No sé cómo será eso de compaginarse con alguien para bailar adecuadamente. El baile nunca ha estado entre mis aficiones, pero a mí me parece dificilísimo, probablemente por la misma razón. Asumo que una de las dos partes ha de llevar la voz cantante y el otro habrá de dejarse llevar algo más… o quizá estoy divagando pero, desde luego, si cada uno de los bailarines lleva el intento hacia su propio terreno, bastante me temo que el espectáculo final será, como mínimo, dudoso.
Esta imagen venía hace unos días a mi mente al pensar en el difícil equilibrio entre las emociones y la voluntad, entre el deseo y el impulso por hacer lo que a uno le pide el cuerpo porque le apetece y lo que la razón demarca, por otro lado, porque se impregna de realidad antes que de cualquier otra cosa para tomar sus decisiones. No soy la primera que se hace preguntas acerca de estas cuestiones y, sin duda, no soy la última. Personalidades como Freud, influyentes como pocos, no sólo en su tiempo, sino de manera casi intemporal, ya llamaban la atención a la hora de considerar las diferentes facetas del hombre cómo había una parte de nosotros mismos más inclinada al placer y a darse gusto, a moverse por las emociones, y otra que se dedicaba a poner orden en una tendencia simplemente gobernada por los impulsos y los deseos. Así, nadie parece dudar del hecho de que nos movemos permanentemente entre dos aguas, placer y deber, devoción y obligación, apetencia o necesidad y un largo etcétera que constituye, de forma más compleja que simple, ese difícil baile del que hablábamos al principio.
Sin embargo,
en la vida cotidiana, este baile dista mucho de ser simplemente una actividad de fin de semana o un hobby para ocasiones especiales. Todas nuestras decisiones, nuestro día a día y nuestras actividades más básicas se debaten permanentemente en esta disquisición: hacer lo que nos apetece o hacer lo que debemos. Buena parte de que el mundo funcione como funciona tiene que ver con lo primero: las personas, lejos de ser movidas por el sentido del deber o por la conciencia, tendemos a pensar antes en nosotros que en los que nos rodean. Es más, y esto es lo más curioso: en ocasiones somos capaces de obedecer a nuestras tendencias emocionales incluso en contra de nuestro propio beneficio, simplemente por lo adictivo que resulta, en sí, el efecto inmediato de dar gusto al propio impulso.
Cierto es que no todo el mundo considera que beneficiar al prójimo antes que a uno mismo se pueda considerar un deber, sino más bien algo opcional. De ahí que, siendo opcional, muchos encuentren que su conciencia está más dormida que otra cosa. Vivimos en un mundo en que la generosidad, no sólo está escasamente presente como regla general (con las honrosas excepciones que la confirman , sino que es incluso castigada bajo el calificativo de “tonta” o “ingenua” porque responde justamente a ese plus de deber social y moral que tan pasado está de moda. Porque hoy la moral está relacionada con la idea de religión y la religión, de plano, se rechaza automáticamente justo por las razones de fondo que estamos considerando: porque se ve como una lista casi interminable de limitaciones que sólo llevan a que uno no pueda darse los gustos que sus emociones e impulsos le marcan.
Difícil baile éste… porque no podemos prescindir de nuestras inclinaciones, de hecho hemos sido creados con sentimientos, pero en todo caso para estar bajo la sujeción del sentido común, del deber, ya que éste permite que todo funcione, pero por encima de todas las cosas, bajo la consideración de lo que el Coreógrafo por excelencia marca como un buen baile, uno ejecutado con excelencia, sincronía y honra para Quien lo diseñó, porque en definitiva la expresión artística honra a quien está detrás de ella, con todo y que en sí misma tenga belleza y valor (o produce deshonra, en caso de ejecutarse inadecuadamente).
Nuestras emociones son valiosas pero, al mismo nivel, son también engañosas y necesitan ser puestas a prueba en su validez práctica por la vertical perfecta que marca una plomada que no es cualquiera, no es simplemente el sentido común del común de los mortales, sino lo que la visión de Dios determina como válido, justo y bueno. Nuestros sentimientos son volubles, van y vienen, y nuestra razón a menudo está contaminada por ellos, por lo que también necesita ser contrastada. De ahí que, tan frecuentemente, en un mundo que prescinde de Dios, ni siquiera nuestra razón sea completamente de fiar. Nuestra forma de pensar se parece a menudo a la del mundo que nos rodea y por supuesto, no parece desde fuera ni mucho menos que tengamos la mente de Cristo. Un buen baile es, entonces, no sólo complicado, sino absolutamente imposible sin tener en cuenta a Dios.
Quizá los que estén alrededor y vean la puesta en escena considerarán que bailan a la perfección, que ni ellos mismos lo harían mejor y con eso quizá les resulte suficiente. Pero no son los bailarines los que han de juzgarse entre sí (nos parecería de risa que esto pasara en cualquiera de los concursos de talentos que hoy en día están tan de moda en nuestras televisiones, porque a nadie se le ocurriría obviar al jurado de ninguno de ellos), sino Quien tiene en Su poder el criterio absoluto para considerar lo que es un buen baile.
El razonamiento sin Dios está plagado de errores fundamentales, porque parte de la premisa errónea de que el Señor del Universo no cuenta, por lo que no ha de tenerse en consideración. Sólo hay que escuchar ciertos razonamientos, incluso de personas influyentes y admiradas por su pensamiento a día de hoy, para darse cuenta de que las soluciones para este mundo desacompasado están bien lejos de nuestros impulsos o, incluso, de nuestra propia razón, por aplastante que nos parezca a nuestros propios ojos.
¡Qué difícil es conseguir que algo funcione cuando se eliminan las condiciones básicas para que esto ocurra! Ante el desastre que supone la autodestrucción, no es de extrañar que cada vez las emociones tengan un peso mayor en nuestra existencia, porque “ojos que no ven” (intelectos que no analizan, mentes que no buscan obedecer a Quien dirige el baile…) parece que “corazón que no siente”. Nadie disfruta considerando cómo su existencia se dirige a un vacío cuyo remedio se sigue asociando a limitaciones religiosas, como si esa fuera la clave de la cuestión. Y en esa compleja pescadilla que se muerde la cola nos movemos, vivimos, nos autodestruimos… a no ser que algo o Alguien nos haga considerar la realidad más inquietante de nuestra vida y nos permita, apelando a una razón gobernada por el Altísimo que impregne también nuestros sentimientos, recuperar el ritmo de un baile que hace mucho tiempo dejamos de bailar bien (tal día como éste, en un huerto llamado Edén).
****
Próximas actividades de Lidia Martín y la Asociación PREVVIA (más información en el 655265080 o en
[email protected]):
01 de febrero 2014: Taller para padres e hijos “TODOS A ESTUDIAR” (Aprende a estudiar jugando) 6 horas. Precio: 15€ padres, 10€ hijos. ¡¡ÚLTIMOS DÍAS!!
1 de Marzo 2014: Taller práctico de autoestima y habilidades sociales para mujeres. 6 horas (Precio: 15€ hasta el 17 de febrero. Después, 5€ más)
29 de Marzo 2014: Taller para padres de Adolescentes y Preadolescentes “Padres 4x4”. 6 horas (Precio: 15€ hasta el 17 de Marzo. Después, 5€ más )
5 de Abril 2014: Taller sobre Resolución de Conflictos “Ganamos todos”. 6 horas (Precio 15€ hasta el 24 de Marzo. Después, 5 € más)
(Estas actividades se realizan en Madrid, aunque bajo petición pueden realizarse en otros lugares)
Si quieres comentar o