Los protestantes hispanos para quienes escribe saben que Alfredo Pérez Alencart es un gran poeta que vive y sueña en verso, un poeta que conserva mirada de niño, un poeta conocedor del destino de los pueblos y de sus habitantes, empeñado en guiarlos a la felicidad mediante sus versos claros de escritura viva. Pero ¿saben todos los que leen poesía que este poeta, que enseña Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca, goza de proyección internacional, casi universal? Su obra poética ha sido traducida a veinte de los más importantes idiomas hablados y escritos. Ha producido unos quince libros.
El poeta chileno Gonzalo Rojas, Premio Cervantes de Literatura y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, escribe de él estos encendidos elogios: “Pérez Alencart nos llega como un testimonio de lo sagrado y aún tiende a sacralizar lo profano. Su diversidad y su resonancia humana caracterizan esta poesía cuyos recursos aparecen sin cesar con sorpresas infinitas. No olvidemos esta voz: escuchémosla, resonará durante mucho tiempo en nosotros mismos”.
El diario limeño EL COMERCIO se quejaba en 2010 de que aún habiendo nacido allí, “en el Perú no goza del reconocimiento que se merece como uno de los poetas más personales y admirables de los últimos lustros”.
Tratando de disculpar este injustificado olvido, EDICIONES LANCOM acaba de publicar en Lima una antología de 285 páginas que recoge poemas de sus más importantes obras.
El título de este libro no es ANTOLOGÍA, es ANTOJOLÍA. No consta en el prólogo, pero conociendo a Alfredo estoy seguro que el cambalache ha sido idea suya. La antología se compone de textos escogidos, sean de ensayos sean de poesía, reunidos en un tomo. ANTOJOLÍA, del substantivo antojo, expresa el deseo vivo de llevar a cabo algo sugerido por el capricho. Al deseo del editor responde el capricho del autor eligiendo los poemas que más le agradan, los que a él se le antojan.
En esta antología o antojolía se reproducen poemas de sus más importantes libros publicados y de dos inéditos. De uno de ellos, TAMBORES EN EL ABISMO, ofrezco las estrofas finales de una composición que lleva el mismo título.
¡Devoto soy
de lo que hace volar sin fantaseos, ebrio
de raciocinios sin requemar, con la dosis
propicia para amar perfectamente ajeno
a ilusos encorsetamientos! ¡Lo que hace
volar! ¡Pensamientos al orbitar preciso
de la visitación! ¡Emociones troquelando
sigilosamente el sello de lo que pervive!
MONARQUÍA DE LOS ASOMBROS incluye poemas que figuran en libros publicados entre 2001 y 2013. De las obras que nos ha regalado Pérez Alencart mi favorita continúa siendo CRISTO DEL ALMA, de 2009. Aquí el poeta dice a su Señor:
Enmiélame angélicamente y átame a tu senda polvorienta,
de misión en misión hablando más despacio, sin eclipses
en la significancia: toda pesca hágase con amor clarividente
pues tú eres agua y trigo, unánime ejemplo en las travesías
hermano que sale del desierto para calmar a los sedientos,
después del hondón en línea recta, antes del sorbo de luz
para quitarte dos mil años de encima, justo ahora idéntico
con los cabellos al viento y rotas las sandalias: unas retamas
te pasó por las rendijas del misterio, crucificado yo por ti
cuando no me avergüenzo ante los tramposos: respondo
con seguridad aunque me enseñen la primer mortaja mía
o tuya o de la alta espera. Copiosa fuerza triple desplegada
en mi debilidad o en mis venas amarradas a tu destino.
En CARTOGRAFÍA DE LAS REVELACIONES, libro que comenté para Protestante Digital en 2011, Pérez Alencart evoca la mesa preparada por Cristo, y canta:
Hermanos: siéntense conmigo por amor al Maestro
de quien tomamos ejemplo aunque nos vaya la vida.
Tomen asiento en esta mesa servida sólo de amor
y no me olviden cuando comploten contra mí
por decir que la verdad nos hará libres, por pedir
de beber a una mujer que además es extranjera,
por responder con acierto a los nuevos Nicodemos,
por estar contra la lapidación de las descarriadas.
ANTOJOLÍA de Pérez Alencart, su antojo literario, ha sido abundantemente recompensado con una Antología de sus versos que, si el Parnaso expulsó los sueños, la fantasía y el misterio de los dominios de la lírica, en ellos Pérez Alencart confirma su altura poética, vistiendo la idea con una forma sensible y de frecuentes ráfagas espirituales.
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