Tengo tanto material de las entrevistas hechas a los “de arriba”, que decidí hacer una última a “los Santos Compañeros”: san Insatisfecho, san Descarado, san Indignado, y san Imaginativo. Estos están siempre juntos y me advirtieron que me sería inútil separarlos. Han fabricado la santidad en comunidad por lo que, consiguientemente, también la gloria es compartida.
-Por lo que veo, sois inseparables.
-“¿Es malo?” me preguntan.
-Por favor. Sólo quisiera saber si hay algún motivo.
-“Siempre hemos estado de acuerdo. Tenemos necesidad unos de otros. De ahí tantas buenas sugerencias en los Evangelios de
“amaros unos a otros”; de ahí, la importancia de la Iglesia, la asamblea de los santos; algo que ahí abajo estáis deformando, descuidando y desvalorizando. Pues un santo, solo, no se logra, es necesaria la ayuda de otros. Hay que echarse una mano”.
-¿Estás diciéndome que el santo es el resultado de una cadena de complicidad?.
‑“De herencia y comunión, juntas”.
-Explicaos mejor, por favor.
‑“Herencia de la obra del Altísimo en nosotros, ante todo. Complicidad con los santos creíbles que nos dan testimonio y nuestra responsabilidad a las generaciones futuras. Ellos son acicate para anhelar la perfección”.
-Creo que me estáis confundiendo. Si habláis de la Iglesia, ¿me estáis diciendo que es la comunidad la que os hace santos?.
‑“No, en la comunidad se vive la santidad. La ejemplaridad vivida de uno es ventaja para los otros. Cada uno puede contar con el apoyo de los otros”.
‑Creo que voy entendiendo, pero lo que me gustaría es que me contarais vuestra historia.
‑“Simplicísima. Todo comenzó al nacer Insatisfecho. Sus primeras palabras fueron: “no aguanto más, esto no es vida, estoy harto”; a él se unió su hermano gemelo, Descontento, quien no se cansaba de decir: “así no se puede vivir”.
-Agradecería que me indicaras por dónde vas.
‑“Sigo. Entonces se unió al grupo san Descarado. Hace de espejo. ¿Sabes?… uno de esos espejos de aumento que te muestra un rostro tremendamente deformado. Pero que en tales casos refleja el verdadero rostro, el que no oculta nuestros disfraces, los que nos hacemos para esconder nuestra egoísta, indiferente e incrédula personalidad. Y Descarado nos dice que hay que cambiar por dentro, como el Descarado Natán que le mostró al rey David que era un bellaco y con los oficios de san Indignado, motivó al cantor dulce de Judea a indignarse consigo mismo, a reconocer que sus costumbres de vivir para sí, son los obstáculos más difíciles para salvar el camino de la santidad. Para santificarse es necesario deshabituarse, desacostumbrarse a lo que has aprendido del mundo sin Dios, a lo que has vivido meramente a tu manera, a lo que hasta ahora has hecho. Esto es equivalente al
“negarse a sí mismo” del Evangelio. No querer reconocerse en el mamarracho que hemos sido. Decidir no tener nada que ver con el personaje irreal que hemos sido hasta hoy. Renegar públicamente de la contrafigura que hasta ahora nos ha representado en el escenario del mundo. Eso es lo que significa el:
‘te es necesario nacer de nuevo’. Y aquí salta san Imaginativo, y afirma que los de abajo, no anhelan la santidad, una, porque son insensibles a la belleza de tal virtud que desconocen; y otra, porque no tienen visión de futuro. Todos los santos fallidos lo son porque carecen de fantasía. No saben imaginarse de otra manera”.
-¿Así que el Creador nos imagina distintos?
‑“No. Dios
nos hace distintos. Vosotros, los de abajo, sois los que os pasáis toda la vida tratando de borrar las huellas de esa asombrosa diversidad. Os avergonzáis de ser originales. Ponéis el máximo empeño en ser todos iguales, lo más parecido posible a la caricatura. Vivís aceptando la mediocridad: siempre los mismos gestos, los mismos comportamientos, la misma palabrería vana, las mismas indefectibles reacciones… los mismos pecados. Todo ampliamente dado, por supuesto, en obediencia ciega a un guión fijo de este mundo y de estas modas”.
-Muy extenso, permíteme pues que os haga una última pregunta: ¿qué es para vosotros la santidad?.
‑“Sencillamente, un conformarse a la mente de Dios. El hábito de estar de acuerdo con los juicios de Dios; amando lo que Él ama y despreciando lo que Él desprecia. En resumen, amar a Dios y al hombre”.
*De la serie de unas imaginadas entrevistas a los santos de “Allá arriba” que hoy concluye.
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