que tengo una relación muy especial con esta foto de Lauren Greenfield.
La intrahistoria de mi querencia por esta foto, a la que dediqué la hora y hora y veinte minutos de la clase a comentarla monográficamente a mis alumnos, tuvo su origen en un imperdonable error mío.
Corría el curso académico 1997-98. El decano de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nebrija, Gabriel Galdón, me pidió que me hiciera cargo de diseñar e impartir una asignatura troncal de Fotografía.
Acepté y diseñé una asignatura de salto de la cámara oscura a la era digital, libre del ‘incordio’ de la teoría y la técnica de la cámara de estudio y el soberano ‘engorro’ de los procesos antiguos de revelado, habida cuenta de que la asignatura no iba destinada a estudiantes de Fotografía, sino de Periodismo, Publicidad -la de Comunicación Audiovisual se crearía un curso más tarde- y opcional para alumnos de otras carreras.
Mi interés se centraba en la educación de la mirada para la formación del criterio visual no en el virtuosismo de la técnica. La esencia de la imagen, vaya, no las herramientas.
Mi error, tan tonto como comprometido, consistió en que, después de haber preparado el guion y el minutaje de la clase y colocado ordenadamente en el cajetín las diapositivas, me confundí de cajetín y metí en la cartera uno… ¡vacío!, fatal percance del que me di cuenta al llegar a clase minutos antes de comenzar.
La salvación la tenía en el bolsillo superior de la chaqueta, en el que había guardado en un sobrecito de plástico a modo de comodín como
divertimento visual para acabar la clase por si se me adelantaba en el tiempo de proyección.
La improvisación sobre la marcha durante los ochenta minutos de clase suponía corrí dos riesgos a cual más grave.
Uno, disponerme a leer la fotografía e irla comentando sobre la marcha sin haberla estudiado a fondo previamente. Experiencia no me faltaba: había editado y publicado, visionado, comentado, juzgado miles de fotos… pero después de haberlas analizado.
Y dos: mantener el proyector de diapositivas entendido durante una hora y veinte minutos afectaría a la emulsión -decoloración- y el soporte -abombamiento- de la dispositiva, de la que no tenía duplicado.
Con la ayuda de Dios y de un par de
breaks estratégicos en los que apagué el proyector y subí persianas para recapitular unos minutos sobre lo comentado y presentar el siguiente abordaje de lectura, la clase pudo salir airosa; esa y la siguiente, pues la había dejado lista y preparada en mi despacho.
….
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