Años ha entrevisté en la Radio a un joven que tenía dificultad en el habla, vacilaba, es decir, balbucía las palabras; no me fue fácil, pero la entrevista fue muy apreciada. En mi búsqueda entre los santos del cielo, bajo el lema de averiguar ¿cómo lo han conseguido? he dado con San Balbuceo.
‑Imagino que habrás sido premiado por las humillaciones derivadas de tu molesta deficiencia…
‑“¿Qué humillaciones y qué deficiencia?, para mí el balbuceo, el retardar las palabras ha sido una laboriosa conquista, la meta de una disciplina sudada, además de una bendición”.
‑ ¿Quieres decirme cómo apunto yo esto en mi libreta?
“Pues simplemente que ha sido para mí un gran motivo de satisfacción poder conseguir que se me trabara la lengua”.
¡Increíble! Si todo el mundo se entrena para soltarla.
“Yo por el contrario, tenía gran facilidad de palabra, y solamente después de probos esfuerzos, llegué a perderla”.
Esto lo puedo escribir para mi entrevista, pero ¿me lo puedes ilustrar prácticamente?.
‑“Con gusto. Yo no dudaba en expresar juicios sobre todo y sobre todos. No permitía que faltase mi opinión sobre cualquier tema, incluso cuando nadie me lo pedía. Hablaba como respiraba, casi sin caer en la cuenta. Cualquier ocasión me era buena para ofrecer como un sabiondo, inexorablemente, la censura, la recomendación, el juicio, la advertencia. Llevado por mi facilidad de palabra, adopté un lenguaje eclesiástico de pedantería, jactancia, inmodestia. De una pretensión tan seguro de mí mismo, que ni me permitía el más mínimo margen para la duda, dando a entender con mi lengua que todo lo tenía previsto, bajo control, resuelto de una vez para siempre, que mis criterios los podía demostrar con ecuaciones retóricamente construidas, y lo más triste que cuando encontraba a un santo con dudas, lo consideraba un santo estúpido”.
‑ ¿Cuándo comenzó esa conversión tuya un tanto insólita?
‑“Cuando volví en sí dándome cuenta de que siempre es peligroso poner en movimiento la lengua olvidándose de encender el espíritu e iluminar el cerebro. Además de comprobar que las palabras comprometen. Alguien nos puede pedir cuenta de ellas. Pueden presentarse para el cobro”.
‑ ¿En qué sentido?
‑“Me sucedió con uno. Le deseé, como de costumbre, unos sonoros ‘buenos días, que te sean de bendición’; pasadas unas cuantas horas vino a verme, las cosas no le habían ido nada, pero nada bien ese día, de forma que me dijo: “tus buenos días y deseos de bendición no han funcionado, estoy en apuros ¿me puedes ayudar a remediarlo?”.
‑ ¿Y entonces?
-“Tuve la tentación de replegarme y solucionarlo con un saludo religioso, más tranquilizador… pero resistí la tentación. Sin embargo, desde aquella experiencia comencé a decir “buenos días” (que para mí es un bellísimo y muy cristiano saludo, porque es difícil si se piensa en las consecuencias) con un cierto titubeo. Y no creas que ese titubear ante el irreflexivo hablar es egoísmo, estoy aprendiendo que es una manera de administrar juiciosamente las palabras. Pues tú, como entrevistador, sabes que hay muchos individuos que hacen ostentación de las palabras precisamente para no comprometerse de verdad”.
-¿Cuál es, pues, el lenguaje misteriosamente balbuciente?
“El lenguaje amasado con ciertas dosis de duda, la discreción, el pudor, la humildad, la verdad. El que rechaza los destrozos irreparables sobre ruinas provocadas por las murmuraciones, maledicencias, chismes, calumnias, mentiras. Muchas veces el prójimo sale machacado, no tanto por los hechos, cuanto por las palabras; por tanto, considero el balbuceo como el rubor, la contención, los silencios como en la música, e incluso como un resorte para que alguien empiece a considerar en serio la Palabra”.
-¿Y en qué casos dispensarías el hablar “premioso”?
‑“En todo el que trate de denunciar la injusticia, anunciar la paz, proclamar el Evangelio. En todo aquel que tenga el coraje de dar un paso adelante e implorar:
“Señor, heme aquí, estoy dispuesto, mándame… porque no sé hablar”.
*De la serie de unas imaginadas entrevistas a los santos de “Allá arriba” que irán apareciendo.
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